Benedicto XVI: Jesús tenía un secreto

Palabras con motivo del Ángelus

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 1 de febrero de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este domingo al rezar la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.

* * *

 

Queridos hermanos y hermanas:

Este año, en las celebraciones dominicales, la liturgia nos propone meditar en el Evangelio de san Marcos, que se caracteriza en particular por el «secreto mesiánico», es decir, el hecho de que Jesús no quiere que por el momento se sepa, fuera del grupo restringido de los discípulos, que Él es el Cristo, el Hijo de Dios. Por eso, en varias ocasiones, exhorta tanto a los apóstoles como a los enfermos que cura a no revelar a nadie su identidad. Por ejemplo, el pasaje evangélico de este domingo (Marcos 1, 21-28) habla de un hombre poseído por el demonio, que de repente se pone a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios». Y Jesús le conmina diciendo: «Cállate y sal de él». E inmediatamente, constata el evangelista, el espíritu maligno, con gritos desgarradores, salió de aquel hombre. Jesús no sólo echa a los demonios de las personas, liberándolas de la peor esclavitud, sino que impide a los demonios mismos que revelen su identidad. E insiste en este «secreto», pues está en juego el éxito de su misma misión, de la que depende nuestra salvación. Sabe, de hecho, que para liberar a la humanidad del dominio del pecado, tendrá que ser sacrificado en la cruz como un auténtico Cordero pascual. El diablo, por su parte, trata de distraerle para desviarle hacia la lógica humana de un Mesías poderoso y lleno de éxito. La cruz de Cristo será la ruina del demonio, y por este motivo Jesús no deja de enseñar a sus discípulos que para entrar en su gloria debe sufrir mucho, ser rechazado, condenado y crucificado (Cf. Lucas 24, 26), pues el sufrimiento forma parte de su misión.

Jesús sufre y muere en la cruz por amor. De esta manera, ha dado sentido a nuestro sufrimiento, un sentido que muchos hombres y mujeres de todas las épocas han comprendido y han hecho propio, experimentando serenidad profunda incluso en la amargura de duras pruebas físicas y morales. Precisamente «la fuerza de la vida en el sufrimiento» es el tema que los obispos italianos han escogido para el acostumbrado mensaje con motivo de esta Jornada para la Vida. Me uno de corazón a sus palabras, en las que se experimenta el amor de los pastores por la gente, y la valentía para anunciar la verdad, el valor para decir con claridad, por ejemplo, que la eutanasia es una falsa solución al drama del sufrimiento, una solución que no es digna del hombre. La verdadera respuesta no puede ser la de provocar la muerte, por más «dulce» que sea, sino testimoniar el amor que ayuda a afrontar el dolor y la agonía de manera humana. Podemos estar seguros: ninguna lágrima, ni de quien sufre ni de quien está a su lado, se pierde ante Dios.

La Virgen María custodió en su corazón de madre el secreto de su Hijo, compartió el momento doloroso de la pasión y de la crucifixión, apoyada por la esperanza de la resurrección. Le encomendamos a ella a todas las personas que sufren y a quien se compromete diariamente en apoyarlas, sirviendo a la vida en cada una de sus fases: padres, agentes sanitarios, sacerdotes, religiosos, investigadores, voluntarios, y muchos otros. Rezamos por todos.

[Después de rezar el Ángelus, el Papa añadió:]

Mañana celebraremos la fiesta litúrgica de la Presentación de Jesús en el Templo. Cuarenta días después del nacimiento de Jesús, María y José, le llevaron a Jerusalén, siguiendo las prescripciones de la Ley de Moisés. Cada primogénito, de hecho, según las Escrituras, pertenecía al Señor, y había que rescatarle con un sacrificio. En este acontecimiento se manifiesta la consagración de Jesús a Dios Padre y, unida a ésta, la de María Virgen. Por este motivo, mi querido predecesor, Juan Pablo II, quiso que esta fiesta, en la que muchas personas consagradas emiten o renuevan sus votos, se convirtiera en Jornada de la Vida Consagrada. Mañana por la tarde, por tanto, al final de la santa misa, presidida por el prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, tendré un encuentro con los consagrados y las consagradas presentes en Roma. Invito a todos a dar gracias al Señor por el precioso don de estos hermanos y hermanas nuestros, y a pedirle, por intercesión de la Virgen, muchas nuevas vocaciones, en la variedad de los carismas que conforman la riqueza de la Iglesia.

[A continuación, el Papa saludó en varios idiomas; en español, dijo: ]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana y a todos los que se unen a ella a través de la radio y la televisión. Siguiendo la invitación del salmista, os invito a aclamar al Señor, a darle gracias, bendecir su Nombre y a acoger su Palabra para que no se endurezca nuestro corazón. La Santísima Virgen nos acompaña e intercede por nosotros en esta hermosa misión. Feliz domingo.

[Por último, hablando en italiano, dijo:]

Saludo a los peregrinos de lengua italiana, en particular, al Movimiento para la Vida, a las delegaciones de las Facultades de Medicina y Cirugía de la Universidad de Roma, y a quienes están comprometidos en la defensa y en la promoción del bien fundamental de la vida. Aprecio y aliento el compromiso de la diócesis de Roma en este campo, y dirijo también un cordial saludo cordial con motivo de la «Semana de la Familia», que hoy comenzamos.

[Traducción de Jesús Colina

© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación