CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 9 de octubre, de 2009 (ZENIT.org).- Un obispo que participa en el Sínodo de los Obispos de África ha denunciado que Europa no trata de manera cristiana a los inmigrantes, en particular los clandestinos, que llegan la otra orilla de sus costas.
Monseñor Giovanni Innocenzo Martinelli, O.F.M., vicario apostólico de Trípoli, ha ilustrado el drama de tantos hombres y mujeres que llegan a Libia huyendo de la guerra y la miseria de muchos países africanos, buscando a toda costa atravesar el mar para alcanzar las costas del viejo continente.
En la pausa para la comida de la jornada de este viernes, monseñor Martinelli ha explicado a los informadores, entre los que se encontraba ZENIT, que su Iglesia se compone de extranjeros: «muchos son trabajadores procedentes de Asia, en su mayoría filipinos, empleados en multinacionales. Junto a ellos, otros son africanos de diferentes estados, sobre todo subsaharianos».
La mayoría de estos últimos ven en Libia el puente hacia las costas italianas.
En el país hay entre 5 mil y 10 mil eritreos, no se cuenta con datos precisos, que «no pueden volver a su tierra, pues sus aldeas están arrasadas por la guerra, y están determinados a quedarse o a atravesar el mar, aunque les cueste la vida».
En medio del debate que se da en estos momentos en Europa sobre la inmigración clandestina, el prelado reconoce que «no es un fenómeno positivo», ahora bien, «la manera en que se comporta Europa con las personas afectadas por este fenómeno no es civil ni cristiano: son hermanos nuestros».
Quienes son expulsados de las costas italianas y del Mediterráneo, son encerrados en centros líbicos de inmigrantes o en las cárceles, en el caso en que se les acuse de haber hecho algo contra la ley.
Los representantes de la Iglesia católica en Liba, que en el Sínodo ha sido felicitada por el cardenal Renato Raffaele Martino, presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, por el compromiso en la acogida de migrantes, visita constantemente esos centros y las prisiones.
Además de monseñor Martinelli, en Trípoli, hay seis sacerdotes y unas treinta religiosas que trabajan en los centros sociales; un sacerdote presta su ministerio en el Sáhara desde hace más de 20 años y otro obispo desempeña su ministerio en Bengasi, monseñor Sylvester Carmel Magro, O.F.M.
«Las autoridades líbicas no nos niegan los permisos y los responsables de los centros nos piden ayuda cuando tienen necesidad de medicinas. Los directores de las prisiones también demuestran sensibilidad humanitaria y no cierran los ojos ante las situaciones de necesidad», reconoce.
«Liba hace lo que puede con los inmigrantes; al menos, les da de comer y no nos impide visitarles. Se trata de un problema que supera sus fuerzas», pero eso pide a Europa que ayude a su país a afrontar la emergencia: «¡No basta expulsar a las personas!».
«Europa debería ayudar a estas personas en sus países de origen, por ejemplo, en Nigeria o el Congo, prestando atención a la manera en que se distribuyen las ayudas».
El obispo muestra una compasión particular por las mujeres, «traídas con la promesa de un trabajo bien pagado, obligadas después a la prostitución o a la esclavitud. Otras, sobre todo de Eritrea, han perdido el marido pues se encuentra huido o en prisión, y llegan embarazadas o con hijos pequeños, decididas a encontrar una posibilidad de trabajo»
El prelado explica que centenares de estas mujeres se reúnen el viernes, en la iglesia de Trípoli, para recibir un paquete de comida y ropa para los niños.
El viernes, el día de fiesta en Libia, se celebra también la misa a la que pueden asistir los cristianos.
«Cuando veo a toda esta gente que reza con fervor –confiesa monseñor Martinelli a los periodistas– siento un escalofrío. Es impresionante su valentía para agarrarse a la fe y encontrar una esperanza».
«Los europeos –concluye Martinelli– tienen miedo de estas personas desesperadas, pero se trata de un miedo en buena parte injustificado. Si les viéramos como cristianos, descubriríamos con qué intensidad viven su fe. De hecho, no son más que seres humanos en búsqueda de un trabajo para huir de la miseria de su país».
Por Chiara Santomiero