ROMA, martes 14 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Con la fiesta de la Natividad de María, empezó, el 8 de septiembre en Roma, en la comunidad de San Anselmo en el Aventino, el 6º Simposio internacional del Communio Internationalis Benedictinarum (CIB).

Una semana de trabajos (del 8 al 15 de septiembre) está permitiendo a un grupo internacional de hermanas benedictinas afrontar el tema de la Esperanza en la espiritualidad benedictina.

Participan numerosas delegadas procedentes de Europa, África y América. Supervisa los trabajos el abad primado Notker Wolf, que presidirá una solemne celebración litúrgica el 14 de septiembre a las 11,30 horas en Nursia, en la Basílica de San Benito, durante la peregrinación con la comunidad.

Para profundizar en la espiritualidad y el carisma del CIB, ZENIT ha entrevistado a la hermana mejicana Maricarmen Bracamontes de Torreòn.

- ¿Qué importancia tiene este 6º Simposio?

Hermana Maricarmen: Esta reunión recuerda el texto de san Gregorio, porque por una parte estoy convencida de que un único corazón benedictino late en el fondo de nuestra universal diversidad, y por otra, no hay ninguna duda de que estamos atravesando un momento histórico de oscuridad y necesitamos una luz, precisamente como san Benito, que brille en lo alto y que nos dé claridad en medio de la niebla.

Estamos reunidas aquí para compartir nuestras experiencias vivas de esperanza. Para mí, Rudolfo Cardenal describe bien la esperanza cuando dice que es el contenido de las promesas de nuestra madre y Dios Padre encarnado en Jesucristo, abierta sin descanso al futuro, sostenida y animada por la Divina Ruah, que recrea la vida en la historia humana.

- ¿La promesa de la esperanza está por tanto siempre viva?

Hermana Maricarmen: La pregunta “¿y quién irá de parte nuestra?” planteada a Isaías (Is 6,8) viene del corazón de Dios, un corazón que tiene piedad de un pueblo oprimido en todos los rincones del mundo, y esa pregunta es una vez más una invitación a los discípulos de Dios allá donde se encuentren. Quien les llama es “misericordioso y clemente, rico en amor y fidelidad” (Ex 34,6).

Dios nos ha dicho: “Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará” (Is 54,10).

Cuando nos damos cuenta de que somos partícipes de la misericordia de Dios en la historia de la humanidad recibimos la fuerza que sólo la bondad divina nos puede dar.

Y por último, porque los instrumentos de las buenas obras concluyen con la invitación a “no desesperar de la misericordia de Dios” (RB 4,74).

- ¿Podemos por tanto hablar de una reflexión desde una perspectiva holístico-racional?

Hermana Maricarmen: La vía benedictina conduce a un proceso de integración que abarca las diversas dimensiones de la conciencia humana: cognitiva (la mente), afectiva (el corazón), ética, moral (la voluntad y todas sus capacidades), religiosa (el alma).

Esta integración nos permite amar de una manera unificada y es la condición para avanzar en el camino de la conversión.

“El taller, empero, donde debemos practicar con diligencia todas estas cosas, es el recinto del monasterio y la estabilidad en la comunidad” (RB 4,78). La dinámica monástica anima los procesos de integración en aquellos que viven en el “monasterio”, que es el lugar donde nosotros pedimos a Dios con las oraciones más insistentes que lleve a término el trabajo divino en nuestras vidas: Que todos sean uno.

Si perseveramos, intentando vivir en la conversatio, la experiencia del amor incondicional de Dios integra gradualmente todas las dimensiones de nuestro ser, y así nos convertimos en unificados en nosotros y entre la diversidad y la pluralidad que nos caracteriza.

El resultado de todo esto es que vivimos con transparencia y coherencia, que no separamos nuestros juicios de nuestros sentimientos, ni nuestra conducta de nuestra creencia.

De esta manera, nuestra integridad y responsabilidad social y personal no nos permitirá “decir una cosa y hacer otra” ni establecernos en una vida de contradicciones e incoherencias.

- La Iglesia afronta actualmente momentos difíciles. ¿Reclama la esperanza?

Hermana Maricarmen: Obviamente. Me parece que algunos sectores de la Iglesia se han deslizado en el diálogo con los signos de los tiempos que fue tan alentado por el Concilio Vaticano II.

Esos signos han revelado que durante siglos, tanto en la sociedad como en la Iglesia, los esfuerzos se dedicaron a contener la diversidad y la pluralidad tan características de la humanidad.

Hoy muchos grupos humanos, con diversas visiones de la realidad, están llegando al primer plano y piden ser reconocidos, respetados e integrados.

Los nuevos métodos de comprensión y de descubrimiento de la humanidad dejan anticuados los viejos sistemas de relación basados en el dominio, la sumisión y la marginación.

Esos sistemas del pasado consideraban a algunos seres humanos superiores a los demás, basándose en la raza, el género, la clase social, la edad, la ideología, la religión, etcétera.

Frente a una conciencia más clara de la dignidad común de todos los seres humanos, la ausencia de diálogo entre los que están abiertos a los signos de los tiempos y los que continúan adhiriéndose a visiones del pasado y cerrando su mente y su corazón al cambio histórico que estamos viviendo reclama la esperanza.

Desde una perspectiva de fe, somos conscientes y estamos convencidos de que toda la humanidad, con sus diferencias, ha sido creada con igual dignidad a imagen y semejanza divina.

Somos hijos de Dios y hermanas y hermanos entre nosotros en Cristo, que es nuestra paz (Ef 2,14), y, en Él toda discriminación y marginación está superada (Gal 3, 26-28)

De esta conciencia oímos la llamada y nos abrimos con sabiduría y madurez a nuestro mundo con su urgente necesidad de reconocer la diversidad, de promover la integración y alentar el diálogo y la participación. Emergen por tanto muchos desafíos.



[Por Maurizio Tripi, traducción del italiano por Patricia Navas]