ROMA, viernes, 1 febrero 2008 (ZENIT.org).- «Nuestro objetivo es educar en la caridad y la solidaridad», dice Paolo Beccegato, responsable del Área Internacional de la Caritas Italiana. Acaba de regresar de un viaje a Haití, para visitar los proyectos que este organismo mantiene en el país caribeño y viene fuertemente impresionado de la realidad que vive el país más pobre de América.
En esta entrevista concedida a Zenit explica que la misión de la Caritas Italiana, definida como «el organismo pastoral de la Conferencia Episcopal Italiana para la promoción de la caridad», va mucho más allá de la intervención en las emergencias. Subraya que este organismo tiene una «función pedagógica», fundamental para «cambiar comportamientos y estilos de vida».
–Caritas es conocida en el ámbito internacional sobre todo por la ayuda en las emergencias, pero usted habla también de la función pedagógica de Caritas. ¿En qué consiste en la práctica esta función?
–Paolo Beccegato: Caritas es muy conocida en el mundo por su intervención en las emergencias con una acción caritativa, rápida, decidida, bien organizada junto a las poblaciones afectadas. Caritas actúa para difundir –en la Iglesia y en toda la sociedad– el testimonio de la caridad, la lógica del servicio, el amor preferencial por los pobres y los marginados.
Pero nuestro Estatuto, en su artículo primero, nos da la misión de sensibilizar, educar: «La Caritas Italiana tiene el fin de promover el testimonio de la caridad de las comunidades eclesiales italianas (de base, parroquiales, y otras), con vistas al desarrollo integral de la persona, la justicia social y la paz, con especial atención a los últimos y con prevalente función pedagógica». Es decir que nuestro objetivo es educar en la caridad y la solidaridad, para difundir comportamientos y estilos de vida marcados por el don de sí, el interés tanto por el vecino como por los grandes problemas del mundo: guerras, injusticias, subdesarrollo.
Educar en la solidaridad y la mundialidad, con un enfoque cultural, incluye comprender la interdependencia entre los macrofenómenos y los estilos de vida en lo cotidiano. Por tanto, nuestro mandato podría decirse que es también hacer política, porque es un trabajo encaminado al bien común, a la justicia y a la paz. Esta tarea se traduce en propuestas educativas a dos niveles. Interno: desde grupos nacionales, diocesanos, locales hasta involucrar incluso a nuestros agentes. Externo, por ejemplo hacer propuestas a los jóvenes de voluntariado, servicio civil, para que nuestras propuestas sean expresiones no aisladas, sino articuladas con un enfoque cultural e intercultural. La solidaridad que también es dar limosna pero que esta no es descargar la conciencia y alejarse de los problemas sino más bien es poner a los pobres en el centro de la comunidad.
–En un reciente artículo suyo, usted dice que no basta la «máquina organizativa» de los socorros internacionales frente a las emergencias. ¿Qué hay que hacer en su opinión?
–El problema de las intervenciones de emergencia en tiempos breves presenta nodos muy delicados: el riesgo de ayudas «lanzadas con paracaídas», es decir realizar intervenciones eficaces pero olvidando el contexto general en el que se actúa con sus elementos históricos, culturales, religiosos; el riesgo de no entrar en las necesidades reales de las personas afectadas por la catástrofe.
A las competencias hay que unir las experiencias y sobre todo una gran capacidad de escucha de la realidad. En este sentido, hay que considerar al hombre en toda su identidad: material y con las componentes antropológicas, relacionales, psico-sociales, etc.
Esto requiere una fuerte formación de los agentes sin dejar de lado el papel de las Caritas locales para evitar concentrarse sólo en el epicentro de la emergencia. Tener en el lugar una Caritas local es importante porque, como nos recuerda la encíclica Deus Caritas est del papa Benedicto XVI: La competencia profesional es fundamental pero sola no basta. Además de la preparación profesional, es necesaria, como dice Benedicto XVI, también y sobre todo, la «formación del corazón», porque se trata de seres humanos.
Subrayamos con determinación la importancia de que la intervención de solidaridad no se agote con la fase de primera emergencia sino que continúe mediante planes de rehabilitación y desarrollo.
