CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 8 de abril de 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI invitó este miércoles a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro para la audiencia General, a «entrar en los misterios» del Triduo Santo que comenzará mañana, y que conmemora los misterios de la muerte y la resurrección de Jesús.
Benedicto XVI dedicó la catequesis ante 40 mil peregrinos a profundizar en el significado de lo que la Iglesia celebra estos días, y que constituyen el eje de todo el año litúrgico.
«Que la gracia divina pueda abrir nuestros corazones a la comprensión del don inestimable que es la salvación que nos ha obtenido el sacrificio de Cristo», auguró el Papa a los presentes.
Con su pasión y muerte, Jesús «convirtiéndose en hombre, no dudó en tomar sobre sí las debilidades del ser humano, excepto el pecado, y se adentró hasta la profundidad de la muerte. A este descendimiento en la última profundidad de la pasión y de la muerte sigue después la exaltación, la verdadera gloria del amor que ha ido hasta el final».
«¡Qué maravilloso, y al mismo tiempo sorprendente, es este misterio! Nunca podremos meditar suficientemente esta realidad», afirmó. «La forma divina se escondió en Cristo bajo la forma humana, es decir, bajo nuestra realidad marcada por el sufrimiento, por la pobreza, por nuestros límites humanos y por la muerte».
Este descendimiento «lo condujo hasta esa frontera que es el signo de nuestra finitud, la muerte. Pero todo esto no fue fruto de un mecanismo oscuro o de una fatalidad ciega: fue en cambio una libre elección suya, por generosa adhesión al diseño salvador del Padre».
El Papa recorrió en su catequesis el significado de estos tres días santos, empezando por la Misa Crismal del jueves por la mañana, en la cual los sacerdotes «renuevan también las promesas sacerdotales pronunciadas el día de la Ordenación».
«Este encuentro sacerdotal asume además un significado particular, porque es casi una preparación al Año Santo Sacerdotal, que he convocado con ocasión del 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars».
En la tarde se celebra la Misa in Coena Domini, donde «la Iglesia conmemora la institución de la Eucaristía, el Sacerdocio ministerial y el Mandamiento nuevo de la caridad, dejado por Jesús a sus discípulos».
El Jueves Santo «constituye por tanto una renovada invitación a dar gracias a Dios por el sumo don de la Eucaristía, que hay que acoger con devoción y que adorar con fe viva».
El Viernes Santo es el día de la pasión y la crucifixión del Señor, «el misterio se hace insondable para la razón. Estamos delante a algo que humanamente podría parecer absurdo: un Dios que no sólo se hace hombre, con todas las necesidades del hombre, no sólo sufre para salvar al hombre cargando sobre sí toda la tragedia de la humanidad, sino que muere por el hombre».
«La muerte de Cristo recuerda el cúmulo de dolor y de males que pesa sobre la humanidad de todo tiempo: el peso aplastante de nuestro morir, el odio y la violencia que aún hoy ensangrientan la tierra», explicó el Papa.
Este día no es sólo de tristeza, sino también «un día propicio para volver a levantar nuestra fe, para reafirmar nuestra esperanza y el valor de llevar cada uno nuestra cruz con humildad, confianza y abandono en Dios, seguros de su apoyo y de su victoria».
El Sábado Santo, en cambio, es un día de «recogimiento y silencio», que «conducen a la solemne Vigilia Pascual, madre de todas las vigilias», cuando prorrumpirá en todas las iglesias y comunidades el canto de alegría por la resurrección de Cristo».
«Una vez más, se proclamará la victoria de la luz sobre las tinieblas, de la vida sobre la muerte, y la Iglesia gozará en el encuentro con su Señor. Entraremos así en el clima de la Pascua de Resurrección», añadió.
El Papa concluyó su catequesis invitando a todos a «vivir intensamente el Triduo Santo, para ser cada vez más profundamente partícipes del Misterio de Cristo».
Por Inma Álvarez