ROMA, miércoles, 6 febrero 2008 (ZENIT.org).- La búsqueda del niño perfecto está llevando al uso creciente de técnicas para descubrir posibles problemas de salud en el no nacido. Normalmente esto no tiene un propósito curativo y da, como resultado, la muerte de los embriones considerados imperfectos.
En Italia decisiones judiciales están acabando con la prohibición legal del uso de tales programas, conocidos como diagnóstico genético de preimplantación (PGD). Una ley nacional de 2004 vetó el examen de los embriones antes de ser implantados en el vientre materno.
Sin embargo, un tribunal de la región italiana del Lacio declaraba hace dos semanas que esta restricción era «ilegítima», informaba el periódico italiano Il Corriere della Sera el 24 de enero. En meses pasados tribunales locales de Florencia y de la ciudad de Cagliari, en Cerdeña, habían emitido ya sentencias similares.
En la sentencia de Cagliari, el juez respaldó la petición de la madre de examinar sus embriones in vitro buscando una enfermedad hereditaria de la sangre, informaba la agencia de noticias italiana ANSA el 25 de septiembre. Al mismo tiempo, tanto la Conferencia Episcopal Italiana como los políticos católicos han criticado con dureza la sentencia.
De hecho, en el 2006, el principal tribunal de la nación, el Tribunal Constitucional, dio audiencia a una demanda contra la ley del 2004 que prohíbe el PGD, y el tribunal mantuvo dicha ley. «Creía que los jueces estaban supuestamente para aplicar la ley y que sus interpretaciones se basaban en lo que el Tribunal Constitucional decide», afirmaba monseñor Giuseppe Bertori, secretario de la Conferencia Episcopal, en comentarios recogidos por ANSA tras la sentencia de Cagliari.
El Vaticano también sopesó la sentencia de Florencia. Eliminar un embrión equivale a un homicidio, declaraba el cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios, en comentarios recogidos por el periódico La Repubblica el 24 de diciembre.
Luz verde en Inglaterra
La tendencia a aumentar el uso del PGD es bastante evidente en Inglaterra. Una pareja recibió hace poco la aprobación para analizar sus embriones en busca de un defecto genético que conduce a altos niveles de colesterol, informaba el periódico Times el 15 de diciembre.
La aprobación, por parte de la Autoridad de Fertilización y Embriología Humana, fue dada en relación a un rasgo genético que es relativamente raro y que puede dar lugar a la muerte de los niños a una edad temprana. El Times observaba, sin embargo, que la pareja padece una forma menos agresiva de este problema genético y que sería fácil que los embriones tuvieran bastantes oportunidades de llegar a niños con vidas razonablemente sanas.
Poco después de esta autorización se discutió que se permitiera a unos padres sordos que analizaran sus embriones para poder escoger a un niño sordo, informaba el 23 de diciembre el Sunday Times. Según Jackie Ballard, directora ejecutiva del Instituto Real para las Personas con Sordera y Deficiencias Auditivas, una pequeña minoría de parejas preferiría tener un niño sordo para que «se adaptara mejor al estilo de vida familiar».
Algunos de los que practican el diagnóstico de embriones no están de acuerdo. «Eso sería un abuso de la tecnología médica», afirmaba, según el Sunday Times, Gedis Grudzinskas, director médico del Bridge Center, una clínica de Londres que analiza embriones.
El año pasado se permitió analizar embriones buscando un gen que trae consigo un riesgo mayor de cáncer de pecho, informaba el 21 de julio el Times. El artículo comentaba que no todos los que tienen el gen desarrollan cáncer de pecho, lo que significa que el análisis podría llevar a destruir embriones que estarían sanos.
Mejorar la humanidad
Junto con el incremento en la utilización del PGD para eliminar los embriones «defectuosos», se han presentado también argumentos a favor de usar tales técnicas para mejorar la raza. Deberíamos usar la ingeniería genética y la tecnología reproductiva para producir personas «mejoradas», sostenía John Harris en su libro de 2007, «Enhancing Evolution: The Ethical Case for Making People Better» (Princeton University Press). (Mejorar la Evolución: El Caso Ético de hacer mejor a la Gente).
