ROMA, domingo, 6 enero 2007 (ZENIT.org).- El pasado 1 de enero, una celebración eucarística vespertina en la Basílica de San Lorenzo Extramuros, presidida por el cardenal vicario de Roma, Camillo Ruini, abrió el año jubilar de los 1750 años del martirio de san Lorenzo.
Lorenzo fue uno de los siete diáconos de Roma, condenado a morir en la hoguera, sobre una parrilla, en 258, por orden del emperador Valeriano I. La tradición dice que era originario de Osca (hoy Huesca), en la Hispania romana.
El año jubilar que se extiende a todo el 2008 cuenta con un programa no cerrado todavía. El párroco de la basílica, Bruno Mustacchio, anticipó algunos de los actos previstos: «El día de San Lorenzo, el 10 de agosto, organizaremos una procesión por el barrio, precedida de un triduo de preparación especial».
Diversas parroquias de Italia peregrinarán al lugar en el que la tradición sitúa el martirio de San Lorenzo. Las celebraciones tendrán también una dimensión cultural: «Seguramente –anticipa el párroco–, organizaremos un ciclo de congresos sobre san Lorenzo mártir y sobre la historia y arquitectura de esta iglesia».
Lorenzo vivía en Roma cuando Sixto II fue elegido Papa en 257 y, como diácono, tenía la misión de administrar los bienes de la Iglesia y encargarse del cuidado de los pobres.
Durante la persecución del emperador Valeriano I, en 258, muchos sacerdotes y obispos fueron condenados a muerte, mientras que los cristianos que pertenecían a la nobleza o al senado eran privados de sus bienes y enviados al exilio.
Sixto II, una de las primeras víctimas de esta persecución, fue crucificado el 6 de agosto. Le siguieron, poco después Lorenzo y otros cristianos.
Cuenta la tradición que las autoridades iban tras los bienes eclesiales destinados al culto y los pobres. Sabiendo que Lorenzo los administraba, le ordenaron entregar todas las «riquezas» de la Iglesia. El diácono prometió hacerlo y los citó en un lugar. Mientras tanto, reunió a los pobres de Roma. Cuando llegaron los encargados de recoger el supuesto «tesoro», Lorenzó señaló a la multitud de gente desposeída y dijo: «Estas son las riquezas de la Iglesia». Ni que decir tiene que el mensaje no fue entendido y el fiel diácono acabó en la hoguera.
La basílica surge en el área en la que fue sepultado, tras su martirio. El emperador Constantino mandó forjar rejas de plata para la cerradura de la tumba y excavar en la tierra un ábside en torno a la tumba.
Los sucesivos pontífices embellecieron la antigua estructura hasta que se hizo necesaria una nueva basílica en época del papa Honorio III (1216-1227). Los trabajos de restauración más recientes se remontan a la segunda guerra mundial, entre 1946 y 1949, debido a los daños de los bombardeos sobre Roma que afectaron con especial crudeza al barrio en el que se sitúa la basílica.
San Lorenzo es también el patrón de la ciudad de Huesca donde se venera la memoria de los santos Orencio y Paciencia, sus padres.