Uno de los últimos mensajes de Chiara Lubich

Fundadora de los Focolares

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ROMA, sábado, 15 marzo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos uno de los últimos mensajes de Chiara Lubich, Fundadora de los Focolares, fallecida este viernes en Rocca di Papa, cerca de Roma. Lo redactó al recibir el dotorado honoris causa por la Liverpool Hope University  (Gran Bretaña) el 23 de enero de 2008

* * *

Aún si por motivos de salud no puedo estar presente, para mí es un gran honor recibir la licenciatura honoris causa en Teología de la Liverpool Hope University, la única universidad ecuménica que existe en Europa.

Este acontecimiento me une de modo especial a la «Liverpool ecuménica» que tuve el privilegio de conocer hace más de cuarenta años. Recuerdo mi primera visita a Liverpool, el 17 de noviembre de 1965, en la Catedral anglicana. Creo que era la primera vez que una laica, católica romana, hablaba en tal lugar.

Ese día escribí en mi Diario: «Esta mañana hemos atravesado Liverpool. Las dos catedrales: una,  anglicana, ya terminada, la otra, católica, en construcción, están ligadas entre sí por <i>Hope Street, la calle de la Esperanza». También hoy es la Esperanza la que nos acoge, nos abraza y abre horizontes nuevos para un futuro de unidad y de paz para todos.

Unidad es la palabra clave que informa todo nuestro Movimiento y vuestra –ahora puedo decir «nuestra»– Liverpool Hope University. Con gratitud he sabido que el campus de la Universidad ha sido muchas veces un lugar de encuentro para el Movimiento, y en él nuestros miembros han trabajado y estudiado. En junio, en Liverpool -este año capital europea de la cultura- se desarrollará «The Big Hope» (La Gran Esperanza) para miles de jóvenes provenientes de todo el mundo; nuestro Movimiento participará con interés.

Me parece que tiene profundo significado el que esta ceremonia se desarrolle en la semana de oración por la unidad de los cristianos. Estamos acercándonos a 2010, centenario del nacimiento en Edimburgo del moderno Movimiento ecuménico, e Iglesias y ecumenistas están examinando en qué punto se encuentran las relaciones ecuménicas, hay muchas señales de optimismo, en medio de tensiones y problemas.  El mundo ecuménico se enfrenta a una situación que cambia: a algunos se les presenta como un invierno, a otros como una primavera, para otros es una crisis.

Se habla de otra configuración del movimiento ecuménico y surge la exigencia de un nuevo camino. Y es en este contexto que se menciona el «diálogo de la vida», capaz de llevar adelante la actual situación ecuménica, un humus sobre el cual puedan desarrollarse las varias expresiones del ecumenismo. Es una realidad -lo sé bien- que está en el corazón de la Liverpool Hope University. Y esto ofrece un testimonio creíble a los seguidores de otras religiones, en un diálogo interreligioso muy prometedor.

El Movimiento, nacido en Italia en 1943, siempre quiso tener como línea guía el Evangelio. Desde 1960 ha despertado el interés de cristianos de otras Iglesias. En efecto, el Canónigo Bernard Pawley –observador anglicano inglés en el Concilio Vaticano II– definió el Movimiento de los Focolares «un manantial de agua viva brotado del Evangelio». Esta espiritualidad también fue definida «espiritualidad de comunión».

Viviendo el Evangelio juntos, en lo cotidiano, nació una comunidad de hermanos y hermanas que se reconocen hijos del único Padre, que es Amor. Es una vida que pone de relieve la presencia de Jesús entre los que están unidos en Su nombre, (Cf. Mateo 18,20) dando lugar a un desarrollo ecuménico inesperado. Ofrece su contribución específica a la plena comunión entre las Iglesias. Porque Jesús en medio de nosotros vivifica su Cuerpo místico, la Iglesia, con Él entre nosotros nos convertimos en «células vivas» del mismo.

