ROMA, viernes, 28 de agosto de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la meditación que ha escrito el padre Pedro García, misionero claretiano, conocido evangelizador en América Central, sobre el Evangelio de este domingo (Marcos 7,1-23), vigésimo segundo del Tiempo Ordinario.

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El Evangelio de Marcos que nos trae este domingo es curioso y nos enseña una lección, aparentemente muy elemental, pero que tiene una gran repercusión en la vida del hombre, especialmente del cristiano.

Todo empieza por culpa de los mismos escribas y fariseos, maestros de Israel, cuyas prácticas religiosas --rigurosas, infantiles y hasta ridículas muchas veces, inventadas por ellos mismos, o recibidas de sus antepasados--, chocaban con la libertad sana, ecuánime y seria que Jesús practica con sus discípulos.

Jesús se atiene a la Ley, mientras que los escribas y fariseos desvirtúan la Ley con sus añadiduras tan divertidas... Así es que empiezan por preguntarle a Jesús: "¿Por qué tus discípulos -no se atreven a decirle: empezando por ti mismo-, comen con manos impuras, sin lavarse antes, rompiendo así la tradición de los mayores?".

Podía seguir inmediatamente la respuesta de Jesús, pero Marcos -que escribe en Roma para los romanos que no conocen las costumbres de Israel- añade un inciso muy simpático: "Y es que los fariseos, y todos los judíos amaestrados por ellos, no comen si no se lavan antes las manos hasta el codo, y al volver del mercado no comen sin haber asperjado los alimentos. Y conservan otras muchas costumbres, como lavar bien los vasos, jarras, vajilla de cobre y hasta los divanes".

Como ven que Jesús no hace cuestión de semejantes tonterías, le preguntan casi furiosos: "¿Por qué tus discípulos comen con manos inmundas, sin hacer caso a la tradición de los mayores?".

La respuesta de Jesús va a ser contundente: "¿Y por qué vosotros, por conservar esas costumbres de los hombres, os pasáis por alto el mandato de Dios? Sois un pueblo que honra a Dios con los labios, pero el corazón lo tenéis bien lejos de Dios".

Jesús no quiere seguir discutiendo. Prefiere volverse a los discípulos y a la gente sencilla que le rodea, para enseñarles una verdad muy profunda.

"¡A ver si me entienden todos bien! Nada de lo que entra en el hombre le hace malo, sino lo que sale del hombre lo mancha y lo hace malo de verdad. Porque, a ver: ¿dónde nacen las cosas malas que hacen los hombres? ¿Nacen dentro o fuera del hombre? ¿No es verdad que dentro? Porque de dentro, o sea, del corazón, salen todas las malas intenciones: las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, la deshonestidad, la envidia, la calumnia, la soberbia, la necedad. ¿De dónde salen todas estas acciones sino del corazón? ¡Todos estos actos malos, y no el comer sin lavarse las manos, son los que manchan de verdad a una persona!..."

Jesús no había estudiado sicología en ninguna universidad. Pero Jesús, el formador del corazón del hombre, y observador muy atento siempre, ganaba en sicología a cualquier profesor...

Efectivamente, podemos considerar cada acción que hacemos como una criatura que nace de nosotros. La hemos concebido en nuestra mente y gestado en nuestro corazón. Le hemos dado mil vueltas antes de llevarla a la práctica. Hemos mirado los pros y los contras. Realizarla es como darla a luz. Nace la criatura que nosotros hemos concebido voluntariamente.

Entonces, viene la sinceridad con nosotros mismos.

¿Una acción buena? Ha tenido una gestación muy feliz dentro de nuestra cabeza y de nuestro corazón.

¿Una acción mala? Ha tenido, por desgracia también, una gestación muy larga. Por lo mismo, somos responsables de nuestras acciones, de las buenas como de las malas...

Es muy cierto aquel principio de sicología y de moral aplicado a los males que una persona comete y de los cuales nos habla Jesús en este Evangelio tan grave: "Nadie se hace malo de repente. Empiezan por cosas muy pequeñas los que caen después en cosas muy graves".

¿Por dónde se comienza? Normalmente por un simple pensamiento: "¡Qué bien que me iría hacer eso!...". Ya está dentro el germen del mal. Después, viene el darle vueltas y más vueltas ilusionándose por ello: "¿Y si lo hiciera?". Finalmente, viene el realizarlo: "¿Y por qué no lo voy a hacer? ¡Pues, claro que sí!". Este es el proceso de lo que hoy nos habla Jesús. ¡De dentro, de dentro ha venido todo el mal!....

Ahora, si se quiere prevenir el mal, o rectificar después de cometido el disparate, vendrá el volverse a la razón y, sobre todo, al mismo Jesucristo.

A la razón, primeramente. Y aquí nos vienen los versos del poeta latino: "¡Al tanto con los principios! La medicina llega tarde cuando los males han crecido mucho por haber retrasado el remedio...". Al pensamiento y al deseo hay que atajarles el camino cuanto antes.

Si miramos ahora a Jesucristo, nos viene sin más a la memoria lo de San Pablo: "Tened los mismos sentimientos que el Señor Jesús". Hoy, nos gustaría traducir este consejo del Apóstol con una expresión como ésta: "¡Un trasplante de corazón!". Que desaparezca de nuestro pecho ese corazón nuestro tan lleno de imperfecciones, para meter dentro, en sustitución, el mismo Corazón de Cristo. Éste sí que sería remedio de remedios...

¡Señor Jesucristo!

El mundo padece de muchos males, es cierto, y Tú diagnosticas acertadamente su origen más profundo. ¿Por qué no nos cambias el corazón? ¿Por qué los tuyos -nosotros, al menos- no pensamos como Tú, no amamos como Tú, no somos puros y bondadosos y generosos como Tú, para no producir más que obras buenas que sanearían el mundo?... Jesucristo, cirujano divino, ¡cámbianos el corazón!