CIUDAD DEL VATICANO, lunes 4 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió el pasado viernes durante la celebración de un concierto en el Aula Pablo VI.
El concierto fue interpretado por la Orquesta y el Coro de la Academia Nacional de Santa Cecilia, y estaba organizado por el ENI (Ente Nazionale Idrocarburi), institución italiana que está llevando a cabo los trabajos de restauración de las fachadas laterales de la Basílica de San Pedro.
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Venerados hermanos,
ilustres señores y señoras, queridos hermanos y hermanas,
Deseo ante todo dirigir mi sentido agradecimiento al ENI, en la persona del Presidente, el profesor Roberto Poli, que ha presentado cortésmente esta velada. Ya desde hace tiempo el ENI había ofrecido organizar un concierto en coincidencia con los trabajos de restauración de las fachadas laterales de la Basílica de San Pedro. Tras haber realizado la memorable limpieza de la fachada, admirada por millones de peregrinos durante el Jubileo del 2000, esta gran obra posterior está en pleno desarrollo: entrando en el Vaticano por el Arco de las Campanas o por el Petriano, se queda uno sorprendido – al mirar la parte ya terminada – por el aspecto del [mármol] travertino, que parece como nunca lo habíamos visto, casi suave y aterciopelado. ¡También este es un gran trabajo “de orquesta”, y merecen un aplauso todos aquellos que lo dirigen y cuantos lo llevan a cabo, con maestría y con laboriosidad!
Y así el ENI ha pensado en un concierto – ¡quizás para compensar los ruidos que inevitablemente estos trabajos producen! Para esto fueron llamados la Orquesta y el Coro de la Academia Nacional de Santa Cecilia, es decir, dos instituciones que, por su historia, la calidad de su arte y el sonido típicamente "italiano", representan a Roma e Italia en el panorama musical mundial. A todos los miembros de la Orquesta y del Coro quisiera ofrecer mis congratulaciones, con el deseo de que siempre se puedan en el espíritu, para dar vida – como esta noche – a obras inmortales. En particular, expreso vivo aprecio al Director Neeme Järvi, al pianista Andrea Lucchesini y al Maestro del Coro Ciro Visco. Un saludo especial también al grupo de pobres, asistidos por la Caritas diocesana, a los que he querido invitar para vivir con nosotros este momento de alegría.
Y ahora una breve reflexión sobre la música que hemos escuchado: una sinfonía de Haydn, del grupo de las "Londinenses", llamada "La sorpresa", o mit dem Paukenschlag por el característico uso del tímpano en el segundo tiempo; la Fantasía coral de Beethoven, un pasaje bastante atípico como género en el panorama beethoveniano, pero que muestra de forma sintética las posibilidades expresivas de la música solista, orquestal y coral; y, colocada en medio, la Cecilia, vergine romana de Arvo Pärt. Las dos obras de Haydn y de Beethoven han hecho resonar toda la riqueza y la potencia de la música sinfónica del periodo clásico y romántico: con ella el genio humano compite en creatividad con la naturaleza, da vida a armonías variadas y multiformes, donde también la voz humana participa de este lenguaje, que es como un reflejo de la gran sinfonía cósmica. Esta forma es característica sobre todo del periodo romántico y tardo romántico, pero va más allá, representa una dimensión universal del arte, un modo de concebir al hombre y su lugar en el mundo.
En cambio la obra de Pärt, aún valiéndose también de un instrumento similar, una orquesta sinfónica y un coro, quiere dar voz a otra realidad, que no pertenece al mundo natural: da voz al testimonio de la fe en Cristo, que en una palabra se dice "martirio". Es interesante que este testimonio sea personificado precisamente por santa Cecilia: una mártir que es también la patrona de la música y del bel canto.
Es necesario por tanto felicitar también a quien ha ideado el programa del concierto, porque el acercamiento de este trabajo sobre santa Cecilia a las obras de Haydn y Beethoven ofrece un contraste rico en significado, que invita a reflexionar. El texto del martirio de la Santa y el estilo particular que lo interpreta en clave musical, parecen representar el lugar y la tarea de la fe en el universo: en medio de las fuerzas vitales de la naturaleza, que están alrededor del hombre y también dentro de él, la fe es una fuerza distinta, que responde a una palabra profunda, “surgida del silencio”, como diría san Ignacio de Antioquía. La palabra de la fe necesita un gran silencio interior, para escuchar y obedecer a una vos que va más allá de lo visible y lo tangible. Esta voz habla también a través de los fenómenos de la naturaleza, porque es el poder que ha creado y gobierna el universo; pero para reconocerla es necesario un corazón humilde y obediente – como nos enseña también la santa de la que hoy hacemos memoria: santa Teresita del Niño Jesús. La fe sigue esta voz profunda allí donde el arte mismo por sí solo no puede llegar: la sigue en el camino del testimonio, de la entrega de sí mismos por amor, como hizo Cecilia. Entonces la obra de arte más bella, la obra maestra del ser humano es cada acto suyo de amor auténtico, desde el más pequeño – en el martirio cotidiano – hasta el sacrificio extremo. Aquí la vida misma se hace canto: un anticipo de esa sinfonía que cantaremos juntos en el Paraíso. Gracias de nuevo y buena velada.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]