CIUDAD DEL VATICANO, martes 1 de junio de 2010 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI quiso reflexionar sobre la misión de la Iglesia en el mundo, durante el discurso que pronunció ayer por la noche en la “Gruta de Lourdes”, en los jardines vaticanos.
Con el rezo del tradicional último rosario de mayo en los jardines vaticanos, cientos de fieles procedentes de la iglesia de San Esteban de los Abisinios – que se encuentra detrás de la Basílica de San Pedro – llegaron a la “Gruta de Lourdes”, reproducción a escala reducida de la original, que el obispo de Tarbes y los católicos franceses regalaron a León XIII.
El lugar, en los jardines vaticanos, fue inaugurado por el papa Pío X en 1905, y es habitualmente lugar de oración y de celebraciones marianas. Allí tomó el Papa Benedicto XVI la palabra ayer por la noche, meditando sobre el misterio de la Visitación.
El de María a su prima Isabel “es un auténtico viaje misionero. Es un viaje que la lleva lejos de casa, la empuja al mundo, a lugares extraños a sus costumbres cotidianas, la hace llegar, en un cierto sentido, hasta los límites de lo que ella podía llegar”, explicó el Papa.
“Está precisamente aquí, también para todos nosotros, el secreto de nuestra vida de hombres y de cristianos. La nuestra, como individuos y como Iglesia, es una existencia proyectada fuera de nosotros”.
Es el propio Jesucristo, afirmó el Papa, el que “nos pide que salgamos de nosotros mismos, de los lugares de nuestras seguridades, para ir hacia los demás, a lugares y ámbitos distintos”.
“Y es siempre el Señor el que, en este camino, nos pone junto a María como compañera de viaje y madre solícita. Ella nos da seguridad, porque nos recuerda que con nosotros está siempre su Hijo Jesús, según lo que prometió: yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo», añadió.
Esta misión, como en María, va acompañada de la caridad, subrayó el Pontífice. María llega hasta Isabel “para ofrecerle esa cercanía afectuosa, esa ayuda concreta y todos esos servicios cotidianos de los que tenía necesidad”.
“Isabel se convierte así en el símbolo de tantas personas ancianas y enfermas, más aún, de todas las personas necesitadas de ayuda y de amor. ¡Y cuántas son también hoy, en nuestras familias, en nuestras comunidades y en nuestras ciudades!”, dijo Benedicto XVI.
Esta caridad de la Iglesia “no se detiene en la ayuda concreta, sino que alcanza su culmen en el dar al mismo Jesús, en ‘hacerle encontrar’”.
“Jesús es el verdadero y único tesoro que nosotros tenemos que dar a la humanidad. Es de Él de quien los hombres y mujeres de nuestro tiempo tienen profunda nostalgia, aun cuando parecen ignorarlo o rechazarlo. Es de Él de quien tiene gran necesidad la sociedad en que vivimos, Europa, el mundo entero”, añadió.
Para concluir , el Papa exhortó a los presentes a trabajar por “una civilización en la que reinen la verdad, la justicia, la libertad y el amor, pilares fundamentales e insustituibles de una verdadera convivencia ordenada y pacífica”.
[Por Inma Álvarez]