CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 12 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- El representante de la Iglesia Ortodoxa de Grecia ha reconocido ante el Sínodo de los Obispos el papel del obispo de Roma como signo de unidad entre los cristianos.
Así lo expuso ante el Sínodo de los Obispos el archimandrita Ignatios D. Sotiriadis, consejero de la Representación de la Iglesia de Grecia ante la Unión Europea, al tomar la palabra este sábado ante la asamblea sinodal sobre la Palabra de Dios.
Su relación ha sido la más aplaudida en la primera semana de intervenciones en el aula del Sínodo.
«Santidad -dijo–: ¡Nuestra sociedad está cansada y enferma! ¡Busca pero no encuentra! ¡Bebe pero no se sacia! ¡Exige de nosotros, los cristianos (católicos, ortodoxos, protestantes, anglicanos), un testimonio común, una voz unida! ¡Esta es nuestra responsabilidad como pastores de las Iglesias en el siglo XXI!».
De este modo presentó «la misión primaria, histórica y extraordinaria, del primer obispo de la cristiandad, quien preside en la caridad, y sobre todo, de un Papa que es Magister Theologiae (maestro de teología, ndt.): ¡ser signo visible y paterno de unidad y guiar, bajo la guía del Espíritu Santo y según la Sagrada Tradición, con sabiduría, humildad y dinamismo, junto a todos los obispos del mundo, co-sucesores de los apóstoles, a toda la humanidad a Cristo Redentor!»
«¡Este es el deseo profundo de quien alberga en el corazón la nostalgia dolorosa de la Iglesia no dividida, Una, Sancta, Catholica et Apostolica! Así como de quien, en un mundo si Cristo, le dirige, con pasión, con confianza filial y fe, una vez más, el grito de los apóstoles: Señor, ¿con quién iremos? ¡Tú sólo tienes palabras de vida eterna!», el archimandrita.
Hablando del tema de la asamblea, el «delegado fraterno» ante el Sínodo reconoció que «la historia de la cristiandad está llena de crímenes, pecados y errores. ¡Entonces, se plantea siempre el problema de la interpretación auténtica de la Palabra de Dios!»
«No son suficientes, por desgracia, las buenas intenciones para guiar al pueblo de Dios hacia el Reino prometido. Es necesaria la metanoia y la metamorfosis de nuestros débiles corazones», recalcó.
En este contexto, concluyó, «la Iglesia vive de la fuente de la vida que es la Sagrada Escritura. Enseña a la Europa secularizada y a la Ecumene descristianizada el amor por la Creación en peligro, el perdón y la reconciliación con quien quiere comenzar una nueva vida, el respeto por toda persona humana hecha a imagen de Dios, así como la paz, la justicia, la igualdad entre el hombre y la mujer, judío o griego…».