Los desafíos de Bolivia, según Benedicto XVI

Discurso al nuevo embajador ante el Vaticano, Carlos Federico de la Riva Guerra

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 14 marzo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió este viernes Benedicto XVI al nuevo embajador de Bolivia ante la Santa Sede, Carlos Federico de la Riva Guerra, al recibir sus cartas credenciales.

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Señor Embajador:

1. Es para mí motivo de particular alegría recibirlo en esta audiencia en la que me presenta las cartas credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario ante la Santa Sede. Al darle la más cordial bienvenida, quiero agradecer las atentas palabras que me ha dirigido y desearle una fecunda labor en la alta misión que le ha sido encomendada. Asimismo, le ruego que haga llegar mi cercanía y afecto a todos los hijos e hijas de ese querido País, así como mi deferente saludo al Señor Presidente de la República.

2. Las hondas raíces cristianas de Bolivia han sostenido a sus pueblos, acompañado los avatares de su historia y promovido el sentido de respeto y reconciliación, tan necesario en los momentos difíciles que esa Nación ha debido afrontar. A este respecto, es particularmente significativa la masiva y calurosa acogida de todos los bolivianos, de la ciudad y del campo, del altiplano y del oriente, a mi venerado predecesor Juan Pablo II durante la visita que realizó hace veinte años a vuestro País, y que puso de manifiesto la fuerte impronta religiosa y el espíritu de comunión y de fraternidad, como muestra de la fe de todo un pueblo.

Recordar este acontecimiento es importante en un momento en el que vuestra Nación está viviendo un profundo proceso de cambio, que produce situaciones difíciles y a veces preocupantes. En efecto, no es posible permanecer indiferentes cuando la tensión social va en aumento y se difunde un clima que no favorece el entendimiento. Creo que todos compartimos la convicción de que las posiciones encontradas, en ocasiones incentivadas y aplaudidas, obstaculizan el diálogo constructivo para encontrar soluciones de equidad económica y justicia con miras al bien común, especialmente en favor de los que tienen dificultades para vivir de manera digna.

Las autoridades que rigen los destinos del pueblo, así como los responsables de las organizaciones políticas, sociales y civiles, necesitan de la prudencia y sabiduría que nace del amor por el hombre, con el fin de promover en la entera población las condiciones necesarias para el diálogo y el acuerdo. Este loable objetivo se verá favorecido si todos los bolivianos aportan lo mejor de sí mismos con franqueza y próvida solicitud no exenta, a menudo, de abnegación y sacrificio. De este modo, la colaboración sincera y altruista de personas e instituciones contribuye a erradicar los males que afligen al noble pueblo boliviano, tantas veces afectado también por catástrofes naturales, que reclaman de todos medidas eficaces y sentimientos de fraternidad que ayuden a solventar sus graves consecuencias.

El renacimiento civil y social, político y económico, exige siempre una desinteresada laboriosidad y generosa entrega en favor de un pueblo que reclama ayuda material, moral y espiritual. La consecución de la paz ha de estar basada en la justicia, la verdad y la libertad, así como en la cooperación recíproca, el amor y la reconciliación entre todos.

3. La Iglesia, conociendo bien las necesidades y esperanzas del pueblo boliviano, ofrece el anuncio de la fe y su experiencia en humanidad para ayudarlo a crecer espiritualmente y a alcanzar su plena realización humana. Fiel a su misión, está siempre dispuesta a colaborar en la pacificación y desarrollo humano y espiritual del País, proclamando su doctrina y expresando también públicamente su parecer sobre cuestiones referentes al orden social. Por ello, reconociendo las competencias propias del Estado, asume como deber propio orientar a sus fieles, proponiéndoles a ellos, y a toda la sociedad, que destierren el odio racial, el revanchismo y la venganza y, en definitiva, que en vez de adoptar actitudes de división emprendan el camino de la solidaridad y de la confianza mutua en el respeto de la diversidad.

En el Documento conclusivo de la V Conferencia del Episcopado de América Latina y del Caribe, en Aparecida, los Obispos consideraron urgente colaborar con las instancias políticas y sociales para crear nuevas estructuras que consoliden un orden social, económico y político, promuevan una auténtica convivencia humana, impidan la prepotencia de algunos y faciliten el diálogo fraterno, sincero y constructivo para los necesarios consensos sociales (cf. n. 384).

Para ello, es preciso que la defensa y salvaguardia de los derechos humanos esté firmemente respaldada por valores éticos, como la justicia y el anhelo de paz, la honestidad y la transparencia, así como la solidaridad efectiva para que se corrijan las injustas desigualdades sociales.

Por eso, la enseñanza del bien moral, de lo justo o lo injusto, sin lo cual ninguna sociedad podría sostenerse, incumbe a la educación ya desde la más tierna edad. En esta tarea, la familia tiene un papel decisivo, por lo que debe contar con las ayudas necesarias para cumplir su cometido y ser esa «principal ‘agencia’ de paz» en beneficio de todos (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 2008, 5).

4. Señor Embajador, antes de concluir este encuentro quisiera reiterar los mejores deseos por un feliz desempeño de su misión, para que se robustezcan los vínculos de diálogo entre su País y esta Sede Apostólica.

Deseamos para su Nación un auténtico renacimiento espiritual, material y civil. Anhelamos de corazón que en cada persona humana resplandezca la imagen de su Creador y Señor, y que el amor de Cristo Jesús sea fuente de esperanza para cada hijo e hija de esa amada tierra boliviana. Pido al Señor que en Bolivia triunfe la verdad que busca el respeto del otro, también del que no comparte las mismas ideas, la paz que se hermana con la justicia y abre las puertas al desarrollo armónico y estable, la sensatez que se esfuerza en encontrar soluciones ecuánimes y razonables a los problemas y la concordia que une las voluntades en la superación de las adversidades y en la consecución del bien común.

Que la materna protección de Nuestra Señora de Copacabana acompañe a Vuestra Excelencia, a su familia, a sus colaboradores y a todos los amados hijos e hijas de la noble Nación boliviana.

[Original en español

 © Copyright 2008 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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