PUERTO PRÍNCIPE, lunes 18 de enero de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la crónica que ha enviado el sacerdote mexicano Antonio Sandoval, coordinador regional de Cáritas Latinoamericana y del Caribe, desde Puerto Príncipe, donde se encuentra asistiendo a las víctimas del terremoto que ha flagelado Haití.
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Los días han estado marcados por el dolor y la tristeza de la gente que prácticamente ha perdido todo, excepto, la fe y la esperanza. Cada noche cuando me encuentro acostado logro escuchar los cantos de la gente que ora en su lengua a Dios y agradece la vida aun en su más grande precariedad.
Desde mi llegada, producto de la providencia, lo que me encontré fue un pueblo devastado en sus construcciones: casas, escuelas, Iglesias, negocios, oficinas gubernamentales, mucho de lo que tanto esfuerzo les costó construir totalmente en ruinas.
Por la noche la gente invade los camellones, cuando los hay o cierra las calles para organizarse para dormir ahí. La energía eléctrica está suspendida en toda la ciudad. Fogatas en diversos lados hablan de la incipiente organización de la gente para prepararse sus escasos alimentos.
He recorrido con la gente de Caritas diversos puntos de Puerto Príncipe, que por ser la capital y estar muy afectada, ha captado la atención internacional. Las escenas que nos ha tocado experimentar al equipo que compartimos en la Caritas Nacional: varios rescatistas mexicanos, dos religiosas de Pai Pei; junto con los cooperantes de las Caritas del Norte que se han ido integrando, además del staff de Caritas Internationalis, son escalofriantes por el dolor, pero contradictoriamente, nos fortalecen al descubrir que ningún terremoto por más severo que sea, puede postrar al ser humano.
Los sobrevivientes entre los escombros cada día naturalmente han de ser menos. Hoy fueron rescatadas personas vivas del Hospital que colapsó, algunos con miembros ya en grado avanzado de putrefacción, a los que no hubo otro remedio que amputarles algún miembro. Seguetas, cinceles y martillos han suplido la carencia de material quirúrgico adecuado.
Las mesas de trabajo plegables se han convertido en lugares para hacer las cirugías necesarias. Las religiosas mexicanas, y los médicos que han atendido en el hospital son un ejemplo de entrega incansable. De igual modo nuestros rescatistas mexicanos «topos», que han dejado sus familias y su trabajo para tratar de atender a este pueblo en su sufrimiento.
Haití parece ser llevado adelante por una mano que le impide desmoronarse La presencia de la policía nacional es escasa y la de los cascos azules (fuerzas de paz de Naciones Unidas) apenas y se puede sentir más allá de algunos lugares estratégicos.
El día de hoy comenzó esperanzadoramente. Tuvimos la primera reunión de coordinación de todas las Caritas presentes en el país para la emergencia. Privó un ánimo de concordia y de colaboración para canalizar la ayuda que empiece a llegar a os más afectados. Sin protagonismos estériles llegamos a distintos acuerdos.
De ahí nos dirigimos a visitar las comunidades afectadas fuera de Puerto Príncipe. Petit Goave y Leogane fueron nuestros destinos. La primera con la Iglesia destruida y muchas casas, imposibles de contar, a lo largo del camino totalmente en ruinas. En Leogane el panorama fue desolador. No pudimos llegar hasta el centro de la ciudad en automóvil porque las vías estaban bloqueadas. Caminamos por la avenida principal que parecía haber sido víctima de un bombardeo quirúrgico, en donde 4 de cada 5 edificaciones estaban en el suelo. En el centro de la ciudad, en la plaza principal, frente a la Iglesia en ruinas, se asentó un campamento donde con certeza podría haber 500 tiendas, con entre 5 y 8 integrantes en cada una.
Se parece a Puerto Príncipe en su destrucción, pero sin la atención que la capital ha captado. No parece estar llegando la ayuda a estas comunidades.
Junto al dolor, expresaba antes existen muchos gestos de solidaridad. Las religiosas de la Madre Teresa, improvisaron un pequeño hospitalito en una casa que tienen en una zona marginada de la ciudad. De nuevo atendiendo a los enfermos a la intemperie, apenas cubiertos por una lona de media sombra y sobre mesas y camillas improvisadas. La gente que no tiene a donde recurrir carga a sus enfermos sobre los hombres a veces varios kilómetros. El transporte público es escaso y está saturado, imposible de introducir a un enfermo.
Los signos de solidaridad de la comunidad internacional están empezando a fluir, si bien de manera lenta. Esperamos que a partir de mañana podamos tener elementos más concretos de cómo s está movilizándose esta solidaridad.