BANGKOK, jueves, 2 de abril de 2009 (ZENIT.org) .- Para asegurar una “efectiva seguridad alimentaria” en Asia y en el Pacífico, debemos afrontar, en primer lugar, el “inadecuado proceso de desarrollo de las zonas rurales", ha advertido monseñor Renato Volante, Observador Permanente de la Santa Sede en las organizaciones y los órganos de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.

En una intervención que realizó, el pasado 28 de marzo en Bangkok, en la 29 ª Conferencia Regional de la FAO en esta zona, el prelado dijo que tenemos que identificar “nuevas necesidades para garantizar una efectiva seguridad alimentaria” y “buscar los medios más apropiados para continuar, de manera eficaz y coherente, con el esfuerzo para liberar del hambre y la malnutrición a los más vulnerables y desfavorecidos”.

“Ésta es una preocupación que requiere un compromiso directo y responsable de los gobiernos y de todas las fuerzas que operan en la sociedad, además de confirmar la necesidad de una mayor eficacia de las actividades de la FAO, en consonancia con las directrices de la reforma aprobada por los Estados miembros que quieren una Organización cada vez más funcional en la estructura y en la acción”, reconoció.

Según monseñor Volante, el “proceso de desarrollo insuficiente de las zonas rurales” representa “el principal obstáculo para la erradicación de la pobreza”, además de causar “su impacto en la esperanza de vida de la gente”.

Para abordar estas “situaciones evidentes”, se requieren “decisiones de política nacional e internacional basadas en las directrices, para la agricultura y la producción de alimentos, correspondientes a la realidad actual”.

A pesar de las “señales positivas para lograr un nivel mínimo de seguridad alimentaria”, reconoce, “la crisis que afecta a los mercados, a la actividad financiera y a los precios de los alimentos requiere una revisión de las políticas agrícolas, teniendo en cuenta la necesidad de trabajar con todos instrumentos y acuerdos posibles”.

En este contexto, el Observador Permanente recordó la necesidad de vincular las nuevas metodologías a las prácticas tradicionales de cultivo, “tan apreciadas porque expresan las culturas y los valores de la región y están ligadas a experiencias enraizadas en la vida de las personas dedicadas al trabajo del campo”.

Del mismo modo, las decisiones deben tomarse “a fin de garantizar no sólo el consumo, sino también un nivel de nutrición sano y seguro, y también para mejorar las condiciones de los trabajos agrícolas, especialmente en las zonas estructuralmente inseguras por factores medioambientales o por la acción del hombre”.

“Cualquier estrategia o legislación destinada a las zonas rurales debería reconocer a la persona en el centro y tener en cuenta sus necesidades prácticas”, declaró.

El representante del Vaticano recordó que la Santa Sede “sigue de cerca todas las iniciativas que, también a escala internacional, promueven el valor fundamental de la dignidad de cada persona, preocupándose por las condiciones de vida de millones de personas y apoyando todos los esfuerzos que puedan contribuir eficazmente a lograr opciones políticas e intervenciones adecuadas a las necesidades actuales”.

Para ello, “confiamos en las capacidades de quienes ostentan a diario las diferentes funciones y responsabilidades en la región, donde hay muchos signos positivos de mejora de la situación” que “pueden ser reforzados por un mayor desarrollo de la vida cultural y social” e “intensificados para que el antiguo valor de la solidaridad impregne realmente la vida cotidiana de las personas, las comunidades y los Estados, y nadie se sienta solo o abandonado”.

En esta perspectiva, el prelado reiteró la disponibilidad de la Iglesia Católica para colaborar “no sólo manteniendo su apoyo a las estructuras presentes en las zonas rurales más remotas”, sino también contribuyendo a dar “significado y primacía a la labor de los agricultores como actividad económica fundamental”.

“Esto - concluyó – con el fin de conseguir la seguridad alimentaria en un clima de verdadero respeto y de amor mutuo, reconociendo y reforzando la verdad de la fundamental dignidad e igualdad de cada persona”.