ROMA, domingo, 5 de abril de 2009 (ZENIT.org) .- La controversia sobre la invitación del Presidente Barack Obama a la Universidad de Notre Dame ha puesto una vez más sobre la mesa el debate sobre la identidad de las universidades católicas.

Obama fue invitado por el presidente de la universidad, el padre John Jenkins, miembro de la Congregación de la Santa Cruz, para dar un discurso a los graduados el 17 de mayo. También se le concederá un doctorado honoris causa. Inmediatamente se han disparado las protestas, que se han centrado en las medidas contra la vida que Obama ha adoptado en los primeros meses de su administración.

Para quienes quiera saber más sobre qué hay detrás de este conflicto, Anne Hendershott analiza el tema en un libro publicado en enero con el título: "Status Envy: The Politics of Catholic Higher Education" (Transaction Publishers) (Envidia de Estatus: la Política de la Educación Superior Católica). Hendershott es profesora de urbanismo en el King's College de la ciudad de Nueva York.

Hendershott comienza haciendo referencia a un ensayo publicado hace más de 50 años, en el que monseñor John Tracy Ellis planteaba la cuestión de si el nivel académico de los campus católicos era mediocre debido a la prioridad dada a la formación moral de los estudiantes.

Los ecos de esta carta resuenan todavía hoy, comentaba, puesto que algunas universidades concluyen que su identidad católica es una lastre para poder alcanzar el máximo nivel de las instituciones de tercer grado.

Otro hito en el debate fue un documento del Vaticano, "Ex Corde Ecclesiae", que ponía de relieve la necesidad de la identidad católica en la educación superior. Una parte clave de este documento fue que los teólogos que enseñaban en universidades católicas obtuvieran un mandatum, o certificado del obispo local, que atestiguara el hecho de que enseñaban de acuerdo a la doctrina de la Iglesia.

Muchos profesores de instituciones católicas se resistieron a este requisito, observaba Hendershott. Con todo, daba ejemplos de cómo las universidades se apresuraron a cumplir con los organismos seculares de acreditación cuando se les exigía una mayor diversidad en términos de raza y pertenencia étnica.

Estatus

En consecuencia, según Hendershott, ha habido una pérdida progresiva de la identidad católica en muchos campus católicos debido a la tendencia de las facultades y de los administradores a adaptarse a un deseo de estatus en un mundo secular.

Hendershott sostenía que hay una guerra en marcha en la educación superior católica. Este conflicto es un reflejo de una guerra cultural más grande entre quienes afirman que no hay verdades, y quienes creen que las verdades han sido reveladas y requieren una lectura y aplicación constantes.

Hendershott continuaba describiendo casos de diversas instituciones católicas que, durante las últimas décadas, habían optado deliberadamente por pasar de una estricta identidad católica a una postura más secular. En muchas instituciones, los ideales y enseñanzas católicos han sido considerados como una interferencia no deseada del trabajo académico de la facultad, y no ha dado privilegio alguno a las tradiciones intelectuales católicas.

En la práctica, observaba Hendershott, esto ha significado que los intentos de enseñar doctrina católica pronto son considerados como inadecuados o intolerantes. Así, el pluralismo adoptado por muchos miembros de las facultades no ha significado un genuino diálogo entre las enseñanzas católicas y otras ideas, sino, más bien, sólo respeto por aquellos principios católicos que ya aceptó la institución.

Este cambio a nivel de facultad se ha acompañado de una laicización de  los líderes de las instituciones católicas, añadía Hendershott. Muchas de las instituciones han transferido sus escrituras y propiedades a organismos de gestión independientes, compuestos en su mayoría por laicos, obteniendo así que se garantizase legalmente su independencia de la autoridad de la Iglesia.

En parte, admitía Hendershott, algo de esta tendencia a la secularización de las instituciones se debe a temas legales relacionados con la posibilidad de recibir financiación del gobierno. Como resultado, las universidades católicas han proclamado su identidad religiosa de cara a los padres de los posibles estudiantes y de cara a los alumnos, pero han renunciado, en la esfera pública, a su identidad católica.

