CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 23 de junio de 2010 (ZENIT.org).- Dirigiéndose a los miles de fieles y peregrinos presentes este miércoles por la mañana en la Plaza de San Pedro para la Audiencia General, Benedicto XVI exhortó a todos a “enamorarse” de la Eucaristía.
El Papa dedicó su tercera catequesis a santo Tomás de Aquino, depués de las anteriores del 2 de junio y del 16 de junio, en esta ocasión, profundizando sobre varios aspectos de su pensamiento teológico.
Para el santo, explicó el Papa, el nudo fundamental del cristianismo es la Encarnación, con la que la fe “llega a reforzarse; la esperanza se eleva más confiada, al pensamiento de que el Hijo de Dios vino entre nosotros, como uno de nosotros, para comunicar a los hombres su propia divinidad; la caridad se reaviva, porque no hay signo más evidente del amor de Dios por nosotros, como ver al Creador del universo hacerse él mismo criatura, uno de nosotros”.
En la Summa Theologiae, obra cumbre del santo, “ escribe páginas hasta ahora no superadas sobre el Misterio de la Encarnación y de la Pasión de Jesús”, así como “un amplio tratado sobre los siete Sacramentos, porque en ellos el Verbo divino encarnado extiende los beneficios de la Encarnación para nuestra salvación”.
Hablando de los Sacramentos, Tomás reflexionó de modo particular en el Misterio de la Eucaristía, por el que tenía una grandísima devoción.
Era tal esta devoción, añadió el Papa, que, según sus antiguos biógrafos, Tomás “acostumbraba a acercar su cabeza al Tabernáculo, como para oír palpitar el Corazón divino y humano de Jesús”.
«Queridos hermanos y hermanas, en la escuela de los santos, ¡enamorémonos de este Sacramento! – exhortó el Papa – ¡Participemos en la Santa Misa con recogimiento, para obtener sus frutos espirituales, alimentémonos del Cuerpo y la Sangre del Señor, para ser incesantemente alimentados por la Gracia divina!”
“¡Entretengámonos de buen grado y con frecuencia, de tu a tu, en compañía del Santísimo Sacramento!”, añadió, en referencia a la adoración eucarística, una devoción muy querida también por Benedicto XVI.
Aparte de las obras más conocidas de santo Tomás, la Summa Theologiae y la Summa contra Gentiles, el Papa quiso llamar la atención sobre la predicación del Aquinate, tan rigurosa y sencilla como sus obras científicas.
Especialmente, se refirió a los Opúsculos, una serie de predicaciones cuaresmales realizadas en 1273, un año antes de su muerte, en la iglesia de Santo Domingo el Mayor en Nápoles.
“El contenido de la predicación del Doctor Angelicus corresponde casi del todo a la estructura del Catecismo de la Iglesia Católica”.
De hecho, explicó, “en la catequesis y en la predicación, en un tiempo como el nuestro de renovado compromiso por la evangelización, no deberían faltar nunca estos argumentos fundamentales: lo que nosotros creemos, y ahí está el Símbolo de la fe; lo que nosotros rezamos, y ahí está el Padre Nuestro y el Ave María; y lo que nosotros vivimos como nos enseña la Revelación bíblica, y ahí está la ley del amor de Dios y del prójimo y los Diez Mandamientos, como explicación de este mandato del amor”.
Incluso en sus predicaciones, santo Tomás no dejaba de lado la racionalidad de la fe. El Papa quiso proponer un ejemplo “del contenido, sencillo, esencial y convincente, de la enseñanza de santo Tomás”, tomado de su Opúsculo sobre el Símbolo de los Apóstoles”.
“A quien objeta que la fe es una necedad, porque hace caer en algo que no cae bajo la experiencia de los sentidos, santo Tomás ofrece una respuesta muy articulada, y recuerda que esta es una duda inconsistente, porque la inteligencia humana es limitada y no puede conocer todo”.
“Sólo en el caso en que pudiésemos conocer perfectamente todas las cosas visibles e invisibles, entonces sería una auténtica necedad aceptar las verdades por pura fe”, citó el Papa.
Además, explica Benedicto XVI con palabras del santo, “es imposible vivir sin confiar en la experiencia de los demás, allí donde no llega el conocimiento personal. Es razonable por tanto tener a Dios que se revela y en el testimonio de los Apóstoles”.
Los seguidores de Jesús “eran pocos, sencillos y pobres, afligidos con motivo de la Crucifixión de su Maestro; y sin embargo muchas personas sabias, nobles y ricas se convirtieron a la escucha de su predicación”.
“Se trata, en efecto, de un fenómeno históricamente prodigioso, al que difícilmente se puede dar otra respuesta razonable, si no la del encuentro de los Apóstoles con el Señor Resucitado”.
Por último, el Papa aludió a la profunda devoción mariana del Aquinate, que la definió Triclinium totius Trinitatis: “triclinio, es decir, lugar donde la Trinidad encuentra su reposo, porque, con motivo de la Encarnación”.
“En ninguna criatura, como en Ella, las tres divinas Personas inhabitan y encuentran delicia y alegría en vivir en su alma llena de Gracia. Por su intercesión podemos obtener toda ayuda”, añadió el Papa, recordando a los fieles una oración tradicionalmente atribuida a santo Tomás.
«Oh beatísima y dulcísima Virgen María, Madre de Dios…, yo confío a ti corazón misericordioso toda mi vida… Obtenme, o Dulcísima Señora mía, caridad verdadera, con la que pueda amar con todo el corazón a tu santísimo Hijo y a tí, después de él, sobre todas las cosas, y al prójimo en Dios y por Dios”, concluyó.