CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 28 febrero 2008 (ZENIT.org).- ¿Qué diferencia a los cristianos de los no cristianos en las obras de ayuda a los necesitados? El cardenal Paul Josef Cordes, presidente del Consejo Pontificio Cor Unum, no tiene duda: la caridad para el cristiano es mostrar el amor de Dios por cada hombre y mujer.
Nacido en Kirchhundem, Alemania, en 1934, el purpurado preside el organismo vaticano que coordina las iniciativas de las instituciones católicas de ayuda en todo el mundo. Su dicasterio distribuye también los gestos de caridad del Papa hacia las poblaciones golpeadas por catástrofes naturales o guerras.
Cuando era obispo auxiliar de Paderborn, Cordes pudo conocer personalmente al cardenal Karol Wojtyla, que le llamó a Roma una vez elegido Papa para nombrarlo primero vicepresidente del Consejo Pontificio para los Laicos, y luego presidente de Cor Unum. Como colaborador de Juan Pablo II, pudo además trabajar junto al cardenal Joseph Ratzinger.
Lo revela en esta entrevista concedida a Zenit.
–El santo Padre le ha confiado la misión de ser presidente del Consejo Pontificio Cor Unum, que se ocupa de coordinar el espíritu de caridad y la obra de las instituciones caritativas de la Iglesia. ¿Qué es lo más importante de su trabajo?
–Cardenal Cordes: Tras la encíclica Deus Caritas Est del Papa Benedicto XVI, vemos por una parte la necesidad de empeñarnos con fuerza en hacer el bien a la gente, para mostrar la bondad de Dios, sobre todo, ante la miseria y de ser sensibles a aquello que necesita la gente; y por otra, constatamos también la necesidad de unir este empeño con el Evangelio.
Jesucristo hizo siempre el bien en relación a la proclamación de la Palabra y la historia de la redacción de la encíclica demuestra que el Papa lo subraya mucho. La primera parte habla extensamente de la importancia de Dios para el hombre y yo pienso que la Iglesia, o los cristianos, tienen esta tarea específica. Hay muchas iniciativas de ayuda: tenemos la Cruz Roja, tenemos las diversas instituciones de las Naciones Unidas, las agencias filantrópicas. Y todo esto es muy bueno. Pero si analizamos lo específico del cristiano nos damos cuenta de que va más allá de la miseria humana. Con frecuencia, la ayuda material no basta, si la gente se encuentra en una dificultad tal que no se le puede ayudar ya con el pan, o con el techo, o con las medicinas. ¿Qué ofrecer a un moribundo, a una mujer que ha perdido a sus hijos en un terremoto? Nos queda todavía dar consuelo, hablando de Dios que nos ha preparado la vida eterna. Este mensaje es muy importante y nosotros, los fieles, lo debemos salvaguardar.
–Dada la vastedad de la Iglesia católica, ¿cómo lograr transmitir este espíritu? ¿Tienen iniciativas para incluir la dimensión de la fe en la ayuda ofrecida por las diferentes organizaciones católicas en el mundo?
–Cardenal Cordes: Ahora estamos haciendo una gira por las conferencias episcopales. He estado en diversos países: Rusia, Polonia, Austria, España, he ido a la India; se trata de señalar a los obispos esta voluntad del Papa y de subrayar la dimensión espiritual de la ayuda. Aprovechamos también las visitas ad limina que hacen al Papa y a sus colaboradores. Organizamos un congreso importante cuando se publicó la encíclica Deus Caritas Est, y todo esto nos ayuda.
Ahora tenemos una nueva idea, algo original quizá y que podría crear un poco de sorpresa. Hemos programado un gran retiro espiritual para los responsables de las actividades caritativas de las diócesis, es decir el presidente, los directores. Y queremos empezar por América del Norte y América del Sur.
Es un paso nuevo. Se podría uno preguntar para qué sirve esto concretamente. Pero en un mundo tan pragmático, a menudo incluso superficial, apresurado y poco sensible, debemos redescubrir las raíces, poner nuestro corazón en escucha y percibir la fuerza de la Palabra de Dios. Hemos invitado al padre Raniero Cantalamessa, que es el predicador de la Casa Pontificia y un gran orador, dotado de mucha experiencia. Hemos convocado, a principios de junio de este año, este retiro espiritual en Guadalajara, México. Hemos elegido un lugar que está en el centro de las dos Américas, aunque acercándonos un poco al sur hemos escogido a México.
–Usted ha sido nombrado cardenal por Benedicto XVI. Tras una vida de fidelidad a la Iglesia, uno se pregunta cómo ha nacido su vocación a seguir a Cristo desde que era joven.
–Cardenal Cordes: Sí, tengo una larga historia, es verdad. Mis padres tenían un cine, un restaurante y un hotel. Nací, por tanto, en un ambiente no muy protegido, digamos muy normal. Quizá mi familia se sorprendió un poco cuando quise empezar el estudio de la Teología para ser sacerdote. Pero, detrás de todo esto, estaba la oración intensa de una religiosa, que estaba en mi pequeña ciudad, y que siempre rezó para que el Señor me hiciera sacerdote. Pero sin hablar nunca conmigo de esto. No me preguntó nunca si lo quería. Y cuando oí esto la primera vez, no estaba para nada contento. Fui a verla y la regañé un poco, porque me había creado muchos problemas, porque la decisión no fue fácil. Y ella sonreía, se reía de mí. Y desde aquel momento hicimos un pacto y cada vez que he tenido algo difícil que hacer le he escrito pidiendo sus oraciones. Estoy convencido que ha sido la oración de esta religiosa la que lanzó mi vocación.