 Pero como sabemos, tender a la unidad no es fácil. Para realizar las palabras «Que todos sean uno» (cf. Juan17,21), Jesús en la cruz con su grito «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27,46)  revela su amor ilimitado hacia todos, y nos indica el camino de la unidad para revivirlo, para imitarlo. Gracias a Jesús abandonado, reconocido y acogido en cada dolor y desunidad como nuestro único bien (Salmo16,2) la unidad no es más una utopía.

En estos años la vida ecuménica del Movimiento ha sido bendecida por las autoridades católicas y alentada por los responsables de otras Iglesias, incluso con reconocimientos públicos. Aquí en Inglaterra, por ejemplo, por un verdadero privilegio, he conocido a los Arzobispos de Canterbury, desde Michael Ramsey a Rowan Williams, y me reuní en varias ocasiones con el Cardenal Hume y el Cardenal Murphy-O’Connor, que me alentaron a llevar adelante el empeño ecuménico.

Ahora, después de años de vida ecuménica, vemos recortarse cada vez mejor nuestra específica contribución: el «diálogo de la vida». Hemos tomado precisa conciencia de esta contribución en Londres, en 1996, cuando me reuní con más de mil personas de nuestro Movimiento de Gran Bretaña e Irlanda. A pesar de la falta de la comunión plena entre las Iglesias, advertí que entre estas personas -anglicanos, católicos, metodistas, bautistas, miembros de las Iglesias libres- lo que nos unía era más fuerte que las diferencias. Éramos un corazón solo y un alma sola por el Evangelio de la unidad que vivimos juntos, una porción de cristiandad viva. Conociéndonos y viviendo la misma espiritualidad, teniendo a Jesús y su luz entre nosotros, se valoraba al máximo el hecho de ser todos miembros del Cuerpo místico de Cristo por el común bautismo.

Este modo de vivir construye «el diálogo de la vida» porque compone un único pueblo cristiano que abraza a laicos, religiosos, sacerdotes, pastores, obispos. El «diálogo de la vida» no se contrapone o yuxtapone al de los responsables de las Iglesias, sino que es un diálogo constructivo del que todos los cristianos pueden participar. Es como levadura en el Movimiento ecuménico que reaviva entre todos el sentido que -siendo cristianos y bautizados, con la posibilidad de amarnos- todos podemos contribuir a la realización del Testamento de Jesús: «Que todos sean uno».

En algunos lugares se puede ver este diálogo traducido en vida las 24 horas del día. Cito por ejemplo Ottmaring, en Alemania, una ciudadela ecuménica fundada hace 40 años con la comunidad de la Brudershaft  evangélico-luterana; aquí en Inglaterra, Welwyn Garden City, donde desde hace más de 20 años, anglicanos y católicos viven juntos el Evangelio; en Italia, cerca de Florencia, Loppiano, donde en noviembre próximo se abrirá la primera Universidad del Movimiento, y también en otros sitios.

Para concluir quisiera poner de relieve algunas frases de vuestro específico perfil, que me han impactado profundamente: «Liverpool Hope University quiere ser: «una comunidad académica…, un signo de esperanza, enriquecida por los valores cristianos… che estimula la comprensión del cristianismo, abierta a personas de otros credos, promoviendo la armonía religiosa y social»; trata de «contribuir con la vida educativa, religiosa, cultural, social y económica». Si la Liverpool Hope University permanece fiel a este desafío es en verdad un signo de esperanza.

Seño canciller, vicecanciller, pro canciller, ilustres huéspedes, graduados, señoras y señores:

Una vez más mi agradecimiento más sentido a todos los componentes de la Liverpool Hope University  por el doctorado en Teología que recién me han conferido, que reconoce el trabajo del Movimiento de los Focolares en el campo ecuménico y del diálogo interreligioso.

Es mi deseo –si me lo permiten, ahora que formo parte de la Liverpool Hope University— que desde ahora en adelante podamos colaborar para llevar adelante juntos esta misión que nos acomuna:
contribuir a la realización del Testamento de Jesús: «Que todos sean uno». De este modo «nuestra» Universidad será cada vez más una luz grande para muchos.  

Traducción distribuida por el Movimiento de los Focolares

                                                                                                             

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ZENIT Staff

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