JERUSALÉN, jueves, 20 noviembre 2008 (ZENIT.org).- La petición de la Santa Sede de no pronunciar el nombre bíblico de Dios, «Yahvé», constituye un nuevo gesto de respeto por el pueblo judío y permite comprender mejor la fe cristiana.
Así lo explica el padre Michel Remaud, director del Instituto Albert Decourtray (http://www.institut-etudes-juives.net), instituto cristiano de estudios judíos y de literatura hebrea, en Jerusalén, en una declaración hecha a ZENIT para dar a comprender la trascedencia de la decisión vaticana.
El Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios, celebrado en octubre, recordó la carta enviada este verano por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos a las conferencias episcopales del mundo en la que pide no usar el término «Yahvé» en las liturgias, oraciones y cantos.
La misiva explica que este término debe traducirse de acuerdo al equivalente hebreo «Adonai» o del griego «Kyrios»; Señor en español) (Cf. Zenit, 11 de septiembre de 2008).
En síntesis, explica el experto, «hoy, el nombre divino ya no se pronuncia nunca», y aclara como llegó el pueblo judío a esta práctica basándose en la tradición judía, y en especial en la Mishná, cuerpo exegético de leyes judías compiladas, que recoge y consolida la tradición oral judía desarrollada durante siglos desde los tiempos de la Torá o ley escrita, y hasta su codificación, hacia finales del siglo III.
«Hasta cerca del año 200 antes de nuestra era, el nombre divino era pronunciado todas las mañanas en el templo en la bendición sacerdotal: ‘El Señor te bendiga y te guarde; el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz’ (Números 6, 24-26)», comienza recordando el experto.
En el contexto del origen de esta fórmula, el versículo siguiente añade: «Que invoquen así mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré».
«La Mishná precisa que el nombre era pronunciado en el templo ‘como está escrito’, mientras que se usaba otra denominación (Kinuy) en el resto del país. A partir de una cierta época, se deja de pronunciar el nombre divino en la liturgia diaria del templo. El Talmud da a entender que se toma esta decisión para evitar que algunos hicieran del nombre un uso mágico», explica el experto.
Según las fuentes del padre Remaud, «a partir de la muerte del gran sacerdote Simón el Justo, hacia 195 antes de nuestra era, se deja de pronunciar el nombre divino en la liturgia diaria».
El erudito compara el testimonio del Talmud con el del libro de Ben Sira (el Eclesiástico).
Simón el Justo es evocado en él, en el capítulo 50, al término de un largo pasaje (capítulos 44-50), donde se hace memoria de todos los «hombres ilustres» desde Enoc, pasando por los patriarcas, Moisés, David, Elías, etc.
Esta enumeración acaba deteniéndose en el gran sacerdote Simón, descrito ampliamente en la gloria de la majestad del ejercicio de sus funciones. Esta descripción culmina en la pronunciación del nombre divino, que aparece así como la conclusión de estos siete capítulos: «Entonces bajaba y elevaba sus manos sobre toda la asamblea de los hijos de Israel, para dar con sus labios la bendición del Señor y tener el honor de pronunciar su nombre. Y por segunda vez todos se postraban para recibir la bendición del Altísimo» (Eclesiástico 50, 20-21).
A partir de Simón el Justo y hasta la ruina del templo, el nombre sólo se escuchaba «como se escribe» en la liturgia del Yom Kipur, en el templo de Jerusalén, donde el gran sacerdote lo pronunciaba diez veces al día, sigue explicando Remaud.
«Los ‘cohanim’ [descendientes de Aarón] y el pueblo presente en el atrio, cuando oían el nombre explícito de la boca del gran sacerdote, se arrodillaban, se prosternaban con el rostro a tierra diciendo: ‘bendito sea el nombre glorioso de su reino por siempre'».
La Mishná no dice que el gran sacerdote pronunciaba el nombre divino sino que el nombre «salía de su boca», aclara.
Parece además que, hacia finales del periodo del segundo templo, el gran sacerdote ya sólo pronunciaba el nombre en voz baja, como explica un recuerdo de infancia del rabino Tarphon (siglos I-II), que cuenta que, incluso aguzando el oído, no habría podido escuchar el nombre.
La fórmula del Éxodo, «Este es mi nombre para siempre» (Éxodo 3,15), mediante un juego de palabras en hebreo, es interpretada por el Talmud de Jerusalén: «Este es mi nombre para estar escondido».
Según esta evolución, «hoy, el nombre divino no se pronuncia nunca –explica el sacerdote católico–. En el oficio de la sinagoga del Yom Kipur, que reemplaza la liturgia del templo por la recitación de lo que tenía lugar cuando el templo existía, la gente se prosterna en la sinagoga cuando se recuerda –sin pronunciarlo– que el gran sacerdote pronunciaba el nombre divino».
El sacerdote se atreve a sacar una conclusión de este repaso histórico, advirtiendo que se trata de una posición personal.
«Se sabe que el Nuevo Testamento y los primeros cristianos, denominando a Jesús con el término «Señor» (Kyrios), le aplicaron deliberadamente el término utilizado en griego para traducir el nombre divino», explica.
«En la tradición litúrgica del judaísmo, este nombre divino no era pronunciado más que en la liturgia del perdón de los pecados, el día del Kipur. Podría verse una alusión a esta tradición y al poder purificador del Nombre, en este versículo de la primera epístola de san Juan: ‘se os han perdonado los pecados por su nombre’ (1 Juan 2, 12)», concluye.
La conclusión del experto coincide con la del Vaticano, pues la carta de la Congregación para el Culto Divino explica que la tradición de traducir «Yahvé» por Señor «es importante para entender a Cristo», ya que el título de «Señor» se vuelve «intercambiable entre el Dios de Israel y el Mesías de la fe cristiana».
Traducido del francés por Nieves San Martín