HUESCA, viernes, 9 de octubre, de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio de este domingo XXVIII del tiempo ordinario, (Marcos 10,17-30), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca.
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«Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?». Estamos ante la pregunta religiosa del hombre de todos los tiempos: qué hacer para salvarse. Quien hace esa pregunta no es un cualquiera que se contenta con esas cuatro cosas que durante cuatro días que vivimos se pueden mantener y acrecentar.
Hasta aquí no había nada que objetar al preguntante, sino ensalzar una actitud tan honesta con las exigencias de su corazón, con sus preguntas infinitas e inmensas. Pero este hombre que busca a un Maestro Bueno, se encontrará con alguien insospechado que pondrá en crisis sus usos y costumbres. Jesús irá repasando lo que su interlocutor sabía: no matar, no cometer adulterio, no robar, no engañar ni estafar, honrar a los padres…
Suponemos la cara de satisfacción de aquel hombre ante su brillante currículum espiritual. Todo cuanto el Maestro Bueno iba enumerando… él lo cumplía, él lo sabía, ¡desde su más tierna infancia! ¿Estaría seguro de su entrada en la vida eterna? ¿tenía todos sus papeles en regla para merecer la salvación definitiva? ¿había pagado todos los plazos de su eternidad en moneda de mandamiento cumplido, ya desde pequeño?
Llegados a este punto el diálogo se queda suspendido en el aire. «Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: una cosa te falta». ¿Qué pensaría aquel hombre sobre ese requisito que le faltaba según el Maestro Bueno? ¿Algún nuevo mandamiento? Aquel buen hombre practicaba una especie de «consumismo religioso». Él era rico de tantas cosas, y también quería acumular su tesoro de virtud, su cofre de mandamientos y cumplimientos para no ser pobre en nada. ¿Cuánto hay que pagar? ¿Qué hace falta para tener también la vida eterna? La sorpresa es que Jesús no le dice «añade» esto que te falta en tu acopio, sino más bien deja lastre, abandona cosas, déjate a ti mismo… y sígueme, vente conmigo, comparte mi vida, anuncia mi Palabra, construye mi Reino.
Este era el nuevo mandamiento, el único mandamiento, la gran novedad: seguir al Maestro Bueno, dejando todo lo demás. La salvación no es fruto de nuestras conquistas, de nuestros pagos cumplidores y cumplimentadores, es un don, un regalo, una gracia, que Dios da en su Hijo: la salvación es encontrarse con Jesucristo. Seguirle e imitarle, ha sido lo que han hecho los que verdaderamente se han encontrado con Él. Un encuentro que no se ha quedado en intimismo privado, sino en una santidad que da gloria a Dios y que bendice a los hermanos fructificando en mil empresas de caridad, de humanización, de libertad, de justicia y de paz.