–Usted acaba de regresar de un viaje a Haití. ¿Qué le ha impresionado más de esta experiencia?
–Paolo Beccegato: La experiencia de este país es emblemática: ha vivido en los últimos años momentos de conflicto, emergencias políticas y humanitarias, pero en este momento su situación está casi olvidada en el contexto internacional y por nuestros medios de comunicación. Haití, primera república negra del mundo, independiente ya desde comienzos del 1800, a pesar de los indiscutibles pasos adelante realizados y la relativa estabilidad que reina en el país, sobre todo en el último año y medio, sigue siendo un país pobrísimo, el más pobre de América Latina.
En Haití, la esperanza de vida al nacer es bajísima, 53 años (69 en la República Dominicana). El 53,9% de la población vive en pobreza absoluta, con menos de un dólar al día (2,5 en el país vecino). El PIB per capita anual es de sólo 400 dólares. Sólo el 40% de los niños tiene acceso a los servicios sanitarios de base. El porcentaje de niños vacunados contra el sarampión en su primer año de vida es menos de la mitad del registrado en el África subsahariana (según la ONU). El agua potable y la electricidad con un privilegio para pocos. Por no hablar de logística, transportes y viabilidad.
Es decir, el contraste entre la República Dominicana y Haití es fortísimo; atravesar la frontera es como atravesar dos mundos distintos. Esta frontera es un emblema de las desigualdades entre ricos y pobres, donde la brecha aumenta. Ciertamente Haití está en clara mejoría pero quedan algunos graves problemas que no son muy conocidos fuera del país.
–¿Hay una colaboración entre las Caritas de los dos países?
–Paolo Beccegato: Las dos Caritas nacionales de la República Dominicana y de Haití, además de los empeños consolidados en el sector educativo, sanitario, agrícola, de desarrollo integral, formación de base, emergencias (no es la última el huracán Noel que ha golpeado duramente a los dos países, además de México), han puesto en marcha recientemente un interesante proyecto, sobre el grave problema del flujo de los emigrantes haitianos hacia la República Dominicana, denominado «Fronteras». Su fin es coordinar a todas las siete diócesis de la larga frontera, con el fin de proporcionar ayudas concretas a los emigrantes y solicitantes de asilo, asistencia jurídico-legal, formación lingüística y también sensibilizar y difundir una nueva mentalidad de solidaridad y acogida a nivel cultural.
–¿Cuáles son los proyectos que la Caritas Italiana apoya más últimamente en Haití? ¿Por qué?
–Paolo Beccegato: Además de microproyectos de desarrollo en varias diócesis para la potabilización del agua, en el ámbito agrícola, para la formación laboral de los jóvenes, en el sector sanitario, y además de la ayuda a las intervenciones humanitarias de emergencia tras las recurrentes crisis haitianas, en los últimos años, el apoyo a Caritas Haití se ha concentrado en proyectos a favor de mujeres y niños.
En concreto, Caritas Italiana está ahora sosteniendo un proyecto en la diócesis de Hinche, en la frontera, que se propone formar, organizar y facilitar acceso al crédito para la puesta en marcha de microactividades empresariales a grupos de mujeres que, uniéndose, está logrando resultados fenomenales. Ahora hay que dar continuidad y reforzar esta acción, para que el desarrollo socioeconómico ca
mine al mismo tiempo que la promoción humana y en especial la promoción de la mujer como sujeto capaz de crear desarrollo, por ejemplo, renta. Se trata de un enfoque integral, en una Caritas Nacional bien articulada.
–¿Quiere subrayar algún otro aspecto?
–Paolo Beccegato: Caritas Italiana considera importante seguir promoviendo una cultura de la solidaridad, también mediante acciones de ‘lobby’ y defensa, tanto a nivel mundial como local, apuntando a dos grandes temas: reconciliación y construcción de la paz sostenible, y resolución de conflictos de forma no violenta.
También una información más correcta y más atenta tanto en calidad como en cantidad. Una comunicación que fotografíe la realidad objetiva, para hacer más visibles los rasgos esenciales e irrenunciables de la verdad sobre la persona humana. Como acaba de decir Benedicto XVI, «los medios de comunicación deben ser también instrumentos al servicio de un mundo más justo y solidario».
Por Nieves San Martín