ROMA, jueves 24 de junio de 2010 (ZENIT.org).- Benedicto XVI abandonó en la mañana de este jueves los muros vaticanos para visitar una comunidad cercana de monjas dominicas de clausura y pedirles que recen en estos momentos particulares por la pureza de la Iglesia.
El pontífice visitó el monasterio de Santa María del Rosario en el Monte Mario, rezó con las religiosas la Hora Media de la Liturgia de las Horas, y les dirigió palabras de aprecio y cercanía por la insustituible misión que desempeñan al servicio de toda la Iglesia con su vida de oración y trabajo.
«Vuestra consagración al Señor en el silencio y en el ocultamiento se hace fecunda y llena de frutos, no sólo para el camino de santificación y de purificación, sino también para ese apostolado de intercesión que lleváis a cabo por toda la Iglesia, para que pueda aparecer pura y santa en presencia del Señor», les dijo.
«Vosotras, que conocéis bien la eficacia de la oración, experimentáis cada día cuántas gracias de santificación esta puede obtener en la Iglesia», les aseguró el Santo Padre.
En ese monasterio se custodia el antiguo icono de la «Virgen de San Lucas» (siglo VII), que según una tradición había sido pintado por el evangelista, aunque parece que fue traído a Roma por monjas griegas para salvarlo de la furia iconoclasta después del año 815.
En el monasterio se encuentran también reliquias de santo Domingo de Guzmán, santa Catalina de Siena y otros santos y santas dominicos.
La comunidad se compone de trece religiosas, once italianas, una colombiana y una eslovaca.
«La forma de vida contemplativa, que de las manos de santo Domingo habéis recibido en la modalidad de la clausura –les dijo el Papa–, os coloca, como miembros vivos y vitales, en el corazón del cuerpo místico del Señor, que es la Iglesia; y como el corazón hace circular la sangre y mantiene con vida al cuerpo entero, así vuestra existencia escondida con Cristo, entretejida de trabajo y de oración, contribuye a sostener a la Iglesia, instrumento de salvación para cada hombre al que el Señor redimió con su Sangre».
«Es a esta fuente inagotable a la que vosotros os acercáis con la oración, presentando en presencia del Altísimo las necesidades espirituales y materiales de tantos hermanos en dificultad, la vida descarriada de cuantos se alejan del Señor».
«¿Cómo no moverse a compasión por aquellos que parecen vagar sin meta? –se preguntó el Papa al pensar en la misión de oración de estas religiosas por las necesidades del mundo–. ¿Cómo no desear que en su vida suceda el encuentro con Jesús, el único que da sentido a la existencia?».
«Reconoced por ello, queridas hermanas, que en todo lo que hacéis, más allá de los momentos personales de oración, vuestro corazón sigue siendo guiado por el deseo de amar a Dios». Y añadió: «reconoced que el Señor es quien ha puesto en vuestros corazones su amor, deseo que dilata el corazón, hasta hacerlo capaz de acoger al mismo Dios. ¡Este es el horizonte de la peregrinación terrena! ¡Esta es vuestra meta!»,
«Por esto habéis elegido vivir en el ocultamiento y en la renuncia a los bienes terrenos –indicó–: para desear por encima de todo ese bien que no tiene igual, esa perla preciosa que merece la renuncia a cualquier otro bien para entrar en posesión suya».
Antes de despedirse, el Papa dejó este consejo a las monjas de clausura: «Que podáis pronunciar cada día vuestro ‘sí’ a los designios de Dios, con la misma humildad con que dijo su ‘sí’ la Virgen Santa».