CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 17 enero 2008 (ZENIT.org).- Más relieve y toma de conciencia de la responsabilidad de los actores de los procesos de beatificación y canonización: es uno de los objetivos de la Instrucción de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos «Sanctorum mater», que se presentará en la segunda mitad de febrero.
En su edición diaria del miércoles, L’Osservatore Romano amplía los motivos de este nuevo documento (v. Zenit, 9 enero 2008), anticipando partes de su contenido.
Se trata –como titula en un artículo– de «salvaguardar el fundamento y la seriedad en las causas de los santos». Para ello el dicasterio difundirá estas indicaciones sobre el desenvolvimiento de las investigaciones diocesanas o eparquiales orientadas a tal fin.
La asamblea plenaria de esta Congregación vaticana, en abril de 2006, ya había decidido emprender este trabajo, siguiendo las orientaciones de Benedicto XVI. Fruto de una labor meticulosa es un texto que propone aclarar las disposiciones ya existentes –de 1983– sobre las causas de los santos y favorecer su correcta aplicación.
Por ello –adelanta L’Osservatore Romano— recomienda «una colaboración más estrecha y eficaz» entre los obispos y la Santa Sede.
La Instrucción hace un recorrido por el itinerario del proceso. Pide cautela y precisión al obispo local en la verificación de la «fama de santidad o de martirio». Tal valoración precede al inicio de la causa, por lo que debe reconocer los signos de autenticidad, estabilidad, continuidad y difusión, necesarios para un fundamento objetivo de la investigación.
A los postuladores se recuerda la obligación de poner de relieve «eventuales hallazgos contrarios a la fama de santidad» y «evidenciar eventuales dificultades», incluso para ahorrar ulteriores investigaciones que retrasen la causa, según cita y comenta el diario de la Santa Sede.
A los obispos corresponde el deber de «cuidar con suma diligencia y empeño que, en la recogida de todas las pruebas, nada se omita», porque –advierte el documento vaticano– «el buen fin de la causa depende en gran parte de su buena instrucción».
El texto, de próxima publicación, detalla el rigor en materia de pruebas, ya sean documentales o testificales, para que el planteamiento de la causa tenga siempre fundamentos sólidos e inatacables.
Incide en la delicada tarea de censores y peritos a la hora de examinar los escritos del siervo de Dios. Tales documentos deben carecer por completo de elementos contra la fe y las buenas costumbres, apunta el diario.
Igualmente la Instrucción se fija en la forma de llevar a cabo los interrogatorios de los testigos durante la investigación: deben solicitarse «respuestas que evidencien el saber de hechos concretos y las fuentes de su conocimiento», y evitarse absolutamente la formulación de preguntas «capciosas» o que «sugieran las respuestas».
La responsabilidad del promotor de justicia también se subraya, en cuanto a su papel fundamental en las sesiones de investigación. Dada su «específica función de tutor del bien público» el documento recomienda su participación «activa y metódica, con presencia física y continua».
La cuestión del examen del milagro –necesario para una beatificación (si no es por martirio) o canonización– es notable en la Instrucción. Llega el turno al médico perito, quien igualmente debe tomar parte activa en los interrogatorios sobre una presunta curación milagrosa y en la preparación de un informe –dirigido a la Congregación vaticana– en el que «exprese un juicio acerca de la calidad de los testigos médicos y técnicos».
Es necesario también, como recalca la Instrucción, el testimonio de los médicos que atendían a la persona que presuntamente se haya beneficiado del milagro -por intercesión del siervo de Dios cuya causa se estudia–.
Asimismo la persona sanada, si aún vive, debe ser examinada por dos médicos peritos que verificarán «con todos los medios clínicos y técnicos» su actual estado de salud, «con particular referencia a la patología de la que fue curada», cita L’Osservatore Romano.
En cuanto al siervo de Dios, se pide que «no sea objeto de culto indebido», cuando aún no está concluida su causa. Es importante, además, no suscitar expectativas en el pueblo de Dios, por lo que el documento recomienda a los obispos que eviten «cualquier acto que pueda inducir a los fieles a considerar erróneamente» que la investigación emprendida vaya a llegar a la beatificación o canonización.
Como sintetiza el diario de la Santa Sede, el documento «no mortifica, sino que valora ulteriormente la tarea de las Iglesias locales -y en particular de los obispos- en la instrucción y en la conducción de las causas, llamando a todos a la responsabilidad de investigar, de estudiar y de proponer a la veneración de la Iglesia universal figuras de ejemplar y comprobada santidad».
La comunidad de fieles, primera protagonista
«Una causa no la inicia Roma, sino el obispo diocesano», precisó a propósito de la Instrucción el prefecto de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos, el cardenal José Saraiva Martins, en «Radio Vaticano» el pasado viernes.
Y como en esta materia el obispo local también «tiene una función muy importante y decisiva», se requieren «normas bien precisas que regulen» su actuación «en esta primera fase diocesana», aclaró.
De acuerdo con el purpurado, la Instrucción «desea recordar a los obispos diocesanos su tarea y cómo desarrollarla, así como su amplitud», que «se refiere sobre todo a las virtudes heroicas del candidato a los altares», «su espiritualidad, su santidad», «a los casos de un presunto milagro atribuible a ese candidato», o a los casos de «martirio».
El nuevo documento «insiste en un rigor cada vez mayor en el desarrollo de esta tarea, pues se trata de algo muy serio en la vida de la Iglesia, y a la Iglesia le interesa sólo la verdad histórica», advierte.
Y una verdad que el documento «subraya con mucha fuerza» –apunta el purpurado– es la fama de santidad, cuyo origen debe estar en la comunidad de fieles. «Si no existe esta fama espontánea de santidad entre los fieles, el obispo no puede -aunque quiera- iniciar una causa de beatificación».
«Hoy se habla mucho del papel de los laicos en la Iglesia. Pues bien: aquí estamos ante un caso extremadamente importante, desde el punto de vista eclesial, en el que los laicos son quienes dan el primer paso –recuerda–. El obispo, posteriormente, no hace más que verificar el fundamento de esa fama de santidad y procurar comprobarla para luego transmitirlo a Roma».
«Los primeros protagonistas de todo proceso de beatificación son siempre los fieles», concluye.
Por Marta Lago