Harris es profesor de bioética en la escuela de derecho de la Universidad de Manchester y miembro de la Comisión de Genética Humana de Gran Bretaña.
El autor no se queda en medidas intermedias. Si queremos hacer del mundo un lugar mejor necesitamos cambiar la humanidad, sostenía, incluso hasta el punto en que nosotros y nuestros descendientes «dejen de ser humanos en el sentido en el que entendemos actualmente la idea», dice Harris en la introducción de su libro.
Harris adoptar una postura utilitarista en la que mantiene que esta serie de acciones no sólo es deseable, sino también moralmente legítima, puesto que tienen por objeto hacer que nuestras vidas sean mejores.
La orientación pragmática de sus argumentos lleva a Harris a negar a los embriones, e incluso a los recién nacidos, el estatus de individuos humanos. Las personas son llamadas propiamente individuos, sostenía en uno de los capítulos del libro, cuando son «capaces de valorar su propia existencia».
Otro libro reciente a favor de modificar genéticamente las generaciones futuras es «Babies by Design: The Ethics of Genetic Choice» (Yale University Press) (Bebés de Diseño: La Ética de la Opción Genética), de Ronald M. Green. El autor, director del Instituto de Ética en el Dartmouth College, es menos extremista que Harris, pero aún así se declara a favor de intervenir en nuestra genética y en la de nuestros hijos.
Green reconoce que hay motivos de preocupación sobre a dónde pueda llevar este tipo de modificación genética. Aunque su postura se aparta de la actitud más extrema de ver a los seres humanos como perfectamente maleables, concluye, sin embargo, que deberíamos aceptar cambios en nuestras estructuras genéticas.
La tentación de la perfección
La presión a favor de la eugenesia no ha quedado sin respuesta. El pasado octubre, el premio Nóbel James Watson declaraba que los negros son generalmente inferiores en inteligencia con respecto a los blancos. En un artículo el 24 de octubre comentando el tema, el columnista del Washington Post Michael Gerson escribía sobre la tentación de la eugenesia.
Observaba que en Norteamérica se abortan cerca del 90% de los fetos con síndrome de Down. Tales prácticas dan a una generación el poder absoluto de definir lo que es normal y hermoso, y es inevitable que lleve a la discriminación, advertía. Deberíamos escoger la igualdad humana al perseguir la perfección humana, recomendaba.
La Iglesia ha condenado desde siempre la eugenesia. En su Instrucción sobre el Respeto de la Vida Humana Naciente (Donum Vitae) de 1987 la Congregación para la Doctrina de la Fe trató este tema, junto con otras cuestiones relacionadas con los métodos artificiales de reproducción.
Una de las cuestiones tratadas por el documento, firmado por el entonces prefecto de la congregación, el cardenal Joseph Ratzinger, tenía que ver con la cuestión de la moralidad del PGD. Si el diagnóstico prenatal respeta la vida y la integridad del embrión, y se destina a su salvaguarda o cura, entonces es lícito, establecía la instrucción.
Derecho a la vida
Pero el diagnóstico «se opondrá gravemente a la ley moral cuando contempla la posibilidad, en dependencia de sus resultados, de provocar un aborto», advertía la Congregación para la Doctrina de la Fe. Un diagnóstico que revela algunas enfermedades «no debe equivaler a una sentencia de muerte», añadía la instrucción.
Eliminar los embrio
nes que sufren de malformaciones o enfermedades hereditarias es una violación del derecho a la vida del niño no nacido y un abuso de los derechos y deberes de los esposos, concluía el documento.
Esta enseñanza fue confirmada en el Catecismo de la Iglesia Católica, No. 2268. En la explicación del Quinto Mandamiento que prohíbe el asesinato directo e intencional, el Catecismo incluía específicamente la eugenesia. «Preocupaciones de eugenesia o de salud pública no pueden justificar ningún homicidio, aunque fuera ordenado por las propias autoridades», establece dicho número.
Por el padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado