Homilía del Papa al canonizar a cuatro santos

El domingo, 12 de octubre

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 13 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI este domingo durante la celebración eucarística de canonización de los beatos Gaetano Errico, presbítero, fundador de los Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y María; María Bernarda (Verena) Bütler, fundadora de la Congregación de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora; Alfonsa de la Inmaculada Concepción (Anna Muttathupadathu), de la Congregación de las Franciscanas Clarisas; y Narcisa de Jesús Martillo Morán, laica.

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Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, cuatro nuevas figuras de santos han sido propuestas a la veneración de la Iglesia universal: Gaetano Errico, Maria Bernarda Bütler, Alfonsa de la Inmaculada Concepción y Narcisa de Jesús Martillo Morán. La liturgia nos las presenta con la imagen evangélica de los invitados que participan en el banquete revestidos con el traje nupcial. La del banquete es una imagen que encontramos también en la primera Lectura y en otras páginas de la Biblia: es una imagen jubilosa porque el banquete acompaña la celebración de una boda, la Alianza de amor entre Dios y su Pueblo. Hacia esta Alianza los profetas del Antiguo Testamento orientaron constantemente la espera de Israel. En una época marcada por pruebas de todo tipo, cuando las dificultades estaban a punto de desalentar al Pueblo elegido, he aquí que se elevó la voz tranquilizadora del profeta Isaías: «Hará el Señor a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados» (25, 6). Dios pondrá fin a la tristeza y a la vergüenza de su Pueblo, que finalmente podrá vivir feliz en comunión con Él. Dios no abandona jamás a su pueblo: por esto el profeta invita al júbilo: «Ahí tenéis a nuestro Dios: esperamos que nos salve; éste es el Señor en quien esperábamos; nos regocijamos y nos alegramos por su salvación» (v. 9).

Si la primera Lectura exalta la fidelidad de Dios a su promesa, el Evangelio con la parábola del banquete nupcial nos hace reflexionar sobre la respuesta humana. Algunos invitados de la primera hora rechazaron la invitación porque estaban ocupados en distintos asuntos; otros incluso despreciaron la invitación del rey provocando un castigo que cayó no sólo sobre ellos, sino sobre toda la ciudad. Sin embargo, el rey no se desanima y envía a sus siervos a buscar a otros comensales que llenen la sala de su banquete. De esta forma, el rechazo de los primeros tuvo como efecto que la invitación se extendiera a todos, con una predilección especial por los pobres y los desheredados. Es lo que ha ocurrido en el Misterio pascual: la arrogancia del mal ha sido derrotada por la omnipotencia del amor de Dios. El señor resucitado ya puede invitar a todos al banquete del júbilo pascual, proporcionando Él mismo a los comensales los vestidos nupciales, símbolo del don gratuito de la gracia santificante.

Pero a la generosidad de Dios tiene que responder la libre adhesión del hombre. Es este precisamente el camino generoso que han recorrido también quienes hoy veneramos como santos. En el bautismo ellos recibieron el traje nupcial de la gracia divina, lo han conservado puro o lo han purificado y vuelto espléndido a lo largo de sus vidas mediante los Sacramentos. Ahora forman parte del banquete nupcial del Cielo. De la fiesta final del Cielo es una anticipo el banquete de la Eucaristía, al que el Señor nos invita cada día y en el que debemos participar con el traje nupcial de su gracia. Si alguna vez se mancha o se estropea con el pecado este vestido, la bondad de Dios no nos rechaza ni nos abandona a nuestro destino, sino que nos ofrece con el sacramento de la Reconciliación la posibilidad de conseguir íntegramente el traje nupcial necesario para la fiesta.

El ministerio de la Reconciliación es, así pues, un ministerio siempre actual. A éste el sacerdote Gaetano Errico, fundador de la Congregación de los Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y María, se dedicó con diligencia, asiduidad y paciencia, sin negarse jamás y sin ahorrar esfuerzos. Él se inscribe de esta forma entre las figuras extraordinarias de presbíteros que, incansables, han hecho del confesionario el lugar para dispensar la misericordia de Dios, ayudando a los hombres a encontrarse a sí mismos, a luchar contra el pecado y a avanzar en el camino de la vida espiritual. La calle y el confesionario fueron los lugares privilegiados de la acción pastoral de este nuevo santo. La calle le permitía encontrar a las personas a las que solía dirigir su habitual invitación: «Dios te quiere, ¿cuándo nos vemos?», y en el confesionario les hacía posible el encuentro con la misericordia del padre celestial. ¡Cuántas heridas del alma salvó de esta forma! ¡A cuántas personas ha llevado a reconciliarse con Dios mediante el Sacramento del perdón! De este modo, san Gaetano Errico se transformó en un especialista de la «ciencia» del perdón, y se preocupó de enseñarla a sus misioneros a quienes aconsejaba: «Dios, que no quiere la muerte del pecador, siempre es más misericordioso que sus ministros; por eso sed todo lo misericordiosos que podáis, porque encontraréis misericordia en Dios».

