Benedicto XVI pone en Pompeya al mundo en manos de María

Visita a la ciudad reconstruida de las cenizas por el beato Bartolo Longo

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POMPEYA, domingo, 19 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI puso este domingo al mundo en manos de María al visitar el santuario de Pompeya, en el sur de Italia.

Uno de los momentos culminantes del duodécimo viaje pastoral a Italia se vivió cuando, tras haber celebrado la eucaristía en la plaza del santuario, dirigió la Súplica a la Virgen del Rosario, escrita por el beato Bartolo Longo, en 1883.

«Piedad hoy imploramos por las naciones descarriadas, por toda Europa, por todo el mundo, para que, arrepentido, vuelva a tu Corazón. Misericordia para todos ¡Madre de Misericordia!», dice la plegaria.

Con palabras del beato, el Papa se dirigió a María diciendo: «Si tú no quisieras ayudarnos, porque somos hijos ingratos y no merecemos tu amparo, no sabríamos a quién dirigirnos».

A continuación, como gesto de amor filial, ofreció a la Virgen una Rosa de oro.

El Papa, quien llegó en helicóptero desde el Vaticano, fue acogido a las diez de la mañana en el santuario por unos 50 mil fieles en fiesta por la tercera visita de un sucesor de Pedro.

Pompeya fue destruida por la lava y la lluvia de cenizas el 24 de agosto del año 79 d.c., durante la erupción del Vesubio.

La nueva Pompeya se erigió 1796 años después, respondiendo a la promesa efectuada en 1872 por el abogado laico Bartolo Longo, de construir una iglesia dedicada a Nuestra Señora del Rosario.

El santuario alberga una imagen de la Virgen a la que se atribuyen cientos de milagros y curaciones.

En la homilía de la celebración eucarística, el Papa evocó la figura del beato Longo, che, como San Pablo, había perseguido a la Iglesia, cuando era «un militante anticlerical, que practicaba incluso el espiritismo y la superstición».

Un hombre que cambió radicalmente porque encontró el «verdadero rostro de Dios», transformando el desierto en el que vivía.

«¡Donde llega Dios, el desierto florece! También el beato Bartolo Longo, con su conversión personal, dio testimonio de esta fuerza espiritual que transforma al hombre interiormente y le hace capaz de hacer grandes cosas según el designio de Dios».

«Esta ciudad por él fundada es, por tanto, una demostración histórica sobre cómo Dios transforma el mundo: llenando de caridad el corazón del hombre», explicó.

«Aquí, en Pompeya, se comprende que el amor por Dios y el amor por el prójimo son inseparables», subrayó.

«Aquí, a los pies de María, las familias vuelven a encontrar o refuerzan la alegría del amor que las mantiene unidas».
 
El secreto de Pompeya, según el Papa, es el Rosario: «Esta oración nos lleva, a través de María, a Jesús».
 
«El Rosario es oración contemplativa, accesible a todos: grandes y pequeños, laicos y clérigos, cultos o poco instruidos».

«El Rosario es ‘arma’ espiritual en la lucha contra el mal, contra la violencia, por la paz en los corazones, en las familias, en la sociedad y en el mundo», aseguró.
 
Tras la misa y el Ángelus, el Papa almorzó con los obispos de Campania (la región italiana de Nápoles).

Después visitó los restos de Bartolo Longo, y dirigió, en torno a las cinco de la tarde, el rezo del Rosario en el santuario, ofreciendo una meditación en la que propuso a los presentes, entre quienes había numerosos religiosos y religiosas, ser apóstoles del Rosario.

Posteriormente subió a la escalerilla del helicóptero para regresar a Roma cuando el sol se ponía en la Ciudad Eterna.

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ZENIT Staff

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