La Cristiada mexicana, ¿guerra de religión?

Entrevista con el historiador Jean Meyer

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QUERÉTARO, jueves, 20 noviembre 2008 (ZENIT.org-El Observador).- La voz más autorizada para hablar de la Cristiada en México (el conflicto entre el pueblo católico y el gobierno anticlerical que se llevó a cabo de 1926 a 1929), es, sin duda alguna, el historiador francés Jean Meyer (Niza, 1942), quien con su investigación en México, a mediados de la década de 1960, pretendía hacer visible un acontecimiento que parecía estar sepultado en el silencio.

A casi ochenta años de «los arreglos» que permitieron la convivencia entre la Iglesia y el Estado, el investigador y docente del Centro de Investigaciones y Docencias Económicas (CIDE) habla a ZENIT-El Observador sobre este complejo episodio nacional.

–¿Qué le llamó la atención de este episodio conocido como la Cristiada para dedicarle tantos años de estudio?

–Jean Meyer: Cuando inicié la investigación (en 1965) para preparar mi tesis de doctorado me parecía que a los cristeros se les había privado de la justicia, la gloria, la historia. Y era verdaderamente así. En esa época no se podía hablar en México de cristeros.

–¿Cuáles eran las razones para mantener en silencio la Guerra Cristera?

–Jean Meyer: Cuando llegué a México, el conflicto religioso en su etapa armada era un acontecimiento reciente; además es sabido que una pequeña guerrilla siguió operando hasta 1942, cuando la Iglesia deslegitimó todos los alzamientos armados por motivos religiosos; se entiende que el asunto de la cristiada era todavía muy sensible para la memoria colectiva.

En alguna ocasión el entonces arzobispo de México, el cardenal Miguel Darío Miranda, me dijo que bajo las cenizas la brasa aún estaba encendida y que fácilmente se podía reavivar el incendio. En parte es comprensible la reacción de prudencia por parte de los eclesiásticos que consideraban que la cristiada pertenece a un pasado demasiado reciente, que las relaciones con el estado habían mejorado, pero seguían siendo frágiles, y que no ese debía comprometer un modus vivendi que funcionaba bien, pero que no correspondía a la letra de la Constitución. Entre los intelectuales laicos, en cambio, creo que pesaba la consideración de un país que había sido lacerado, de un México profundamente dividido y, por consiguiente, una especie de reflejo que aconsejaba no tocar una materia desagradable.

–¿Se  trataba de prudencia política, una paz simulada?

–Jean Meyer: Creo que puedo decir que aquí intervienen tres factores: prudencia política, insuficiencia cultural como resultado de cincuenta años de silencio por parte de la Iglesia, y cierto rencor que había entre algunas personas que eran favorables a la insurrección cristera y que tenían un resentimiento hacia la Iglesia, porque se sentían traicionadas; o bien, desde los que habían sido siempre contrarios a la insurrección y acusaban a la Iglesia de haber sido cómplice de la sublevación. Por ello, es más sensato hablar de tres razones subyacentes a la incomodidad general en las maneras de abordar la Cristiada.

–Todavía hay voces que quieren escatimar el factor religioso en la lucha cristera…

–Jean Meyer: Para algunas personas el factor religioso fue la única causa que determinó la sublevación armada. Para otros, la persecución religiosa fue un pretexto: eran bandidos, políticos, revolucionarios también, que en aquel momento estaban derrotados o marginados, y que vieron en el conflicto una ocasión para un desquite. Sin embargo, para muchas personas, la suspensión del culto fue la gota que derramó el vaso: gente que durante muchos años venía sufriendo el caos de la revolución mexicana y que lo habría seguido soportando, que no se habría rebelado; u otros que hasta aquel momento no estaban en absoluto movilizados, organizados ni menos aún, alzados en armas. Para éstos el factor religioso fue decisivo.

Hoy en día, historiadores y sociólogos de diferente filiación política reconocen que la Cristiada fue un movimiento popular, y que el aspecto religioso era una motivación importante y sincera del movimiento insurreccional.

Yo creo que el factor religioso fue el más determinante. Se puede decir con certeza que no fue la única causa, pero sí la más importante. Sin ella no habría habido sublevación armada, así como se puede decir sin temor a equivocarse que el presidente Calles no había previsto las consecuencias de lo que hacía cuando puso en marcha el mecanismo que después llevó a la rebelión de los cristeros y a una interminable y trágica guerra. Ni siquiera el Papa lo sabía; el mismo gobierno de la Iglesia universal estaba tan dividido como la Iglesia mexicana. Los obispos mexicanos no sabían qué hacer ante la nueva situación.

–En un intento de catarsis y reconciliación nacional se habla de colocar la Cristiada en su justa dimensión, de recuperar la memoria histórica y cultural, ¿Qué beneficio nos trae como pueblo y qué riesgos entraña?

–Jean Meyer: Hay que tener cuidado con la llamada recuperación de la memoria cultural, porque me parece que persigue transmitir el enfrentamiento, perpetuar la lucha en el presente, en vez de secar las raíces del conflicto. Desde luego no estoy a favor del olvido, y puedo decirlo con la conciencia tranquila, después de haber trabajado como historiador para que los cristeros ocupen el lugar que les corresponde en el siglo XXI y en la historia de la Iglesia. Pero, de igual manera no quiero que esa memoria cultural sirva para perpetuar una cultura del conflicto y de las divisiones entre los mexicanos.

No hay que olvidar que fue una prueba terrible para los mexicanos. Es justo que deba conocerse la memoria cultural, conservar y hasta transmitir esos hechos; sin embargo el odio y el rencor no deben cultivarse.

Por Gilberto Hernández García

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ZENIT Staff

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