MADRID, sábado, 6 diciembre 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la meditación que ha escrito el sacerdote Jesús de las Heras Muela, director de la revista Ecclesia, con motivo de la solemnidad de la Inmaculada Concepción.
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El lunes 8 de diciembre, es una de las fiestas cristianas más hermosas del año. Hoy celebramos la Inmaculada Concepción de María. Es la fiesta de la Purísima, de la Concebida, de la Sin Pecado, el más bello título, el más hermoso privilegio, el más extraordinario don de Dios a una criatura humana.
Es la fiesta de Dios y la fiesta del género humano. Porque Dios quiso para sí y para una humanidad que uno de nosotros, que una de nosotros, fuese Inmaculada -libre de mancha y de pecado- en su concepción y durante toda su vida. Ella es María de Nazaret, ella es la Madre de Jesucristo, la Madre de la Iglesia, mi Madre, tu Madre, nuestra Madre.
Este dogma y gracia de la Inmaculada Concepción de María es quizás el misterio mariano que más y mejor ha calado en el corazón de nuestro pueblo cristiano. Basta abrir los ojos y contemplar el arte esplendoroso en pintura y en talla dedicado a la Concepción de María, objeto también de bellísimas creaciones literarias y poéticas. Basta comprobar también el fervor y el amor que esta fiesta de hoy concita en celebraciones sentidas, multitudinarias y llenas de gozo, de fiesta y de esperanza.
Y por eso el pueblo fiel le canta: «¡Eres más pura que el sol, las estrellas que ocultan los mares! Ella sola entre tantos mortales del pecado de Adán se libro. ¡Salve, salve, cantad a María: Qué más pura que tú solo Dios! Y en el cielo una voz repetía: ¡más que tú, solo Dios, solo Dios!».
El significado y contenido de la fiesta de hoy, la Inmaculada Concepción, queda espléndidamente expresado en las oraciones y textos que nos ofrece la liturgia de la Iglesia. Así, en el prefacio de la misa de hoy, rezamos; «Por que preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original; para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de tu hijo y comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura. Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera al Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad».
El don inmenso, pues, de la Inmaculada Concepción tiene como tres razones y causas: ser la digna morada de Jesucristo, mostrarnos el plan de salvación de Dios -en previsión de la muerte redentora de su Hijo- y la precisa colaboración a él e indicarnos la necesidad de combatir y de alejar de nosotros el pecado. Para testimoniar la grandeza y la pureza del Amor de Dios y un día nos presentemos ante El limpios de nuestras culpas.
Buen día de la Inmaculada, amigos. Buenos días del amor de Dios en María, el orgullo del género humano. A Ella, patrona de España desde mitad del siglo XVIII, le encomendamos nuestra nación y a todas las personas e instituciones que llevan su nombre y están puestas bajo su patronazgo. Buenos días.