El Papa da esperanza a L'Aquila herida

Visita la zona flagelada por el terremoto

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L’AQUILA, martes, 28 de abril de 2009 (ZENIT.org).- Cuando la imagen de Benedicto XVI llega la gran pantalla, el silencio desciende sobre la Plaza de las Armas de la escuela de la Guardia de Financia de Coppito, en L’Aquila, convertida ahora en el corazón institucional de la ciudad golpeada, pues su edificio es uno de los pocos que ha mantenido la solidez.

Los presentes están viendo en las imágenes al Papa en Onna, el pequeño pueblo cerca de L’Aquila devastado por el seísmo del 6 de abril, donde unos 40 de sus 300 residentes fallecieron. El coche del Papa procedente de Roma llegó o con retraso, pues a causa del mal tiempo no pudo llegar en helicóptero.

Su voz se difunde en la plaza, en donde le esperan las personas que viven en tiendas de campaña, en los alojamientos cercanos a la costa puestos a disposición por las autoridades, algunos vienen del hospital tras haber visitado a parientes o amigos.

Muchos tienen los ojos cerrados. Como dijeron algunos de quienes tomaron la palabra en nombre de la población, ven en el Papa al padre que viene a consolar a sus hijos. La lluvia y el frío no les desalientan.

Paola Di Profio, una catequista de la localidad cercana de Pizzoli, que se encuentra entre los presentes, constata que para muchos la pregunta que pasa por su mente con más frecuencia es: «¿por qué tanta muerte?». «¿Por qué tanto sufrimiento?».

Al prepararse para la Pascua, tras el terremoto, explica la catequista, en su parroquia han meditado sobre las palabras «Velad y estad preparados».

«El Señor -afirma– no nos abandona nunca y la visita del Papa significa precisamente esto. Como católicos estamos llamados a no rendirnos ante los acontecimientos y a ser testigos de esperanza».

Comenzando por signos precisos, como el de volver a vivir en la misma casa de antes, una vez que los expertos que envían las autoridades declaran que es segura.

«Queda algo de miedo –confiesa–, pero he hecho esta opción es también un gesto de esperanza para los niños de catequesis. Como madres, sentimos la exigencia de dar seguridad a los hijos y veo que las demás madres también se están convenciendo de ello».

El padre Francesco Pierpaoli, director del centro «Juan Pablo II», de Loreto, se encuentra en L’Aquila para traer los ornamentos litúrgicos para la acogida del Papa, prestados por su diócesis. Un gesto que ya había tenido lugar con motivo del funeral de 105 víctimas del terremoto celebrado hace dos semanas.

«Los signos litúrgicos –afirma– ayudan a leer la realidad que representan; de este modo, los signos de los tiempos, como un terremoto, un acontecimiento natural, tienen que ayudarnos a leer nuestra realidad».

Entre las etapas de esta visita de algo más de mediodía a las zonas devastadas por el terremoto, el Papa ha visitado en L’Aquila la Basílica de Collemaggio, casi totalmente destruida, para venerar los restos mortales de Celestino V, fallecido en 1296, monje benedictino, que en esta ciudad fue coronado como Papa, y tras cinco meses como pontífice, renunció voluntariamente, y posteriormente fallecería encarcelado por su sucesor, el Papa Bonifacio VIII.

«Quizá no es una casualidad –añade el padre Pierpaoli– haber redescubierto en esta ocasión la figura de Celestino V, una figura que recuerda la santidad de vida y el renacimiento de la vida espiritual».

Sor Lamberta Mazzon, religiosa de las Misioneras de la Doctrina Cristiana, se define una «hermana feliz», aunque se ha quedado sin casa, pues el convento, en la noche del 6 de abril, sufrió graves daños y las religiosas lograron escapar de suerte.

Ahora se encuentra en Sulmona : «no nos falta nada», afirma, pero luego se corrige: «en realidad, nos falta todo –admite–, el aire, los muchachos de la escuela, los colegas, las calles».

«Ayer fuimos con los bomberos y con el casco para ver el estado de nuestra casa. Recorrimos el centro, pero era imposible de reconocer, parecía que había sido bombardeado».

«El Papa nos confirma en la voluntad y en la valentía para seguir y reconstruir. No sólo a nivel material. Tenemos necesidad de reconstruirnos en lo profundo, en las relaciones, en las amistades dispersas, en las relaciones alejadas con los vecinos».

Para ello, se necesita, explica la religiosa, «una respuesta de fe que ponga en el centro el sentido de la vida. El terremoto es para nosotros la oportunidad para preguntarnos cuáles son nuestras prioridades como personas, como comunidad cristiana, qué modelo de sociedad estamos edificando».

Sus reflexiones parecen anticipar las palabras de Benedicto XVI, que más tarde llega a esta plaza, acogido por los aplausos. Hasta la lluvia ha dado tregua.

«Como cristianos –afirma el Papa– tenemos que preguntarnos: ¿qué quiere decirnos el Señor? Incluso como comunidad civil es necesario un examen de conciencia».

En los rostros de los habitantes de L’Aquila pueden verse cómo descienden las lágrimas. Ellos querían acogerle en otras circunstancias, con motivo del Gran Jubileo de su ciudad, que tendrá lugar el 28 de agosto.

«Ánimo –les dice el Santo Padre–, aunque haya quedado herida, L’Aquila (águila en italiano, ndt.) volverá a volar».

Por Chiara Santomiero

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ZENIT Staff

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