WASHINGTON, sábado, 30 agosto 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito el padre Brian Bransfield, quien trabaja para el Secretariado de Evangelización y Catequesis de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, en el contexto del debate social provocado por la campaña presidencial estadounidense.
El padre Bransfield fue ordenado sacerdote en 1994 y pertenece a la arquidiócesis de Filadelfia. Estudió teología moral con especialización en matrimonio y familia en el Instituto Pontificio Juan Pablo II en Roma y posee un doctorado en teología moral.
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La única diferencia entre la cabina de votación y la conciencia es que normalmente tenemos que esperar en la fila para poder entrar a una de ellas. Aparte de eso, se supone que sucede lo mismo en ambos lugares, pues en ese pequeño cubículo nos revelamos a nosotros mismos.
Usted y yo sólo podemos votar una vez en las elecciones de este otoño. Sin embargo, es de esperar que antes de hacerlo hayamos visitado repetidamente nuestra propia conciencia. Mi conciencia es lo que separa a la máquina de votación de una máquina tragamonedas, y sólo la conciencia humana puede asegurarse de que a la boleta de votación no se la trate como un juego de apuestas.
Los obispos de Estados Unidos enfatizan el papel de la conciencia en el documento <i>Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles, una guía para los católicos que se preparan para votar en las elecciones de 2008.
¿Qué es la conciencia? Es esa parte de mí que es mayor que yo. Muchos asuntos demandan atención: la inmigración, la educación asequible, la guerra, la violencia en los barrios; el cuidado de la salud, el aborto, el hambre, las personas sin hogar, el medio ambiente, la investigación genética sobre embriones humanos; la dignidad del matrimonio entre un hombre y una mujer como la institución más reconocida de la historia; la desigualdad económica, los precios de la gasolina y la lista es interminable.
El malentendido más común es que la conciencia equivale a "lo que yo pienso" sobre un tema. La conciencia no es sólo "lo que yo pienso", sino que soy yo "pensando sobre lo que es justo" y verdadero. No se trata de una valoración parcial basada en las palabras de un predicador, de un político o en las pasiones. El sentido moral interior no se construye a base de la suma total de lo que yo pienso, sino que es una manifestación relacionada con la verdad en sí misma independientemente de mis preferencias.
La conciencia no permite a un ciudadano olvidarse de que, ante todo, es una persona. Me dice que soy persona y, como tal, debo considerar los dilemas de acuerdo a un cierto orden: ¿Cómo es que este acto, aquí y ahora, en sí mismo, va de acuerdo con el ser humano y no simplemente con precios más bajos? La conciencia insiste en que los dilemas humanos son asuntos morales mucho antes de que se conviertan en puntos de vista políticos. La conciencia me dice que para ser libre debo aceptar que algunos actos son inevitablemente malos y que ninguna clase de circunstancias o intenciones pueden, de algún modo, hacerlas buenas. La conciencia quita todos los velos: conoce la diferencia entre acertado y equivocado, entre el bien y el mal, pero no basada en la verdad de las circunstancias o la mejores intenciones sino, sobre todo, en la verdad de las cosas en sí mismas.
La conciencia debe formarse. Como tal, debe mirar en tres direcciones al mismo tiempo: a uno mismo, al dilema moral que se presenta, y considerar la verdad de ambos sin favoritismos. Muy a menudo, el votante apela sólo a las primeras dos categorías: yo y el dilema. La mera opinión substituye entonces a la conciencia. Tomar una decisión en conciencia significa consultar con la verdad de las cosas en sí mismas. La conciencia empieza de afuera hacia adentro. La realidad objetiva me llama a la responsabilidad y forma la coordenada central de la conciencia. La conciencia debe comenzar con el bien verdadero. Este punto de partida asegura que la libertad y la verdad no sean enemigas.
Existe una facultad en lo profundo de mi interior que yo no he creado. No está programada. Esta región es más que el súper-ego o una convención social. Sin embargo, ésta se forma. El sentido moral de la conciencia debe moldearse, no desarrollarse simplemente con sentimientos, opiniones, circunstancias, intenciones o movimientos, sino con el sentido moral profundo del que participamos por el hacho de ser humanos y dotados de razón. La conciencia no decide simplemente lo que es feliz o triste, sino que distingue entre el bien y el mal. La conciencia organiza los dilemas en orden de tamaño y ve las semejanzas. El matrimonio, el racismo, el medioambiente, el hambre, el aborto, no son asuntos que compiten entre sí. Están profundamente relacionados. La conciencia se niega a que ninguno de ellos se convierta en un asunto de opinión.
La conciencia da un respingo cuando escucha a un candidato decir que tiene la solución para el sistema de salud pública y, sin embargo, está de acuerdo en que un niño en el vientre puede ser asesinado. La conciencia sabe que si un candidato está a favor de la investigación de células madre en embriones humanos, lo cual siempre implica matar a una persona humana, nuestros barrios nuca estarán libres de violencia-pues acabamos de votar por la violencia. El sentido moral sabe que si tratas el medio ambiente como te da la gana tarde o temprano tendrás que recibir tratamiento a causa del medio ambiente. La conciencia se da cuenta de que si apoyas la tortura estás plantando la semilla de una guerra dentro de veinte años.
La conciencia tiene miras amplias. Rompe las burbujas, aparta los cortinajes, tira de la palanca y con el peso de la verdad honesta puede cambiar, transformar, el mundo.
United States Conference of Catholic Bishops