María Bernarda Bütler, nacida en Auw, en el cantón suizo de Argovia, vivió la experiencia de un amor profundo por el Señor cuando todavía era muy joven. Como dijo, «es casi imposible de explicar a quienes aún no lo han probado personalmente». Este amor llevó a Verena Bütler, como se llamaba entonces, a entrar en el monasterio de las capuchinas de María Auxiliadora de Altstätten, donde con 21 años hizo los votos. A los 40 años recibió su vocación misionera y se fue a Ecuador y luego a Colombia. Por su vida y su compromiso a favor de la gente, el 29 de octubre de 1995 mi venerado predecesor Juan Pablo II la elevó a los altares como Beata.

La Madre María Bernarda, una figura muy recordada y querida sobre todo en Colombia, entendió a fondo que la fiesta que el Señor ha preparado para todos los pueblos está representada de modo muy particular por la Eucaristía. En ella, el mismo Cristo nos recibe como amigos y se nos entrega en la mesa del pan y de la palabra, entrando en íntima comunión con cada uno. Ésta es la fuente y el pilar de la espiritualidad de esta nueva Santa, así como de su impulso misionero que la llevó a dejar su patria natal, Suiza, para abrirse a otros horizontes evangelizadores en Ecuador y Colombia. En las serias adversidades que tuvo que afrontar, incluido el exilio, llevó impresa en su corazón la exclamación del salmo que hemos oído hoy: «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo» (Ps 22, 4). De este modo, dócil a la Palabra de Dios siguiendo el ejemplo de María, hizo como los criados de que nos habla el relato del Evangelio que hemos escuchado: fue por doquier proclamando que el Señor invita a todos a su fiesta. Así hacía partícipes a los demás del amor de Dios al que ella dedicó con fidelidad y gozo toda su vida.»Eliminar la muerte para siempre, el Señor Dios secará las lágrimas de todos los rostros» (Is 25:8). Estas palabras del profeta Isaías contienen la promesa que fue el apoyo de Alfonsa de la Inmaculada Concepción en una vida de extremos sufrimientos psicológicos y espirituales . Esta excepcional mujer, que hoy ofrece al pueblo de India su primera santa canonizada, estaba convencida de que su cruz era el verdadero medio para alcanzar el banquete que el Padre había preparado para ella. Al aceptar la invitación a la fiesta nupcial, y al revestirse con los ropajes de la gracia de Dios a través de la oración y el sufrimiento, ella vivió su vida conforme a la de Cristo y ahora goza del «banquete de alimentos suculentos y vinos refinados» …….(cf. Is 23,6). Ella escribió, «Yo considero un día sin sufrimientos como un día perdido». Ojalá po
damos imitarla al llevar nuestras propias cruces para poder con ella gozar del paraíso.

La joven laica ecuatoriana Narcisa de Jesús Martillo Morán nos ofrece un ejemplo acabado de respuesta pronta y generosa a la invitación que el Señor nos hace a participar de su amor. Ya desde una edad muy temprana, al recibir el sacramento de la Confirmación, sintió clara en su corazón la llamada a vivir una vida de santidad y de entrega a Dios. Para secundar con docilidad la acción del Espíritu Santo en su alma, buscó siempre el consejo y la guía de buenos y expertos sacerdotes, considerando la dirección espiritual como uno de los medios más eficaces para llegar a la santificación. Santa Narcisa de Jesús nos muestra un camino de perfección cristiana asequible a todos los fieles. A pesar de las abundantes y extraordinarias gracias recibidas, su existencia transcurrió con gran sencillez, dedicada a su trabajo como costurera y a su apostolado como catequista. En su amor apasionado a Jesús, que la llevó a emprender un camino de intensa oración y mortificación, y a identificarse cada vez más con el misterio de la Cruz, nos ofrece un testimonio atrayente y un ejemplo acabado de una vida totalmente dedicada a Dios y a los hermanos.

Queridos hermanos y hermanas, agradecemos al Señor el don de la santidad, que hoy resplandece en la Iglesia con especial belleza. Jesús nos invita a seguirlo, como estos Santos, en el camino de la cruz, para recibir luego como herencia la vida eterna que El nos regaló muriendo por nosotros. Que el ejemplo de ellos nos aliente; sus enseñanzas nos orienten y animen; su intercesión nos sostenga en las fatigas cotidianas, para que un día también nosotros lleguemos a compartir con ellos y con todos los santos la alegría del banquete eterno en la Jerusalén celestial. Nos obtenga esta gracia sobre todo María, Reina de todos los santos, que en este mes de octubre veneramos con particular devoción. Amén.

[Traducción distribuida por la secretaría general del Sínodo de los Obispos

© Copyright 2008 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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