Fiesta en Toledo por la beatificación del cardenal Sancha

La misa solemne fue celebrada por monseñor Angelo Amato en la catedral primada de Toledo.

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TOLEDO, lunes 19 de octubre de 2009 (ZENIT.org) “La Iglesia en España sigue siendo una Iglesia de santos”, aseguró monseñor Angelo Amato, prefecto de la Congregación para la causa de los santos, durante la homilía de beatificación del cardenal Ciriaco María Sancha y Hervas.

La ceremonia se celebró ayer domingo en la catedral primada de Toledo. Asistieron miles de fieles procedentes de esta y otras ciudades españolas como Burgos, Osma-Soria, Ávila, Valencia, Alcalá de Henares, Getafe y Madrid. Igualmente, decenas de peregrinos viajaron a Toledo desde República Dominicana, el país donde Sancha realizó una de sus primeras fundaciones.

Servicio a la Iglesia

El cardenal Sancha nació en 1833 en Quintana del Pidio, una pequeña localidad situada en la provincia de Burgos. Tras ser ordenado sacerdote, viajó a Santiago de Cuba como secretario de su obispo. Fundó la congregación de las hermanas de los pobres, hoy conocidas como Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha.

Luego regresó a España, donde fue designado obispo de Toledo. Prestó su servicio episcopal en varias diócesis y los últimos años de su vida los pasó de nuevo en Toledo, donde murió en 1909.

Monseñor Angelo Amato, enviado por el Papa Benedicto XVI para esta ceremonia, explicó en la homilía algunas características del nuevo santo, a quien llamó: “asiduo e infatigable testigo de Cristo, padre de los pobres y promotor de la unidad de la Iglesia”.

“Allí donde ejercitó su ministerio, el Beato no se ahorró fatigas y sufrimientos”, recordó el prefecto. “Su empuje apostólico estaba firmemente enraizado en la integridad y en la verdad de la profesión de la fe”.

“Para conservar y defender la unidad y la comunión en la Iglesia, el Beato no se detuvo ante trabajos y humillaciones”, señaló.

Recordó el prelado que el cardenal Sancha estuvo encarcelado por haberse opuesto a la toma de posesión del arzobispo cismático de Santiago de Cuba, nombrado contra la voluntad de la Santa Sede. “Una vez libre, sus palabras no fueron de resentimiento o de venganza, sino de comprensión y de caridad”, dijo.

Destacó también la intensa vida espiritual del purpurado, que inculcó siempre a las Hermanas de la comunidad fundada por él.

Monseñor Amato recordó el amor especial que el beato tenía por los pobres: “eran el sacramento vivo de la presencia de Jesús entre nosotros”. También resaltó la confianza en la Providencia: “era su punto de referencia diario para alimentar la caridad en sus obras”.

Igualmente señaló su fidelidad a las enseñanzas del papa León XIII, así como la aplicación de la encíclica Rerum Novarum en su plan pastoral: “Destacó la promoción de la dignidad humana y cristiana de los obreros, fundando escuelas nocturnas para su formación, defendiendo el salario justo, fomentando las asociaciones para tutelar sus derechos y visitando los barrios pobres”.

Igualmente recordó cómo el cardenal Sancha se dedicó a la formación intelectual y espiritual de los sacerdotes, especialmente de aquellos que no tenían recursos para entrar al seminario.

“El Beato estaba persuadido de que la misión del sacerdote católico no consistía sólo en santificarse, sino también en asumir el compromiso de ser luz del mundo, sal de la tierra y custodio de la buena doctrina. Todo esto no puede hacerse realidad si el sacerdote carece de una profunda formación espiritual y cultural”.

Destacó la actualidad del testimonio del Beato: “En este año sacerdotal, es modelo de la dignidad y santidad de la vida sacerdotal”.

Un modelo que puede hacer mella en todos los hombres y mujeres: “Para las religiosas por él fundadas, será siempre fuente de inspiración existencial, para imitar a Cristo, el buen samaritano.”

“Para todos nosotros, hombres y mujeres de poca fe, constituye un modelo que nos empuja a vivir siempre con la mirada puesta en lo alto”, agregó.

Por ello, concluyó su homilía calificando al cardenal Sancha como un “timbre de gloria de la España católica”.

La eucaristía fue concelebrada por los cardenales Francisco Álvarez Martínez, arzobispo emérito de Toledo, Antonio Cañizares Llovera, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, y Agustín García Gasco, arzobispo emérito de Valencia.

También concelebró el cardenal Primado de América, Nicolás de Jesús López Rodríguez, arzobispo de Santo Domingo – República Dominicana.

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ZENIT Staff

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