ROMA, martes 6 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- La aplicación, a los seres humanos, de los últimos descubrimientos en el ámbito de la Neurociencia y de la investigación que busca desvelar los secretos del cerebro y de la mente suscita valoraciones contrastadas.
Si bien estos estudios abren múltiples posibilidades a la terapia médica para mejorar la calidad de vida, no faltan temores ante los eventuales riesgos para la salud, ni tampoco interrogantes éticos de compleja solución.
Para aportar luz a esta cuestión, el 18 de septiembre se celebró, en el Ateneo Pontificio “Regina Apostolorum” de Roma, el seminario “Estudios sobre conciencia y dignidad de la persona”.
El Máster en Ciencia y Fe de la Facultad de Filosofía y Bioética del mismo ateneo organizó el evento, en colaboración con el proyecto Science, Theology and the Ontological Quest (STOQ) y The John Templeton Foundation.
Ha sido el primer seminario del Grupo de estudio y de investigación sobre Neurobioética entendida como sector especializado de la Bioética, constituido recientemente en el Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum».
Tenía como objetivo crear un foro de profesionales y estudiosos procedentes de varios ámbitos, para realizar una aproximación verdaderamente multidisciplinaria a cuestiones éticas de la Neurociencia.
Neurobioética
La neuro-radióloga Adriana Gini, directora médico neuro-radióloga del Hospital San Camillo-Forlanini, inició las sesiones de trabajo.
Explicó que el término Neurobioética procede de la palabra inglesa “Neurobioethics”, un neologismo introducido en 2005 por James Giordano, estadounidense especialista en ciencia y ética relacionadas con el sistema nervioso.
También destacó la importancia de las ciencias humanas y sociales para valorar las cuestiones de tipo ético suscitadas por los últimos descubrimientos de la Neurociencia.
La metodología multidisciplinaria, la atención a los datos científicos y el reconocimiento de la persona como un ser multidimensional y un organismo teleológico, son propios de la bioética.
En cambio, la Neurobioética se distingue por una reflexión crítica, más específica y particularizada, sobre la Naturaleza (“self”) de la persona, en su dinamismo y capacidad de relacionarse y en el significado que adquiere a la luz de los últimos descubrimientos de la Neurociencia.
Reflexiona también sobre un desarrollo humano integral y las maneras de conseguirlo (“human flourishing”).
Conciencia y coma
Por su parte, la directora médico anestesista-reanimadora de la unidad de terapia sub-intensiva del Hospital Cristo Re de Roma, Paola Ciadamidaro, explicó que “desde la creación hasta nuestros días, el hombre siempre ha buscado explorar la conciencia y sobre todo buscar sus características y el órgano corpóreo que la contiene”.
Tanto es así, que “ya Hipócrates, en el año 400 d.C., la situaba en el cerebro”, indicó.
Posteriormente, explicó, la conciencia ha sido dividida en sus dos componentes: la “vigilancia” (“wakefulness”), es decir el estar despierto y alerta, y el “contenido” (“awareness”), que se refiere a todo el bagaje cognoscitivo, psíquico, emocional y experiencial principal de cada uno.
“Cuando, por lesiones en la cabeza o enfermedades adquiridas se han perdido del todo estos dos componentes, se habla de coma, situación clínica grave por la que el paciente pierde el contacto con el entorno y consigo mismo”, indicó.
“De esta situación, se puede “salir”, pero también se puede pasar, por la persistencia del “sueño”, a los síndromes neurológicos graves, muy debilitantes, que este grupo de Neurobioética prefiere definir como postcoma, es decir, el estado vegetativo, el síndrome de mínima conciencia y el síndrome de locked-in.
En este sentido, prosiguió, “particularmente en los últimos años del siglo pasado y hasta hoy, se ha creado mucha confusión de naturaleza instrumental en torno a estos términos”.
Sin embargo, añadió, “existe la certeza de que esos síndromes no configuran la muerte cerebral y, por tanto, menos que nunca, la muerte del individuo”.
“Existen todavía muchas graves incertidumbres sobre este síndrome porque faltan datos científicos concluyentes”, dijo.
“Además, no hay unidad de interpretaciones sobre los datos existentes, y, sobre todo, no hay un enfermo que presente el mismo curso que otro”, advirtió.
“Por tanto, resulta indispensable aproximarse a estas personas con una mentalidad justa, es decir, aquella holística-rehabilitativa, que se basa en un doble rechazo: el del encarnizamiento terapéutico y el del abandono de los cuidados”, afirmó.
Para Ciadamidaro, “siempre se debe proceder calibrando los procedimientos según las efectivas e indispensables necesidades del paciente, como la alimentación y la hidratación, y lograr así defender la vida, que es y sigue siendo un bien no disponible”.
Al tomar la palabra la investigadora del Coma Science Group de la Universidad de Lieja (Bélgica) Andrea Soddu, señaló que “la aproximación clínica a pacientes con desórdenes de conciencia es muy comprometida”.
Dijo que “los nuevos avances en las técnicas de imagen en Neurociencia y los nuevos enfoques para relacionar cerebro y ordenador con la electroencelografía ofrecen nuevas metodologías con valor diagnóstico, pronóstico y terapéutico”.
