Venezuela: La familia, formadora de valores humanos y cristianos

Mensaje del responsable en la Conferencia Episcopal

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CARACAS, martes, 28 octubre 2008 (ZENIT.org).- El obispo presidente de la Comisión Episcopal de Familia e Infancia de Venezuela Ramón Linares, obispo de Barinas, ha dirigido un mensaje para la Campaña del abrazo en familia de este año.

Con el lema «La familia, formadora de valores humanos y cristianos», la campaña, según el prelado se traduce en que «se hace cada vez más común una mayor conciencia sobre los valores en la familia y en la sociedad».

«Esta conciencia –añade monseñor Linares– nos remite a la esencia misma del ser humano en quien pugnan dos tendencias naturales y propias de toda persona, las puramente biológicas, que responden a exigencias de los sentidos, como el placer, el poder y toda forma de relación centrada en el provecho personal sin referencia alguna a principios superiores del espíritu. La otra tendencia es la espiritual y racional fundada en su condición de ser racional, inteligente y espiritual».

Las tendencias de orden biológico, explica el responsable de la pastoral familiar «se manifiestan como realidades presentes, encajadas en la carne, son realidades que se miran y se sienten al alcance de la mano y que implican una constante  tendencia por la oferta de inmediato disfrute».

De aquí, indica el pastor, «surge la advertencia de San Pablo: ‘No estamos sujetos al desorden egoísta del hombre, para hacer de ese desorden nuestra regla de conducta’ (Rom 8, 11-13). La meta de quien se somete a esta regla es su autodestrucción».

En cambio, subraya, «cuando se habla del orden superior del hombre, inteligencia, voluntad, no se suele hablar de hechos que están allí como en un mercado libre de ofertas, sino que se habla comúnmente de una ‘facultad’, que es lo que hace al ser humano, persona, capaz de convertir al hombre y a la mujer en ‘señor’ y ‘señora’ de toda realidad creada».

Según el prelado venezolano «toda la realidad que responde a ese orden superior y cae bajo el concepto ‘valor’ requiere que la persona sea capaz de percibirla como un valor, o sea como algo que vale la pena adquirirlo aunque haya que renunciar a cualquier otra cosa considerada de menor relevancia».

En este sentido, recuerda la parábola de la perla o del tesoro escondido (Mt 13,44). El valor, añade, «puede hacer referencia a una  cosa o realidad considerada de gran estima, realidad que puede ser externa a la misma persona, pero fundamentalmente es algo que afecta su propio ser interior como la amistad, la fe religiosa, las virtudes humanas ò cristianas». De mayor significación, subraya, «es aquel valor que la persona considera necesario para crecer como persona y hacerse digna de estima y del respeto de los demás».

Los valores, dice el pastor, «en cuanto se fundamentan en una realidad ontológica, o sea, en lo que el valor es por su naturaleza, por  su verdad natural, tienen su propio valor intrínseco que no depende de la consideración subjetiva. Decimos que el verdadero valor tiene su fundamento en la verdad y la ética y por tanto es de validez universal y de fácil comprensión».

Una sentencia evangélica puede servir de ejemplo: «No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti». A pesar de que pudiera parecer  fácil  y universal, su apreciación, indica monseñor Linares, «es subjetiva, porque depende de cómo lo considera cada persona concreta. Cada persona tiene antecedentes familiares, un entorno social, o condicionamientos de una ideología o de una cultura, etc». 

Por ello, algo que hoy preocupa a la Iglesia «es la pérdida bastante general de la capacidad de recta valoración racional, espiritual y se usa como única guía de valoración  lo sensorial, el provecho material, lo que conduce a la relativización de los valores». Cosas que para unos son un valor, como el honor, la honestidad, la verdad, para otros lo son la astucia, el cálculo, el robo.

La familia, la sociedad, la escuela, constituyen el medio natural para la transmisión de los valores propios de la persona humana, creada para vivir en familia y en sociedad, explica.

«También los medios actuales de comunicación son poderosos vehículos de transmisión de valores, pero generalmente valores, que a la postre terminan en ser antivalores por estar condicionados al provecho inmediato propio de una sociedad hedonista, utilitarista e inmediatista sin principios trascendentes», apostilla.

«¿Con qué criterio de valor puede considerarse la acción de un profesor que vende las notas de un examen? ¿Un niño que lleva a casa un peluche y sus padres no preguntan cómo lo consiguió? ¿Un jefe de oficina que se pone a vivir con su secretaria a escondidas de su esposa? ¿Será deshonestidad o simplemente astucia?», se pregunta el prelado.

La mayoría de los valores que sirven para guiar la conducta humana, si no todos, son valores adquiridos y se adquieren básicamente en la familia, afirma.

«Con toda razón –recuerda- la Iglesia la ha calificado como la primera e insustituible escuela, de allí que el gran esfuerzo de la pastoral familiar consista en restituir a la familia la capacidad transmisora de valores»

¿Cómo lo hace? «Generalmente –responde– la familia concibe, construye y vive sus propios valores. En primer lugar construye su propio laboratorio social: el niño aprende como vivir en familia y en sociedad y ambas deben estar en capacidad de construir y afianzar sus valores. De igual manera lon los valores necesarios para vivir en ellas como seres humanos nadie tiene derecho a quejarse de que la familia y la comunidad se conviertan en un infierno, donde la persona más cercana pueda considerarse un enemigo o un peligro», advierte.

«En consecuencia –concluye– si el objetivo es recuperar o robustecer la capacidad de la familia como educadora de valores, estimulemos a todos: padres, madres, maestros y agentes de pastoral familiar un trabajo mancomunado durante toda esta semana dedicada a la familia».s valores de: verdad, amabilidad, diálogo, honestidad, comprensión y respeto solo entran a formar parte de la vida de un niño cuando la familia es capaz de transmitirlo en su propio núcleo familiar».

«Si la familia, la escuela y la sociedad no transmiten los valores necesarios para vivir en ellas como seres humanos nadie tiene derecho a quejarse de que la familia y la comunidad se conviertan en un infierno, donde la persona más cercana pueda considerarse un enemigo o un peligro», advierte.

«En consecuencia –concluye– si el objetivo es recuperar o robustecer la capacidad de la familia como educadora de valores, estimulemos a todos: padres, madres, maestros y agentes de pastoral familiar un trabajo mancomunado durante toda esta semana dedicada a la familia».

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ZENIT Staff

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