OAXACA/CELAYA, domingo, 8 junio 2008 (ZENIT.org-El Observador).La crisis de alimentos que afecta al mundo ha repercutido duramente en México que no obstante ser un país agrícola, ha aumentado su dependencia en los últimos años del mercado de los Estados Unidos, dejando a amplias capas de la población desprotegidas.
Ante la amenaza de la crisis alimentaria tanto el arzobispo de Antequera-Oaxaca, monseñor José Luis Chávez Botello, como el obispo de Celaya, monseñor Lázaro Pérez Jiménes, han escrito sendos comentarios en los que alertan sobre la falta de solidaridad con los que menos tienen y la necesidad de eliminar la corrupción para que los alimentos se distribuyan mejor en México.
Monseñor Chávez Botello subrayó en su comunicado que «esta crisis nos exige volver los ojos al campo y a los campesinos para corregir los graves errores cometidos por décadas debido a la politización, a la irresponsabilidad social, a la corrupción, a la aplicación ineficaz de los programas y a la ambición de no pocos».
«Urge proponer programas bien sustentados, voluntad política para incentivar el trabajo del campo y la producción de alimentos con apoyos adecuados; urge informar y sensibilizar a toda la sociedad sobre las verdaderas causas y consecuencias de esta crisis que, según analistas, será de años», enfatizó el arzobispo de Antequera-Oaxaca.
Más adelante señaló que «la Iglesia recuerda a todos el sentido sagrado de la tierra y del trabajo del campo; de allí que urge rescatar y fortalecer el respeto y amor a la tierra que va de la mano con el cuidado práctico de los bosques y del agua».
«Los católicos, presentes en todos los sectores de la sociedad, tenemos una grande responsabilidad; el mandamiento del amor nos lleva a apoyar los programas y acciones serias que buscan el combate a la pobreza, la producción de alimentos, la promoción de granjas avícolas y huertos familiares, la conservación de granos, el mejor cuidado del agua y de los bosques», remarcó monseñor Chávez Botello.
Por su parte, el obispo de Celaya, monseñor Lázaro Pérez Jiménez, destacó que «un creyente tendría que preguntarse si a Dios le interesa que sus hijos pasen hambre y, peor aún, que mueran por falta de comida. Los datos de la Organización de las Naciones Unidas acerca de los que mueren de hambre todos los días, especialmente niños, nos dejan fríos. Es un escándalo que clama al cielo y todos esperamos que un día podamos contemplar un nuevo amanecer».
«¡Cómo es posible –escribió el obispo de Celaya– que se sigan invirtiendo millones de dólares en la producción de armas que sirven para matar mientras una tercera parte del planeta carezca de lo más indispensable para llevar una vida digna y una alimentación adecuada! Esto es contrario a lo que Dios ha planeado para sus hijos».
«¿Y cómo debemos actuar nosotros los católicos que nos decimos cristianos al mirar un problema que impacta a nuestros hermanos pobres que cada día encuentran más dificultades para llevar a sus casas un poco de alimento?», se preguntó el prelado.
Su respuesta fue dirigida hacia las asociaciones llamadas Bancos de Alimentos que funcionan en México porque, dijo, «con su acción, la comida termina en el estómago de quien, por su situación de pobre, podría estar excluido del derecho a la sana alimentación. Dios quiera que cada día aumente el número de hombres y mujeres que quieran integrarse en la noble labor de procurar comida para quien no tienen».