Homilía en el funeral de Isaías Carrasco, asesinado por ETA

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Por el obispo de San Sebastián, monseñor Juan María Uriarte

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MONDRAGÓN, sábado, 8 marzo 2008, (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció este sábado el obispo de  San Sebastián, monseñor Juan María Uriarte,  en el funeral de Isaías Carrasco, asesinado por la organización terrorista ETA.

* * *

Queridos familiares de Isaías.

Concelebrantes, autoridades, compañeros y compañeras de Isaías, asistentes:

Conmovidos, afligidos, indignados. Así hemos llegado a las puertas de esta iglesia de San Juan de Arrasate.

Nuestra mirada está fija en el ataúd que contiene el cuerpo sin vida de un hombre joven, esposo, padre, hijo querido, asesinado ayer mismo por la violencia desalmada de ETA. La misma mirada se posa sobre su esposa Mª Ángeles, sus hijos Sandra, Ainara y Adei y su madre Agustina, tan vinculada a la parroquia. Mi propósito no es desviar esa mirada, sino desvelar su profundidad. Es, asimismo, contribuir a levantarla con una reflexión nacida de la fe y destinada a ensanchar nuestra solidaridad, nuestra libertad y nuestra esperanza.

Las lecturas bíblicas del domingo 5º de Cuaresma, que celebramos desde esta misma tarde de sábado, vienen en nuestra ayuda. Jesús se conmueve ante la tumba de su amigo Lázaro y solloza en tres ocasiones junto con sus hermanas María y Marta, como lloran hoy los familiares y amigos de Isaías, sus compañeros de partido y sindicato, y lloramos muchos ciudadanos. Este llanto es signo de proximidad y solidaridad. La gracia de Jesucristo haga que esta solidaridad sea, con el paso del tiempo, no sólo afectiva, sino también estable y efectiva. La parroquia y la diócesis quieren comprometerse a mantenerla y a expresarla con obras y palabras.

En el episodio evangélico que comentamos Jesús se muestra libre ante las expectativas espectaculares, las suspicacias malévolas y la incredulidad de muchos asistentes. Hace lo que tiene que hacer ante Dios su Padre: dar vida. Nuestro deseo espontáneo sería que Isaías volviera a la vida de este mundo, junto a los suyos que tanto lo quieren y necesitan. Jesús ordinariamente no nos devuelve a la vida de este mundo. Pero quienes creemos que Él es Señor de la Vida y Vencedor de la Muerte, sabemos, en la clara y ardiente oscuridad de la fe, que Él le da la Vida plena y definitiva a Isaías y está junto a su familia querida para ayudarles a seguir viviendo con toda dignidad, sin permitir que este manotazo terrorista los recluya en la depresión crónica o destruya su salud anímica y su amor a la vida. Muchas miradas amistosas, muchos corazones abiertos, muchas manos dispuestas a ayudaros serán una vía para que vaya llegando paso a paso a vosotros el ungüento del consuelo de Jesús. Y a aquellos y aquellas que sentís viva la fe cristiana la fuerza de los sacramentos y la oración ante el Crucificado irán dejando su bálsamo en esta herida terrible. Muchas víctimas se han sentido confortadas y consoladas en trances semejantes.

El Evangelio de Jesús ante Lázaro contiene una afirmación del Señor que es fuente perenne de esperanza: «Yo soy la Resurrección y la Vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Y el que vive y cree en mí no morirá para siempre». Jesús nos invita con apremio a que en las situaciones humanamente más desesperadas, mantengamos la esperanza. Florecerá también en vosotros, queridos familiares, pasado el duro invierno que os toca pasar ahora. Así lo espero y se lo pido al Señor Jesús con toda mi alma.

Solidaridad, libertad, esperanza. He aquí un mensaje para todos los presentes, sea cual fuere nuestra posición ante la fe cristiana.

La solidaridad que nos hace sensibles a todas las formas de sufrimiento que afligen a nuestra sociedad nos hace hoy particularmente sensibles al sufrimiento de esta familia, de los amigos de Isaías, de sus compañeros y compañeras de partido y de todas las víctimas como él.

<p>La libertad de espíritu nos está reclamando el coraje para ejercerla, en este momento político decisorio, sin que ninguna coacción que pretenda amedrentarnos o doblegarnos encuentre el eco más mínimo en nuestra voluntad.

La esperanza, siempre herida por acontecimientos terribles como éste, nos es necesaria para vivir. Sin esperanza estamos muertos. La esperanza en Dios, que no ha dejado de sus manos la orientación discreta y respetuosa de la historia, aviva nuestras esperanzas históricas y, en concreto, la esperanza de paz de este pueblo, construida entre todos y para todos, que no quiere, no puede resignarse a la presente situación y exige a ETA su definitiva desaparición.

Querido Isaías: naciste aquí, pero tus padres vinieron de la tierra zamorana de Morales de Toro, tan querida también para mí. Amabas mucho a aquel pueblo. Te echarán de menos en la próxima Semana Santa. Ya no podrás compartir con tus amigos de allí en las tertulias sosegadas de las noches de verano, el caldo excelente de sus viñas. Pero Dios Padre te ha preparado un Gran Reserva Especial Único que beberás junto a su Hijo, y junto a tu padre y tus abuelos, en el banquete de la vida eterna.

+Juan María Uriarte

Obispo de San Sebastián

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ZENIT Staff

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