ROMA, lunes 21 de junio de 2010 (ZENIT.org).- El secretario del Consejo Pontificio de la Pastoral para los Migrantes y los Itinerantes, el arzobispo Agostino Marchetto, destacó la conveniencia de pasar de la multiculturalidad a la interculturalidad.
Lo hizo durante la conferencia Multiculturalismo (de hecho) y religión, que pronunció en el Consejo Nacional Forense, celebrado en Roma del 17 al 19 de junio.
El título del encuentro –La salvaguarda de los derechos humanos y las libertades fundamentales– respondía a los 60 años de la firma de la Convención europea sobre ese tema.
“La urgencia de hoy y el secreto del futuro -afirmó el arzobispo- está en el diálogo entre personas, comunidades, autoridades y organizaciones civiles, pueblos, culturas y religiones para contrarrestar el bloqueo y la intolerancia que en el fondo nace de la idolatría de sí mismo, del propio grupo y de la propia tradición socio-cultural”.
En este sentido, para monseñor Marchetto, “la acogida dialogante se expresa en un encuentro auténtico, que sirve al difícil y nunca agotado arte de conjugar el aspecto personal y de grupo, de articular identidad, complementariedad, corresponsabilidad y creatividad, pasando de la multiculturalidad a la interculturalidad, ofreciendo espacios dinámicos a la reciprocidad y a la fecundidad”.
El prelado pidió “no el hombre ‘sobre’, ‘contra’ o ‘sin’ el otro hombre, sino juntos, todos, por una sociedad nueva, a comenzar desde Europa para que esté en la línea de su original humanismo”.
“La tolerancia ya no basta -destacó-. Es necesario pasar a la “convivencia de las diferencias”.
Frente al multiculturalismo, “nosotros hombres resligiosos estamos invitados a considerar que no existen culturas abstractas, separadas de las personas o viceversa”, indicó.
Y añadió: “La cuestión, por tanto, no se resuelve preguntándose ‘quién es el otro’ o ‘quién soy yo’, sino en primer lugar ‘quién soy yo en relación al otro’”.
En este sentido, destacó la “importante contribución de la educación también permanente, de la obra de los medios de comunicación de masas, del compromiso de la política y de la misión típica de las religiones, para lograr la meta que nos fijamos”.
Monseñor Marchetto constató que “nuestra época es tiempo del encuentro entre personas y pueblos de diversas culturas, nacionalidades y religiones” y que “las migraciones realizan una función importante en este proceso”.
Y lamentó que “las legítimas diferencias se han utilizado para dominar o para discriminar, y por tanto no siempre se han valorado justamente”.
Por ello, señaló la necesidad de “concebir la justa diversidad como un valor, desarrollando una visión plural de la realidad”.
“El pluralismo, de hecho, en principio y en sí mismo, implica el reconocimiento, el respeto, la promoción de la diversidad, de los derechos de todos en régimen de armonía y pacífica convivencia”, explicó.
Y continuó: “Su realización, sin embargo, no puede detenerse en la mera constatación de un dato de hecho, de una declaración”.
En este punto, señaló la importante función de la religión “ya sea para favorecer la aceptación de la variable realidad de nuestro tiempo, sin perder la propia identidad, o en el compromiso de aumentar el respeto a hombres y mujeres de distinta pertenencia, en particular en las áreas donde la realidad migratoria está más presente”.
“Y no basta después el respeto, porque debemos acoger, como expresión de amor”, añadió.
Para ello, destacó la necesidad de “una visión que permita, en la compleja realidad actual, difícil y contradictoria, acoger también en Europa los signos de un mundo nuevo que nace, donde la religión tiene una función de gran importancia, querámoslo o no”.
“Así, en el ámbito cultural se abre camino una mentalidad cada vez más “transnacional” -podemos definirla también como “intercultural” porque, gracias también a las continuas innovaciones tecnológicas, estamos en condiciones de “vivir” al mismo tiempo en diversos ambientes sociales”, destacó.
En opinón de monseñor Marchetto, “también en el ámbito religioso, por tanto, existe la posibilidad de realizar una fraternidad universal, es decir, una unidad en la que las diferencias no son eliminadas sino vividas en su identidad ‘en relación’”.
“Y entonces -subrayó- el fenómeno migratorio se convierte en un laboratorio adecuado para probar la apertura, acogida y respeto de las otras culturas, mientras valores humanos y religiosos -que no están en contradicción- sostienen y motivan itinerarios y tentativas”.
“Por otra parte, precisamente las notas de la acogida, la itinerancia y la comunión son puntos de referencia dinámicos en la búsqueda de amor auténtico al confrontar al otro, especialmente en los contextos donde el multiculturalismo está más presente”, añadió.
En su intervención, declaró que “los movimientos migratorios crean la oportunidad de encuentro con personas de otra cultura y religión, que nos interpelan e invitan a dejar ciertas seguridades y esquemas mentales para ponernos en camino hacia el otro con oferta de diálogo intercultural, interreligioso”.