Llamamiento a los sacerdotes a la conversión al concluir su año

El cardenal Meisner les invita a acudir al sacramento de la confesión

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 9 de junio de 2010 (ZENIT.org).- La primera jornada del encuentro internacional de sacerdotes más numeroso de la historia ha quedado marcada por el llamamiento a la conversión y a acercarse al sacramento de la Reconciliación con Dios.

Ante los diez mil presbíteros que ya han llegado a la ciudad eterna para participar en la clausura del Año Sacerdotal, el cardenal Joachim Meisner, arzobispo de Colonia, recordó que así como la «Iglesia siempre debe ser reformada» («Ecclesia semper reformanda»), del mismo modo el obispo y el sacerdote «siempre debe ser reformado» («semper reformandus»).

En la meditación que ofreció en la mañana de este miércoles, antes de la celebración de la misa en la basílica romana de San Pablo Extramuros, reconoció que los sacerdotes, al igual que Pablo en el camino a Damasco, «tienen que caer de nuevo del caballo, para caer en los brazos de Dios misericordioso».

Por este motivo, «no es suficiente que en nuestro trabajo pastoral hacer correcciones sólo a las estructuras de nuestra Iglesia para que sea más atractiva. ¡No es suficiente! Lo que hace falta es un cambio de corazón, de mi corazón».

«Sólo un Pablo convertido pudo cambiar el mundo, no un ingeniero de estructuras eclesiásticas», aclaró al iniciar el congreso internacional de sacerdotes convocado por Benedicto XVI y organizado por la Congregación vaticana para el Clero, que culminará este viernes, día del Sagrado Corazón de Jesús, con una misa en la plaza de San Pedro del Vaticano en la que se esperan a unos quince mil presbíteros.

Importancia de la confesión

El cardenal Meisner reconoció que «una de las pérdidas más trágicas» que la Iglesia ha sufrido en la segunda mitad del siglo XX ha sido «la pérdida del Espíritu Santo en el sacramento de la Reconciliación».

La escasa participación en este sacramento, comentó, «constituye la raíz de muchos males en la vida de la Iglesia y en la vida del sacerdote».

«Cuando fieles cristianos me preguntan: ‘¿Cómo podemos ayudar a nuestros sacerdotes?’, entonces siempre respondo: ‘Id a confesaros con ellos'».

Según el purpurado alemán, «allí donde el sacerdote deja de confesar, se convierte en un agente social religioso» y «cae en una grave crisis de identidad».

«Un sacerdote que no se encuentra, con frecuencia, de un lado o del otro de la rejilla del confesionario, sufre daños permanentes para su alma y su misión».

«Un confesionario en el que está presente un sacerdote, en una iglesia vacía, es el símbolo más impresionante de la paciencia de Dios que espera».

Confirmación del amor de Dios

En el confesionario, continuó, «el sacerdote puede echar un vistazo a los corazones de muchas personas y de ahí surgen motivaciones, aliento, aspiraciones para el propio seguimiento de Cristo».

La confesión, observó el cardenal, «nos permite acceder a una vida en la que sólo se puede pensar en Dios».

«Ir a confesarse significa hacer que el amor de Dios sea algo más cordial, escuchar y experimentar eficazmente, una vez más, que Dios nos ama».

«Confesarse significa recomenzar a creer, y al mismo tiempo a descubrir que hasta ahora no nos hemos fiado de una manera suficientemente profunda de Dios y que, por este motivo, hay que pedir perdón».

Dada la importancia de la confesión, el purpurado consideró que desde su punto de vista «la madurez espiritual de un candidato al sacerdocio para recibir la ordenación sacerdotal se hace evidente en el hecho de que reciba regularmente –al menos una vez al mes– el sacramento de la Reconciliación».

De hecho, en este sacramento se encuentra «al Padre misericordioso con sus dones más preciosos, es decir, su entrega, el perdón y la gracia», concluyó.

Por Roberta Sciamplicotti

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ZENIT Staff

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