–Luego en su vocación ha sido sacerdote y obispo y ha conocido al cardenal Karol Wojtyla. ¿Cuándo se encontraron por primera vez? ¿Cómo fue su relación?
–Cardenal Cordes: Ya durante el Concilio Vaticano II hubo un intercambio de cartas entre el episcopado polaco y alemán a causa de la guerra, para hacer paz, para favorecer la reconciliación también entre los dos pueblos. Por otra parte, los católicos de Polonia estaban impedidos por su gobierno comunista para intensificar estos contactos con el gobierno alemán que era libre, otros decían capitalista, y las relaciones eran difíciles.
En 1978, por primera vez vino una delegación oficial del episcopado polaco a Alemania. Pero a decir verdad no era una comisión del episcopado, era el cardenal Stefan Wyszynski, el gran primado de Polonia, y con él estaban algunos obispos aparentemente menos importantes, de los cuales no se conocía ni siquiera el nombre.
Bien, yo había trabajado en la oficina de la Conferencia Episcopal y en el último momento me llamó el secretario de la Conferencia diciéndome: «Hemos olvidado una cosa importante. Para tal visita haría falta alguien que acompañe siempre a esta delegación». Yo era un joven obispo y así me pidieron acompañar al grupo. El cardenal Wyszynski iba siempre en el primer coche, con el obispo del lugar, y en el segundo coche conmigo estaba el cardenal Wojtyla, que casi nadie conocía. Y así estuvimos algunos días juntos. Hablamos. El cardenal era muy discreto, muy atento.
En los encuentros con la gente, cuando la cosa se hacía difícil, el cardenal Wyszynski decía a su compañero, el cardenal Wojtyla: «Ahora habla tú, tú hablas mejor en alemán». Yo estaba muy impresionado por este hombre y cuando volví a mi diócesis, a Padernborn, me encontré con un sacerdote y él decía: «Wyszynski es una gran persona, ha hecho las cosas muy bien», yo espontáneamente le respondí: «Wyszynski es bueno, pero Wojtyla es mejor». Fue mi comentario.
Luego, cuando fue elegido Papa, Juan Pablo II me llamó para que viniera a Roma, para asumir el trabajo en la Curia. Acepté con gusto también porque quería ayudar a este personaje auténtico, un hombre de oración, y simpático. Sin conocer una palabra de italiano me vine a Roma.
–Y luego en Roma tuvo la oportunidad de conocer al cardenal Joseph Ratzinger, que ahora es nuestro Santo Padre Benedicto XV
I, aunque quizá lo conocía ya de antes…
–Cardenal Cordes: Lo conocí cuando era todavía profesor, al inicio del Vaticano II, quizá en 1963, no recuerdo. Dio una conferencia y me sorprendían sus respuestas a las preguntas de los estudiantes, pues eran siempre exhaustivas. Sus respuestas parecían casi una pequeña conferencia sobre un tema. Cuando uno de nosotros los seminaristas preguntaba, el tenía siete u ocho argumentos. Y yo me preguntaba: «Pero este hombre sabía ya esta pregunta por anticipado; ¿cómo encuentra una respuesta tan articulada?». Esta fue mi primera impresión. Luego lo encontré aquí y allá en varias ocasiones.
Cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, nos vimos a menudo porque yo era consultor. Luego tomé un apartamento en el edificio de la sede de la Congregación, y cuando él dejaba el despacho a menudo volvía a casa. Así, encontrándonos frecuentemente, hablábamos. Cuando tenía problemas sobre una cosa le pedía consejo; era verdaderamente muy amigable nuestra relación. Me regaló muchos de sus libros con una dedicatoria. Ciertamente era una relación muy bonita. Y claro, cuando lo eligieron Papa yo me puse contentísimo.
–Pero me imagino que en cierto sentido ya no se da esa cercanía de antes, pues como Papa tiene mil compromisos. Ya no le tiene como su vecino…
–Cardenal Cordes: A menudo la gente me dice: «¡Salude al Papa de mi parte!». Saludar al Papa para mí ahora es difícil y, por tanto, saludo a su ángel de la guarda. Por una parte, la relación es más complicada, veo que tiene un peso tan grande, que inicialmente había rechazado la idea de ser Papa. Ahora tiene que protegerse, usar bien su tiempo. Por esto, los contactos son más difíciles. Pero yo a menudo pienso en él también en la oración, porque él no se avergüenza de pedir oraciones. Así la relación existe, aunque sin la expresión humana que tenía antes.
Alguna vez me ha invitado a comer con él. Es un gran placer. Es un hombre muy sencillo, no hace grandes ceremonias, no muestra que es Papa. Una vez, cuando le llevé un libro mío, quité el envoltorio delante de él porque tenía miedo de que no mirara el contenido del paquete. Estaba confundido porque él mismo se levantó de la silla y quería tirar el papel él mismo a la papelera. Es un hombre grande en la sencillez, más bien en la humildad.
Por Jesús Colina, traducido del italiano por Nieves San Martín