CASTEL GANDOLFO, miércoles, 8 septiembre 2010 (ZENIT.org).- Wolfgang Amadeus Mozart enseña con su obra musical que la muerte es «como una ‘llave’ para atravesar la puerta hacia la felicidad», explicó Benedicto XVI este martes por la tarde al participar en un concierto en el que se interpretó el Réquiem del «sumo músico» de Salzburgo.
El pontífice, confesando que desde su infancia su vida ha estado ligada de manera particular a la música de Mozart, explicó cómo para el compositor la muerte no es algo que provoca miedo, sino más bien una certeza «consoladora».
El Papa tomó la palabra al final del concierto en el que la Orquesta de Padua y del Véneto y el coro «Academia de la voz» de Turín interpretaron la Misa de Réquiem en re menor K 626, en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo, como homenaje al pontífice de la Academia Pontificia de las Ciencias.
Hablando del compositor austriaco, confesó que «cada vez que escucho su música no puedo dejar de volver con la memoria a mi iglesia parroquial, donde cuando era un muchacho, en los días de fiesta, resonaba una de sus ‘misas’: en el corazón sentía que me alcanzaba un rayo de la belleza del Cielo , y esta sensación sigo experimentándola también hoy cada vez, escuchando esta gran meditación, dramática y serena, sobre la muerte».
«En Mozart, todo está en perfecta armonía, cada nota, cada frase musical; es así y no podría ser de otra manera; incluso los opuestos quedan reconciliados es la mozart’sche Heiterkeit, la ‘serenidad mozartiana’ todo lo envuelve, en cada momento».
«Es un don de la Gracia de Dios –añadió el Papa–, pero es también el fruto de la fe viva de Mozart que, especialmente en la música sacra, logra reflejar la respuesta luminosa del Amor divino, que da esperanza, incluso cuando la vida humana es lacerada por el sufrimiento y la muerte».
El Papa citó la última carta que escribió Mozart a su padre, Leopold, fechada el 4 de abril de 1787, en la que escribía «…¡desde hace algún año he alcanzado tanta familiaridad con esta amiga sincera y sumamente querida del hombre, [la muerte], que su imagen ya no sólo no tiene nada de aterrador, sino que me parece incluso muy tranquilizante y consoladora! Y doy gracias a mi Dios por haberme concedido la suerte de tener la oportunidad de reconocer en ella la clave de nuestra felicidad».
«No me acuesto nunca sin pensar que al día siguiente quizá ya no estaré –añadía el gran músico–. Y sin embargo nadie que me conozca podrá decir que en compañía yo sea triste o de mal humor. Y por esta suerte doy las gracias cada día a mi Creador y lo deseo de todo corazón a cada uno de mis semejantes».
En este escrito el Papa percibe «una fe profunda y sencilla, que aparece también en la gran oración del Réquiem, y nos lleva, al mismo tiempo, a amar intensamente las vicisitudes de la vida terrena como dones de Dios y a elevarnos por encima de ellas, contemplando serenamente la muerte como una ‘llave’ para atravesar la puerta hacia la felicidad».
Por eso, concluyó, «el Réquiem de Mozart es una elevada expresión de fe, que reconoce el carácter trágico de la existencia humana y que no oculta sus aspectos dramáticos, y por este motivo es una expresión de fe propiamente cristiana, consciente de que toda la vida del hombre está iluminada por el amor de Dios».