HUESCA, viernes, 23 de octubre, de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio de este domingo XXX del tiempo ordinario (Marcos 10,46-52), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca.
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Salen de Jericó, una bellísima ciudad, fértil y amable, acaso también tentadora para quedarse allí y ahorrarse así la tragedia que a Jesús le esperaba si continuaba su viaje hacia Jerusalén. Pero aquella belleza ni siquiera constituía una tentación al ciego Bartimeo. Sus ojos cerrados le tenían allí postrado al borde del camino pidiendo limosna. Invidente y mendicante, sin luz y sin hacienda, orillado en el sendero. Debió escuchar más jaleo del usual y preguntando qué pasaba o quién pasaba, le respondieron que era Jesús. Entonces él comenzó a gritar: «Hijo de David, ten compasión de mí». Debió hacerlo con tanta fuerza e insistencia que llegó a molestar a algunos del cortejo de Jesús.
Bartimeo, que no podía andar a causa de su ceguera física y que le tenía allí postrado y limosnero, tenía más luz interior que bastantes de los que acompañaban al Señor. Un ciego que no puede andar y unos viandantes con ceguera en el corazón. No se debe censurar el grito de la vida. Es el grito de quien sabe que ha nacido para ver y para andar, y no acepta una resignación imperativa de tener que contentarse con limosnas inmóviles.
La creación entera grita gemidos de parto, dice la carta a los Romanos, indicando que en la historia de los hombres no todo es bello, ni bueno, ni justo, ni verdadero. Y entonces la misma creación se resiente, se rebela, y de mil modos grita a través de los hambrientos de todas las hambres, a través de los invidentes de tantas cegueras y a través de quienes sufren ataduras en su libertad o en su corazón. Todos estos gritos desafinan, molestan, crean conmoción. La tentación siempre es la de acallarlos, la de censurarlos en algún sentido. ¿Quién tuviera los oídos de Dios para escuchar tantos gritos y responderlos adecuadamente?
En el camino de Jericó, porque pasaba Jesús, Bartimeo no dejó de gritar, y cada vez más fuerte, como quien dice a su modo urgente e intempestivo que lo suyo no debe perpetuarse, que no ha nacido para eso. La vida amordazada, acorralada, mutilada o censurada… no dejará de gritar y de gritarse. «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi», es la oración de todos los pobres y sencillos que han querido alguna vez levantarse de sus cegueras y de sus forzosas prostraciones. Jesús le curó alabando su fe y Bartimeo se levantó y lo siguió como discípulo. Había encontrado la Luz y abandonó su ceguera; había hallado el Tesoro y dejó de pedir limosna; había encontrado el sentido de la vida, y se puso a caminarlo, abrazado a Aquel que es Camino y con nosotros Caminante.