“Un tratamiento apropiado comienza con un buen diagnóstico –recordó-. Y los pacientes en estado vegetativo pueden moverse visiblemente”.
Y añadió: “Estudios clínicos de observación del paciente han mostrado lo difícil que resulta distinguir un movimiento reflejo o “automático” de un movimiento voluntario o “querido”.
“Esto implica que se subestiman los signos de comportamiento del estado de conciencia, lo cual conduce a un diagnóstico inapropiado o erróneo en un tercio, se estima, de los pacientes en estado vegetativo crónico”, explicó Andrea Soddu.
Estudios con la tomografía y emisiones de positrones (PET) y la resonancia magnética funcional han permitido refutar la opinión común sobre el estado vegetativo como cerebralmente muerto.
“Experimentos con estimulaciones diversas –continuó-, desde la auditiva hasta la visual pasando por estímulos de dolor, han mostrado la presencia de actividad cerebral residual en el córtex primario de pacientes en estado vegetativo”, que confirman, aseguró, “una mayor integración de la actividad cortical de los pacientes en estado vegetativo”.
“Sin embargo –observó-, en ausencia de un índice de la actividad neuronal que esté relacionado completamente con el nivel de conciencia, tampoco una actividad cerebral casi normal en respuesta a una estimulación pasiva puede ser interpretada como evidencia de la presencia de conciencia”.
“Al contrario –continuó Soddu-, cambios en la actividad cerebral detectados en el paciente después de buscar la ejecución de un ejercicio mental cualquiera pueden ser interpretados como signos positivos de la presencia de conciencia”.
“Resulta entonces fundamental ofrecer a los pacientes la posibilidad de comunicarse a través de un interface cerebro-ordenador que no requiera ningún acto motor” y que actualmente permite a pacientes con síndrome de locked-in “interactuar con su entorno exterior mejorando mucho su nivel de integración”, dijo.
La persona es una
También intervino en el seminario el padre Jesús Villagrasa, L.C., profesor ordinario de filosofía en el Ateneo Pontificio “Regina Apostolorum” y miembro del grupo de Neurobioética.
Explicó que “la persona es un sujeto ontológico (una existencia individual) de naturaleza racional que, por su naturale
za espiritual, goza de una dignidad y de una autonomía que se manifiestan en su conciencia”.
A la luz de ello, resulta inmediatamente comprensible que “la persona que pierde la conciencia, aunque sea de un modo presumiblemente definitivo, no pierde su propia dignidad intrínseca, ni los derechos humanos que naturalmente le pertenecen”.
En su intervención, el padre Villagrasa ilustró los tres principales significados de la persona en bioética: subjetivista de origen racionalista, funcionalista-utilitarista de origen significativo, y ontológico.
El profesor de metafísica criticó la tesis reduccionista “que lleva enteramente la conciencia a los fenómenos físicos del cerebro”.
“¿Cómo conciliar la subjetividad de nuestras experiencias conscientes con la objetividad requerida por el método de investigación científica? –se preguntó- ¿Cómo conciliar la autonomía de la voluntad y el determinismo de las leyes físicas?”.
“Otro problema es el de si es posible, de hecho y de derecho, establecer una relación causal entre la experiencia interna y espiritual y el reconocimiento empírico de actividad neuronal”, dijo.
En la tesis separacionista, en cambio, “el hombre es una cosa y la persona, otra; y por tanto, no todo individuo humano es una persona, ciertos animales y algunos objetos no humanos podrían ser personas, y existe una gradación en el ser (más o menos) persona”, explicó.
“La raíz filosófica de la tesis separacionista es el funcionalismo, que define a la persona por unas funciones y no por su naturaleza”, indicó.
En ese caso, añadió, “se estipula por convención (porque no se hace referencia a su naturaleza) que un ente es persona si muestra externamente la posesión o la capacidad de posesión de ciertas funciones consideradas relevantes, como la sensibilidad, la conciencia, la voluntad”.
Por ello, continuó, “la tesis funcionalista debe ser criticada, porque la presencia de una función presupone la existencia de un sujeto que posee una naturaleza específica”.
“Las funciones no son “el” sujeto, sino que son “del” sujeto”, resumió.
Después están las filosofías de inspiración específicamente moderna, es decir, hummiana y kantiana, que “tienden, respectivamente, a infravalorar el concepto de persona reduciéndola simplemente a una sucesión de estados de conciencia, o a sobrevalorarlo, cargándola de profundos significados morales”.
A estas líneas de pensamiento, el padre Jesús Villagrasa contrapuso el personalismo ontológicamente fundado, que expresa el concepto de “persona” con la clásica definición de Boecio: sustancia individual de naturaleza racional.
“Todos los seres humanos son personas –concluyó-, y la naturaleza tiene primacía sobre la función porque la naturaleza ontológica es la causa de las diversas capacidades y funciones de la persona, aunque no se reduzca a ella ni a la presencia de las condiciones para su manifestación (por ejemplo, la corteza cerebral)”.
[Por Mirko Testa, traducción del italiano por Patricia Navas]