MADRID, sábado, 12 septiembre 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la carta a los jóvenes de Madrid escrita por el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid, con motivo del comienzo de la peregrinación con la cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud en la Fiesta de la Santa Cruz.
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Mis queridos jóvenes:
El día 14 de Septiembre, festividad de la exaltación de la Santa Cruz, dará comienzo la peregrinación de la Cruz de los Jóvenes por la diócesis de Madrid. Esta Cruz, que el Siervo de Dios Juan Pablo II entregó a los jóvenes en el año 1984 para que la llevaran por el mundo entero, junto al icono de la Virgen María, es un hermoso signo de lo que significan las Jornadas Mundiales de la Juventud: el encuentro con Cristo muerto y resucitado por nosotros, Redentor del hombre. Llevando la cruz sobre sus hombros, los jóvenes se convierten en portadores de la alegre noticia de la salvación y proclaman a los cuatro vientos que Cristo nos ha salvado del pecado y de la muerte.
Hemos querido que la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz sea el punto de partida de la peregrinación y, en cierto sentido, el inicio en nuestra diócesis de la intensa preparación de la Jornada Mundial de la Juventud que tendrá lugar en Madrid en el año 2011. Exaltar la cruz, levantarla sobre lo alto, de modo que todo el mundo la mire con fe y se salve, es una indicación que viene del mismo Cristo. Al referirse a su muerte, dijo: «Y yo cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). Y añade el evangelista: «Esto lo decía indicando de qué muerte había de morir» (Jn 12,33). La muerte de Cristo sobre la cruz, ciertamente, lo eleva sobre la tierra en el sentido físico, al suspender su cuerpo entre el cielo y la tierra. Pero lo eleva también en su sentido profundamente espiritual, puesto que lo muestra como el gran signo del amor de Dios que muestra su perdón y reconciliación para con todos los hombres. En realidad, el crucificado es el exaltado, el que ha sido elevado gloriosamente -la cruz es gloriosa- como vencedor del pecado y de la muerte. Por eso la Iglesia ha cantado y canta a la cruz como signo de victoria y del triunfo. El amor de Cristo vence sobre todos los odios, rencores, venganzas y crímenes de los hombres. Es un amor que sana, libera, purifica, rescata y pacifica. Es un amor eterno e infalible. Es un amor humano y divino, capaz de elevarnos con Él a lo más alto de la gloria.
Queridos jóvenes: al peregrinar con la cruz por todas las parroquias de Madrid, pensad en el mensaje que portáis en vuestros hombros. Gozad con el privilegio que supone llevar la cruz de Cristo para mostrarla a todos sin excepción: mostradla especialmente a quienes no creen, a los que vienen sin esperanza de ser amados, a los que sufren las terribles cruces que otros cargan sobre sus frágiles hombros. Proclamad con palabras y gestos sencillos que Cristo ha llevado todas las cruces del mundo y las ha iluminado con su propia entrega a la muerte. Que ningún hombre se sienta solo en el dolor si sabe mirar al Crucificado.
Y vosotros mismos, como jóvenes cristianos, aprovechad esta ocasión de peregrinar con la cruz de Cristo para vivir con fidelidad vuestra vocación cristiana. En el bautismo y en la confirmación fuísteis sellados con la cruz de Cristo. Es una cruz imborrable. Sois siempre de Él y para Él. Los cristianos somos propiedad de Cristo. Eso significa hacer el signo de la cruz en nuestra frente, labios y corazón: afirmar que somos suyos. Pues bien, vivid siempre con el gozo de pertenecer a Cristo, Señor de la Vida. No hagáis de la cruz un signo banal, superficial o sin sentido. En la vida de cada día, tendréis ocasión de mostrar, haciendo la señal de la cruz, que elegís el amor, la sencillez, el servicio a los hermanos; que vuestra vida avanza por los caminos de la verdad, la humildad y la obediencia a los mandamientos de Dios; que no os movéis por los atractivos de este mundo que pasa, como es el dinero, la fama, el poder y la mentira; que queréis ser los bienaventurados del evangelio, los profetas de la esperanza, los misioneros de la paz y la verdad de Cristo.
Viviendo así, caminaréis hacia la Jornada Mundial de la Juventud como un acontecimiento de gracia extraordinaria en el que sin duda alguna experimentaréis el encuentro con Cristo. La Jornada no es un fin en sí mismo, sino un medio eficaz para avivar la fe y descubrir que sólo Cristo es la meta del hombre. La oración, las catequesis, la frecuencia de los sacramentos, las obras de caridad, todo lo que forma parte de la preparación de la Jornada de la Juventud, y la misma Jornada, os ayudará a ir decididamente al encuentro con Cristo, el Señor. Por ello, al iniciar esta peregrinación no penséis sólo en la meta temporal de la Jornada, sino mirad más lejos, contemplad la meta de vuestra vida, en la que Cristo resucitado brilla con una luz inextinguible, que ilumina nuestra existencia y nos llena del gozo de la vida eterna.
Encomendaos a la Virgen María de La Almudena, nuestra Madre, para que ella, que brilla junto a Cristo en la gloria celeste, sea vuestra estrella en el caminar de cada día y os eduque en la fortaleza cristiana tan necesaria para estar junto a Cristo al pie de la cruz.
Con todo afecto y mi bendición,
+ Antonio María Rouco Varela
Cardenal-arzobispo de Madrid