CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 6 diciembre 2008 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras pronunciadas ante el Papa Benedicto XVI por el presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, monseñor Alejandro Goic Karmelic, obispo de Rancagua, durante la visita ad limina apostolorum, el 4 de diciembre de 2008.
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Querido Santo Padre:Con inmensa alegría hemos llegado hasta la morada de los apóstoles Pedro y Pablo, sede del Vicario de Jesucristo, para expresarle nuestra plena comunión y para confirmarnos en la fe.
Venimos después de cinco días de Retiro Espiritual en Tierra Santa, don de Dios para todos nosotros. Contemplamos al Señor, nuestro Único Salvador, en la tierra que lo vio nacer, crecer, y donde anunció su Reino. En la tierra donde fue crucificado y donde resucitó.
Parafraseando a Juan Pablo II podemos decir: «Algo nuestro se quedará, tierra santa, te quedará nuestro silencio. Y mientras tanto te llevamos dentro para ser como tú, lugar de testimonio. Nos vamos, pero marchamos como testigos, nos vamos para atestiguar lo que ha pasado a través de los milenios».
Como humildes servidores de la Iglesia que peregrina en Chile, somos portadores del saludo y afecto de nuestro pueblo. En diversas ocasiones, como la canonización de san Alberto Hurtado, la visita de la Presidenta de la República o la ocurrencia de episodios dolorosos para nuestra patria, los chilenos hemos sabido de su preocupación y cariño de pastor, que agradecemos en nombre de nuestros compatriotas.
Una especial gratitud nos motiva en estos meses, al cumplirse los treinta años del inicio de la Mediación de la Santa Sede en el conflicto limítrofe con Argentina. La historia sabrá reconocer la valiosísima labor cumplida entonces por representantes vaticanos, y que hizo posible que las vías de la razón y del diálogo abrieran camino a la paz con la hermana nación, paz que nuestros pueblos anhelaban y anhelan con todo su ser.
En ésta, la primera visita ad limina apostolorum que realizamos obispos chilenos durante su Pontificado, queremos agradecer su Magisterio, que se traduce en enseñanzas de extraordinaria vigencia en medio de las realidades que vivimos. Un regalo singular para nuestra Iglesia han sido sus encíclicas Dios es amor y Salvados en Esperanza, y la exhortación apostólica sobre la Eucaristía Sacramento de la Caridad, textos que han sido savia renovadora para nuestras comunidades, en tareas siempre desafiantes: conocer cada día más y mejor a Jesucristo; nutrirse espiritualmente en una asidua vida sacramental, fuente inagotable de la gracia de Dios; comunicar en sus ambientes y a través del testimonio personal, la gran riqueza del Evangelio, «para que nuestros pueblos tengan Vida». Para nosotros, en nuestro servicio en Chile, también ha sido fundamental su enseñanza, que agradecemos vivamente, en temas de tanta trascendencia como la laicidad y autonomía de lo temporal, fe y política, fe y cultura.
Traemos hasta acá, Santo Padre, la realidad de los grupos humanos cuyo cuidado pastoral nos ha sido confiado. Un país que se prepara para celebrar doscientos años de vida independiente, dando pasos importantes para superar momentos de dolor y división, y tratando de encarar las grandes deudas de nuestra sociedad hacia los más pobres y vulnerables. Sentimos que nuestra palabra profética, guiada por la Enseñanza Social de la Iglesia, ha sido y sigue siendo un deber inexcusable, en favor de una promoción humana integral, sustentada en el respeto a la vida y la dignidad de la persona.
Santo Padre, le presentamos hoy nuestras Iglesias particulares, en sus 27 jurisdicciones, que procuran ser luz y sal en medio de sus culturas. Actualmente, nuestras comunidades están viviendo un especial momento de gracia: este «nuevo Pentecostés» que ha significado el acontecimiento de Aparecida, la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe, hoy se traduce en una Misión Continental, que en Chile emprendemos con vivo entusiasmo, encarnando en ella nuestras recientes Orientaciones Pastorales 2008-2012.Con gozo y esperanza queremos compartirle, Santo Padre, que, progresivamente, las comunidades de nuestra Iglesia han ido asumiendo como propio el reto fundamental que los pastores en Aparecida nos invitan a afrontar: «mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste» (1).
Sí, Santo Padre, no tenemos otro tesoro que la grandeza de experimentar en nuestras vidas al Dios-en-nosotros que comparte nuestra humanidad, que nos muestra al Padre y nos proclama la Buena Noticia de la Salvación, da sentido a nuestra vida y respuesta frente a las angustias de nuestros contemporáneos.
Por eso recordamos con viva pasión sus palabras inaugurales de la conferencia de Aparecida: «sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. La verdad de esta tesis resulta evidente ante el fracaso de todos los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis» (2). Esta Visita nos confirma que el gran servicio que la Iglesia puede aportarle a Chile es precisamente ése: entregarle al Señor, nuestro mayor tesoro. En nuestro país este impulso misionero que brota de Aparecida se ha traducido en las Orientaciones Pastorales que marcarán el caminar de nuestra Iglesia por los próximos cinco años. Creemos firmemente en la acción del Espíritu Santo que se manifiesta en diversas instancias fraternas y participativas, como sínodos y asambleas en diócesis y a nivel nacional, y cuyos frutos se hacen evidentes en estas mismas Orientaciones y en la propia vida de nuestras Iglesias diocesanas.
Quisiéramos evocar, en este momento de comunión con nuestro Pastor y con la Iglesia Universal, a hombres y mujeres nacidos en nuestra tierra y cuyas vidas de santidad nos han mostrado caminos certeros de encuentro pleno con Jesucristo. Teresa de Los Andes, joven mística; Alberto Hurtado, apóstol de la espiritualidad cristiana y de la justicia social; Laurita Vicuña, niña creyente que ofrece su vida por la salvación de su madre; Ceferino Namuncurá, hijo de las comunidades originarias del sur de Chile; y nuestro hermano en el Episcopado, Mons. Francisco Valdés Subercaseaux, cuya causa de beatificación avanza por la gracia de Dios y para regocijo de nuestra Iglesia. En la fe de estos testigos del Evangelio, y de tantos otros que supieron ser discípulos misioneros de Jesucristo en las realidades que les tocó vivir, confirmamos también la fe nuestra junto al Pastor Universal.
Santo Padre, agradecemos su acogida, su oración, su palabra iluminadora. Lo hacemos con renovada fe, con gozo y esperanza. En estos días, que Chile consagra como «Mes de María», por su intercesión confiamos al Señor su Ministerio y el nuestro, para bien de la Iglesia, e imploramos su bendición apostólica.
NOTAS:
(1) Documento conclusivo de Aparecida, n.º 14
(2) Benedicto XVI, Discurso Inaugural de la V Conferencia en Aparecida, n.º 3