“Narcisita”, como la llamaban, fue devota de varios santos. Su nombre se debe a que nació el día de San Narciso – obispo de Jerusalén – el 29 de octubre. Igualmente tenía una afinidad especial con la también santa ecuatoriana Marianita de Jesús Paredes y Florez, quien había sido beatificada algunos años atrás y quien fue canonizada por el papa Pío XII en 1950. Los puntos en común: además de ser compatriotas, ambas fueron laicas y siguieron el camino de la espiritualidad del sacrificio en reparación por los pecados de la humanidad.
Una vida de oración, penitencia y caridad
Dedicaba ocho horas diarias a la oración. Sus pilares eran la eucaristía que recibía diariamente, las Sagradas Escrituras y su amor filial a María a través del Santo Rosario. Tenía igualmente una devoción especial al Sagrado Corazón.
Siendo laica, Narcisita vivió la virginidad, la pobreza y la obediencia: “Ella optó por buscar afanosamente las ayudas que la santa Madre Iglesia en sus cuidados maternales siempre proporciona a todos sus hijos. En este sentido, supo elegir prudentemente sus directores espirituales y confesores como mediadores que expresaban la voluntad de Dios, voluntad que ella buscaba con todo su corazón”, asegura el sacerdote ecuatoriano Carlos Vinicio Urdiales, estudioso de la vida de la santa.
Fue la búsqueda de un director espiritual lo que la llevó a trasladare a Guayaquil cuando tenía 18 años con el padre Luis Tola. Más tarde y por la misma razón la santa viajó a Lima en 1868 para recibir allí dirección espiritual con el padre Fray Pedro Gual.
Narcisita tuvo que vivir desde muy pequeña varias renuncias y abnegaciones. La primera de ellas fue la muerte de su madre cuando tenía sólo seis años. A los 18 años murió su padre y la joven renunció a su herencia.
Además practicó fuertes actos de penitencia con azotes y coronas de espinas: “Encontramos la aplicación constante de la sabiduría de la cruz en cada circunstancia de la vida. Ella estaba firmemente persuadida de que el camino de la santidad pasa por la humillación y la abnegación, es decir, por el sentirse crucificada con Cristo”, dijo el Papa Juan Pablo II en la homilía durante su beatificación en 1992.
Tuvo un fuerte celo apostólico con los niños y jovenes. Primero en la parroquia de la localidad de Dualde y luego en la catedral de Guayaquil, donde enseñaba.
También estuvo involucrada con la pastoral de jóvenes abandonadas y refugiadas trabajando en la “Casa de las Recogidas” de Guayaquil. Allí enseñaba costura y bordado. A su vez visitaba a los enfermos y moribundos.
La práctica de la caridad la llevaron hasta la ciudad de Cuenca donde atendió a su director espiritual monseñor Amadeo Millán, quien meses más tarde murió de tuberculosis.
Narcisita falleció en diciembre de 1869 luego de largos meses de enfermedades y ofrecimientos. Según los médicos que la revisaron su cuerpo estaba extenuado por la vida de sacrificios y penitencias.
Devoción popular
El santuario de Nobol, donde permanece su cuerpo incorrupto, es un punto de peregrinación para muchos ecuatorianos: “Personas con fe y confianza piden favores materiales y espirituales seguros de su intercesión ante Dios” dijo a ZENIT el padre Vinicio Urdiales, quien aseguró que la devoción popular hacia la santa se debe a que muchos se identifican con ella por su vida sencilla de campesina y costurera así como su situación de emigrante.
“Finalmente lo más importante es que constituye un modelo de fe vivida como campesina y costurera que viviendo en el estado laical se ha santificado a través de su gran amor a Cristo y a sus compatriotas”, concluyó el sacerdote.
[Por Carmen Villa]