SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 3 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «Fanatismo religioso».
* * *
VER
De cuando en cuando aparecen sujetos que se dicen inspirados por Dios para alguna misión especial, para anunciar cosas espectaculares, para prevenir a la gente, para tomar venganza, para criticar el sistema político y económico y proclamar un cambio; pero lo hacen en forma fanática, excesiva, desmedida y hasta violenta, sin importarles el daño que causan a los demás. Como quien hace poco intentó secuestrar un avión en nuestro país, o quien mató en el Metro de la ciudad de México a quienes lo querían controlar. Ambos se dijeron movidos por Dios: uno protestante boliviano y otro católico mexicano. ¡Pobre religión! Les sirve de escudo para esconder su descontrol psicológico, su arbitraria interpretación de la Sagrada Escritura, o su ambición de dinero, de fama y de conquistar nuevos adeptos. ¡Cómo surgen cada rato nuevas religiones, con predicadores que hacen circo, maroma y teatro para convencer a tantos ingenuos e ignorantes que buscan salud, prosperidad y algo de Dios!
Otros alegan estos excesos de gente muy religiosa, pero excéntrica y desquiciada, para alejarse de la religión, para dudar de la bondad de tener una fe, para pretender excluir a Dios de su vida y de la vida pública. Unos lo hacen para sentirse libres y justificar sus vicios, para que nada ni nadie les reproche sus pecados; pero otros se sienten sinceramente confundidos. Por culpa de estos abusos de la religión, muchos se quedan sin ella.
JUZGAR
El Papa Benedicto XVI, en su carta encíclica Caritas in veritate, reconoce que hay «luchas y conflictos que todavía se producen en el mundo por motivos religiosos, aunque a veces la religión sea solamente una cobertura para razones de otro tipo, como el afán de poder y riqueza. En efecto, hoy se mata frecuentemente en el nombre sagrado de Dios». Ante ello, advierte: «La violencia frena el desarrollo auténtico e impide la evolución de los pueblos hacia un mayor bienestar socioeconómico y espiritual. Esto ocurre especialmente con el terrorismo de inspiración fundamentalista, que causa dolor, devastación y muerte.
No obstante, se ha de añadir que, además del fanatismo religioso que impide el ejercicio del derecho a la libertad de religión en algunos ambientes, también la promoción programada de la indiferencia religiosa o del ateísmo práctico por parte de muchos países contrasta con las necesidades del desarrollo de los pueblos, sustrayéndoles bienes espirituales y humanos. Dios es el garante del verdadero desarrollo del hombre en cuanto, habiéndolo creado a su imagen, funda también su dignidad trascendente y alimenta su anhelo constitutivo de «ser más». El ser humano no es un átomo perdido en un universo casual, sino una criatura de Dios, a quien Él ha querido dar un alma inmortal y al que ha amado desde siempre. Si el hombre fuera fruto sólo del azar o la necesidad, o si tuviera que reducir sus aspiraciones al horizonte angosto de las situaciones en que vive, si todo fuera únicamente historia y cultura, y el hombre no tuviera una naturaleza destinada a transcenderse en una vida sobrenatural, podría hablarse de incremento o de evolución, pero no de desarrollo» (No. 29).
ACTUAR
Es necesario consolidar nuestra fe en Jesucristo, a pesar de las deficiencias de los líderes religiosos, algunos no sólo inmorales e incoherentes, sino fanáticos y desquiciados. Muchos otros son santos y dignos de confianza, pues se esfuerzan no por atraer adictos para hacer crecer su iglesia, sino para acercarles al único Salvador y Redentor, que es Cristo.
Sin embargo, para evitar interpretaciones fundamentalistas de la Biblia, Jesús estableció quiénes habrían de confirmar en la fe a los discípulos. Es Pedro y el colegio de los Apóstoles, con sus legítimos sucesores: el Papa y los obispos que estamos en comunión con él. Sin esta autoridad, a la que el mismo Pablo consulta para comprobar si su predicación es correcta, cada quien funda religiones sin control de nadie. Seamos humildes para someter a examen de esa autoridad nuestra forma de interpretar la fe y de ser Iglesia, para no generar más descontrol y división.