URGELL, sábado, 16 octubre 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Joan-Enric Vives, arzobispo de Urgell, sobre el beato John Henry Newman con el título «El corazón habla al corazón».
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Durante el viaje oficial al Reino Unido hace un mes, el Santo Padre Benedicto XVI beatificó a John Henry Newman (1801-1890), hombre de gran sensibilidad y de corazón grande, sacerdote, teólogo e intelectual muy prestigioso, pastor entregado a todos desde las parroquias que sirvió y del Oratorio donde vivió gran parte de su vida sacerdotal. Fue creado cardenal en su vejez, por León XIII, «para honrar a toda la Iglesia». Ahora es un nuevo intercesor para la Iglesia. Dados sus orígenes anglicanos, puede ser un santo que -a la manera de los jóvenes mártires de Uganda- hermanará a católicos y anglicanos en un mismo amor por Jesucristo y la Iglesia, que anhela la santidad que es Dios mismo.
Emociona su amor radical a la verdad, su respeto a la conciencia, y su convicción de que la verdad siempre es liberadora. Tuvo que vivir en un ambiente difícil para la fe, con una fuerte secularización y combates contra los creyentes. Pero él se interesó por los problemas de la fe y de las razones para la fe, sin ser un escolástico ni un racionalista. Se interesó por el acto de consentimiento de la fe, la conciencia y su derecho a la libertad, el desarrollo del dogma, la eclesiología, los laicos y el retorno a la Biblia y a los Santos Padres de la Iglesia, que paradójicamente están en primer plano en las actuales discusiones teológicas. Por todo esto, ha sido considerado como un precursor del Concilio Vaticano II.
Siempre fue un buscador de la verdad, con sus escritos, pero por encima de todo con su vida entera, ya siendo anglicano y luego como católico y sacerdote. El lema del cardenal Newman fue «cor ad cor loquitur», «el corazón habla al corazón», lema muy sugerente. Como gran intelectual y hombre de cultura que era, Newman utilizó con inteligencia la razón para entender a fondo lo que la fe propone; sin embargo, como hombre santo que también era, se dio cuenta de que sólo con el corazón se puede captar la verdad profunda de Dios y del hombre. Comprendió la vida de todo cristiano como una llamada a la santidad, como un anhelo íntimo del corazón humano a vivir en comunión con el Corazón de Dios.
Toda la vida del cardenal Newman habla de una búsqueda apasionada de la verdad, de un deseo firme de coherencia entre vida y pensamiento. Su conversión al catolicismo a los 44 años, cuando ya era considerado una celebridad en la Iglesia de Inglaterra, responde a esta sincera y radical disponibilidad hacia las exigencias que brotan del Evangelio. Para él, la religión no era sólo un asunto personal y subjetivo, tal como lo consideraba gran parte de la sociedad de su tiempo, y también del nuestro, que aún la considera así. Reconocía en el cristianismo la fuente de inspiración del presente y del futuro de la humanidad, no sólo para las personas como individuos, sino también para las sociedades y las culturas en su conjunto. En la misión eclesial de ser luz del mundo y semilla de un mundo nuevo, el cardenal Newman consideraba esencial el papel de los seglares: «Deseo laicos que no sean ni arrogantes ni imprudentes al hablar, ni alborotadores, sino que conozcan bien la propia religión, que la profundicen, que sepan bien donde están, que sepan qué tienen y qué no tienen, que conozcan el propio credo hasta el punto de que puedan dar razón de su fe».
A mí ya me había cautivado desde hace muchos años, porque llevo el mismo nombre que él (¡y no somos muchos!) y me atrae su pensamiento de gran influencia en el Concilio Vaticano II, el acontecimiento eclesial que marcó mi juventud y el período más intenso de mis estudios. El ejemplo de este nuevo beato ha sido muy importante para el Papa Benedicto XVI, tal como él mismo ha manifestado: «Newman nos enseña que si hemos aceptado la verdad de Cristo y nos hemos comprometido con Él, no puede haber separación entre lo que creemos y lo que vivimos. Todos y cada uno de nuestros pensamientos, palabras y obras, han de buscar la gloria de Dios y la extensión de su Reino».