El amor y las demás religiones

Habla el sacerdote Cinto Busquet, experto en diálogo con el budismo

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GROTTAFERRATA (ROMA), miércoles, 26 septiembre 2007 (ZENIT.org).- El cristianismo es la religión del amor y por lo tanto el diálogo para los cristianos se puede transformar en experiencia de Dios que es amor, afirma Cinto Busquet, sacerdote del Movimiento de los Focolares, que ha vivido diecisiete años en Japón y está especializado en el campo de la Teología de las religiones.

Busquet es autor de «Entre Oriente y Occidente», publicado por Ciudad Nueva y con el prólogo del sacerdote y periodista Manuel María Bru, director de la programación socio-religiosa de la cadena radiofónica COPE.

En el volumen, el autor profundiza en la diversidad cultural, en la búsqueda y la relación con Dios y en el sentido del dolor y de la muerte.

–Dialogando con los demás, ¿nos entendemos un poco mejor?

–Busquet: Ciertamente. Pero el diálogo, en sentido religioso, no debe ser comprendido solamente como un compartir informaciones.

Para nosotros, los cristianos, el Dios que se ha revelado definitivamente en Jesús es el Dios que quiere dialogar con nosotros, y es por esto que su «Palabra» toma morada entre nosotros.

Es el Dios que es diálogo en sí mismo, porque es comunión perfecta de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Por este motivo, el diálogo, también con los fieles de otras religiones o con personas sin una pertenencia religiosa específica, cuando se realiza en el amor y como signo de donación y de escucha recíprocas, siempre es, de algún modo, experiencia de Dios, de su Espíritu, que hace posible que nos encontremos en una relación de amor recíproco.

–En su viaje entre Oriente y Occidente, usted se define como una persona feliz. ¿Qué ha aprendido en los 17 años transcurridos en Japón?

–Busquet: Muchas cosas. Es difícil decirlo en pocas palabras. Cuando te encuentras de pronto viviendo en un contexto completamente diferente del cual has nacido y crecido se ensancha mucho la propia visión.

Como cristiano, he tenido que reflexionar más a fondo sobre mi fe para tratar de hacerla accesible a quien estaba a mi alrededor y esto ha provocado un proceso radical de apertura a las categorías culturales y religiosas del mundo que me ha acogido, sin prejuicios y sin la prisa de llegar a conclusiones.

Por otro lado, la sensibilidad oriental pienso que me ha hecho más amante del silencio y de los pequeños gestos cargados de simbolismo, más intuitivo, más capaz de respeto hacia quien es diferente de mí…

–¿Cómo percibe el papel de las religiones asiáticas?

–Busquet: Según nuestra fe, el amor universal de Dios no conoce fronteras: Dios es Padre de todos; la redención obrada por Jesús se extiende a todos los hombres; el Espíritu Santo actúa en el corazón de cada hombre que actúa rectamente.

Incluso antes del anuncio explícito del Evangelio a los distintos pueblos, Dios ha obrado y obra entre ellos.

Las religiones son la expresión más elevada de las culturas, y aprender de ellas significa enriquecerse espiritualmente y abrirse aún más a la inmensidad del misterio de Dios y a la verdad sobre el ser humano.

Las religiones asiáticas, llenas de espiritualidad y de sabiduría, pueden estimularnos y ayudarnos también a nosotros los cristianos.

Es más, para una eficaz inculturación del Evangelio en Asia, no se puede prescindir de lo que las tradiciones religiosas de este continente han elaborado en milenios de historia.

Como claramente nos invita a hacer el magisterio reciente de la Iglesia, es preciso reconocer «todo lo que hay de verdadero y santo en estas religiones», como explicita la declaración conciliar «Nostra Aetate» en su número 2.

–Solamente cuando se ama se puede hacer experiencia de Dios. También en las otras religiones que usted ha conocido –budismo, sintoísmo…–, ¿el amor tiene una importancia tan central?

–Busquet: Sí y no, respondería. Sin duda, todas las religiones enseñan a hacer el bien a los demás, a ser misericordiosos, a superar los propios instintos egocéntricos para ponerse al servicio de todos, con lo cual podríamos decir que el amor, entendido como la actitud del corazón humano que desea y actúa el bien ajeno, es importante en todas las religiones.

Sin embargo, al mismo tiempo, pienso que se puede afirmar con certeza que ninguna religión pone el amor en el centro de la propia doctrina y práctica religiosa como lo hace el cristianismo.

Toda la revelación de Dios, a través de nuestras Sagradas Escrituras, se podría concentrar en las palabras «Dios es amor» de la primera carta de Juan.

El amor, para el cristiano, no es sencillamente algo que tiene que ver con la acción externa o con la voluntad: es participación en la vida misma de Dios, que es amor.

El mandamiento que Jesús nos ha dejado es el de amarnos, pero como Benedicto XVI recuerda en su encíclica «el amor puede ser “mandado” porque antes es dado».

En este sentido, aunque en el budismo, por ejemplo, la «compasión» ilimitada hacia los demás expresa el ápice de la vida religiosa, evidentemente no tiene la centralidad que tiene el ágape en el cristianismo.

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ZENIT Staff

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