Selectiva

Hendershott incluso citaba algunos ejemplos de universidades que publicaba descripciones diferentes de sí mismas, dependiendo de qué audiencia se tratara. Algunas de ellas publicaban una declaración de objetivos en su página web, y otra diferente en la descripción de sí mismas para las entrevistas seculares.

Hendershott comentaba también que incluso se llega al punto de universidades católicas que al proclamar su identidad católica esto lo hacen de forma selectiva. En una revisión de más de 200 declaraciones de objetivos y valores de instituciones católicas, encontró que un considerable número de ellas reducían sus lazos con el catolicismo.

Algunas, por ejemplo, simplemente escogen aquellas partes de la identidad católica con las que se sienten más confortables. Esto se combina con declaraciones que afirman la diversidad y pluralidad de la Iglesia.

Con frecuencia se hace referencia a una suerte de "herencia católica" o tradición vagamente definida en vez de a una identidad católica activa. Al hacerlo, el matiz de tener una tradición católica suele colocarse sólo como uno más de muchos otros factores como posible reclamo para los estudiantes.

Hendershott también observaba que muchas de las universidades católicas han revisado de forma gradual sus declaraciones de valores y objetivos para reducir cualquier identidad católica. Así, mientras que pueden reconocer una especie de fundación como institución católica, al mismo tiempo se esfuerzan por dejar claro que son autónomas y están comprometidas con el respeto por todas las culturas.

También citaba una reciente encuesta nacional de 124 directivos de 33 universidades católicas. Muchos se mostraron ambivalentes sobre si la cultura católica, o la cultura de la institución religiosa que regentaba la universidad, debería ser la predominante.

La encuesta misma comentaba que, al centrarse en la orden religiosa promotora de la misma, la universidad corría el peligro de ignorar a la misma Iglesia católica.

Se dan, no obstante, notables excepciones, y Hendershott hacía referencia a un cierto número de universidades católicas que proclaman con orgullo su identidad católica y se adhieren a la enseñanza de la Iglesia.

Comenzar de nuevo

Este reconocimiento de las tendencias positivas constituye el trasfondo de la parte conclusiva del libro de Hendershott. Así, aunque muchos de los capítulo no son sino una crónica de la inquietante negación de la identidad católica en la educación superior, también hay elementos positivos.

En las últimas décadas se han fundado algunas universidades nuevas, y algunas de las existentes han vuelto a una mayor adhesión a la Iglesia. Además, algunas de las instituciones más marcadamente católicas han obtenido también altas puntuaciones en las encuestas en términos de su excelencia educativa.

Esta nueva ola de universidades firmemente católicas, a la vez que enseñan la doctrina de la Iglesia sin excusas, también proponen a los estudiantes que contrasten ideas, y les animan a entrar en debate con la cultura y las ideas contemporáneas.

Además del floreciente número de universidades que mantienen una fuerte adhesión a la Iglesia católica, hay también un número creciente de estudiantes en muchas otras instituciones que se toman su fe en serio.

Hendershott relataba algunos casos en los que esta presión de los estudiantes ha llevado a las univ ersidades a tomar medidas para proclamar más claramente su identidad católica e incluso a incluir una serie más amplia de oradores externos para hablar sobre el tema, en lugar de simplemente invitar a quienes disienten de la enseñanza de la Iglesia.

Algunos obispos también han puesto más interés en lo que sus universidades católicas enseñan y están insistiendo más en la necesidad de ser fieles a la Iglesia.

Hendershott concluía añadiendo que la secularización de muchas universidades católicas, aunque en parte se debe a presiones externas y al contexto cultural, ha sido también el resultado de la actuación de personas que sabían perfectamente lo que hacían.

Es posible dar la vuelta a este deslizarse hacia la secularización, afirmaba Hendershott, pero requerirá que quienes toman las decisiones abracen la riqueza de la tradición católica para luchar por preservar la cultura católica. Un compromiso cuya importancia se ve subrayada por la actual controversia.

Por el padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado