CIUDAD DEL VATICANO, martes 30 de junio de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso del Papa a los obispos de Vietnam, a quienes recibió el pasado sábado en audiencia en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico vaticano, con motivo de su visita ad limina.
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Señor cardenal,
queridos hermanos en el Episcopado,
Os acojo con gran alegría, pastores de la Iglesia católica que está en Vietnam. Nuestro encuentro reviste un significado particular en estos días en que la Iglesia entera celebra la solemnidad de los Apóstoles Pedro y Pablo, y es para mí un gran consuelo conocer los lazos profundos de fidelidad y de amor que los fieles de vuestro país muestran por la Iglesia y por el Papa.
Ante las tumbas de los dos Príncipes de los Apóstoles, habéis venido a manifestar vuestra comunión con el Sucesor de Pedro y reforzar la unidad que debe permanecer entre vosotros y que debe crecer aún más. Doy las gracias al presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Peter Nguyen Van Nhon, obispo de Đả-Lat, por las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Permitidme saludar particularmente a los obispos que fueron nombrados desde vuestra última visita ad limina. También quiero hacer memoria del querido cardenal Paul Joseph Pham Đinh Tung, arzobispo de Hanoi durante muchos años. Con vosotros doy gracias a Dios por el celo pastoral que desplegó con humildad desde un profundo amor paternal por su pueblo y una gran fraternidad por sus sacerdotes. Fue el ejemplo de santidad, de humildad, de sencillez de la vida de los grandes pastores de vuestro país sean un reto para vosotros en vuestro ministerio episcopal ante el pueblo vietnamita, al que me gustaría expresar mi profunda estimación.
Queridos hermanos en el episcopado, hace unos días comenzó el Año Sacerdotal. Éste permitirá poner de relieve la grandeza y la belleza del ministerio de los sacerdotes. Os agradecería que dierais las gracias a los sacerdotes diocesanos y a los religiosos de vuestro querido país por sus vidas consagradas al Señor y por sus esfuerzos pastorales dedicados a la santificación del pueblo de Dios. Preocupaos por ellos, llenaos de comprensión hacia ellos y ayudadles a completar su formación permanente. Para ser un verdadero guía y conforme al corazón de Dios y la enseñanza de la Iglesia, el sacerdote debe profundizar en su vida interior y luchar por la santidad, como lo demostró el humilde párroco de Ars. El florecimiento de vocaciones sacerdotales y religiosas, sobre todo en la vida consagrada femenina es un don del Señor para su Iglesia. Dad gracias a Dios por sus propios carismas, que debéis fomentar, respetándolos y promoviéndolos.
En vuestra carta pastoral del año pasado, mostrabais una especial atención a los fieles laicos poniendo de relieve el papel de su vocación en el ámbito familiar. Es conveniente que cada familia católica, enseñando a los niños a vivir de acuerdo con una conciencia recta, en la justicia y la verdad, se convierta en una fuente de valores y virtudes humanas, una escuela de fe y amor a Dios. Mientras tanto, los laicos católicos deben demostrar a través de su vida basada en el amor, la honestidad y el amor por el bien común, que un buen católico es también un buen ciudadano. Para ello, vosotros debéis velar cuidadosamente por su buena formación, promoviendo su vida de fe y su nivel cultural, a fin de que puedan servir eficazmente a la Iglesia y la sociedad. Quiero confiar de una manera especial a los jóvenes a vuestra solicitud, en particular a la juventud rural que acude a la ciudad para cursar estudios superiores y encontrar trabajo. Sería deseable desarrollar una pastoral apropiada a estos jóvenes inmigrantes internos, comenzando por reforzar la cooperación entre las diócesis de origen de los jóvenes y las diócesis de destino, prestándoles orientaciones éticas y directrices prácticas.
La Iglesia que está en Vietnam se está preparando actualmente para la celebración del quincuagésimo aniversario de la erección de la jerarquía episcopal vietnamita. Esta celebración, que estará marcada sobre todo por el Año Jubilar 2010, os permitirá compartir con entusiasmo la alegría de la fe con todos los vietnamitas y renovar vuestros compromisos misioneros. En esta ocasión, el pueblo de Dios debe ser invitado a dar gracias por el don de la fe en Jesucristo. Este regalo fue acogido generosamente, vivido y testimoniado por muchos mártires, que quisieron proclamar la verdad y la universalidad de la fe en Dios. En este sentido, el testimonio de Cristo es un servicio supremo que la Iglesia puede ofrecer a Vietnam y a todos los pueblos de Asia, ya que responde profundamente a la verdad y a los valores que garantizan el desarrollo humano integral (Cf. Ecclesia in Asia). Frente a muchos problemas que este testimonio encuentra actualmente, es necesaria una colaboración más estrecha entre las distintas diócesis y entre diócesis y congregaciones religiosas, así como dentro de sí mismas.
La Carta Pastoral que vuestra Conferencia Episcopal publicó en 1980 subraya que “la Iglesia de Cristo está en medio de su pueblo”. Aportando su especificidad – la proclamación de la Buena Noticia de Cristo – la Iglesia contribuye al desarrollo humano y espiritual de las personas, pero también al desarrollo de vuestro país. Su participación en este proceso es un deber y una contribución importante, sobre todo cuando Vietnam experimenta una apertura cada vez mayor a la comunidad internacional.
Vosotros sabéis igual que yo que una sana colaboración entre la Iglesia y la comunidad política es posible. En este sentido, la Iglesia invita a todos sus miembros a comprometerse fielmente en la edificación de una paz justa, solidaria y equitativa. Ella no quiere anular o sustituir a los responsables del gobierno; sólo busca poder tener, en un espíritu de diálogo y cooperación respetuosos, una participación justa en la vida de la nación, al servicio de todo el pueblo. Al participar activamente en el lugar que le corresponde y de acuerdo con su vocación, la Iglesia nunca puede ser dispensada del ejercicio de la caridad como actividad organizada de los creyentes. Por otra parte, nunca habrá una situación en la que no sea necesaria la caridad de cada cristiano, porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y siempre tendrá necesidad de amor (Deus caritas est, n. 29). Además, me parece importante subrayar que las religiones no presentan un peligro para la unidad de la nación; al contrario, ayudan a la persona a santificarse y, a través de sus instituciones, a desear ponerse generosamente y de forma desinteresada al servicio del prójimo.
Señor cardenal, queridos hermanos en el episcopado: al volver a vuestro país, transmitid un caluroso saludo del Papa a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a todos los fieles, sobre todo a los más pobres y a los que sufren psicológica y espiritualmente. Os animo vivamente a permanecer fieles a la fe recibida de los apóstoles, de los que sois testigos generosos en condiciones a menudo difíciles, y a demostrar la humilde firmeza que la Exhortación apostólica “Ecclesia in Asia” (n. 9) os ha reconocido como una característica. Que el Espíritu del Señor sea vuestra guía y vuestra fuerza. Os confío a la protección maternal de Nuestra Señora de La-Vang y a la intercesión de los santos Mártires de Vietnam, y os imparto a todos una afectuosa Bendición Apostólica.
[Traducción del original francés por Inma Álvarez
© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]