Eclipse de la Iglesia

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 23 octubre 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «Eclipse de la Iglesia», con el que continúa la reflexión que había ofrecido con otro artículo titulado «Eclipse de Dios» (ZENIT, 16 de octubre de 2010).

 

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VER

¡Cuántos quisieran que la Iglesia Católica se eclipsara permanentemente! No la pueden desaparecer, porque Jesucristo la sostiene en forma indefectible, pero anhelarían que siguiera vigente el rancio artículo 130 constitucional anterior a la reforma de 1992, en que no se reconocía jurídicamente su existencia, y todo quedaba bajo control del gobierno. Quisieran eliminar, o al menos restringir más la incipiente libertad religiosa que se nos reconoció.

Qué diferente lo que dijo la Reina Isabel II, de religión anglicana, al Papa Benedicto XVI, en su reciente visita pastoral a Inglaterra: «Todos somos conscientes de la contribución especial de la Iglesia católica romana, particularmente gracias a su ministerio en favor de los pobres y los miembros más necesitados de la sociedad, a su solicitud por quienes no tienen un hogar y a la educación que proporciona a través de su extensa red de escuelas. La religión siempre ha sido un elemento crucial en la identidad nacional y en la auto-conciencia histórica. Por tanto, es de vital importancia alentar una mayor comprensión mutua y respetuosa. Sabemos por experiencia que con un diálogo comprometido se pueden superar antiguos recelos e instaurar una mayor comprensión recíproca». ¿Cuándo escucharemos aquí un discurso semejante de parte de funcionarios públicos? No pueden desconocer que nuestra Iglesia ha dado servicios como los que menciona la Reina Isabel. ¡Si la misma Universidad Nacional tuvo sus orígenes en nuestra Universidad Pontificia!

JUZGAR

¿Qué queremos cuando exigimos más libertad religiosa? ¿Poder político? Nada de eso. Si esa fuera nuestra ambición, dejaríamos el ministerio pastoral, como marca nuestra propia legislación canónica, y no utilizaríamos la religión con fines partidistas. ¿Poder económico? Si nuestro interés fuera enriquecernos, buscaríamos otras alternativas más rentables. ¿Imponer el catolicismo a todos? Tampoco. Lo único que exigimos es más libertad para anunciar y celebrar a Jesucristo. La Iglesia es para El, y en El y por El hacer presente el amor de Dios por la humanidad, sobre todo por los pobres. Sólo para ello requerimos más espacios de libertad.

En su vuelo hacia el Reino Unido, los periodistas preguntaron al Papa si era posible hacer algo para que la Iglesia sea una institución más creíble y atractiva para todos. Respondió: «Una Iglesia que busca sobre todo ser atractiva, estaría ya en un camino equivocado. Porque la Iglesia no trabaja para sí, no trabaja para aumentar los propios números, el propio poder. La Iglesia está al servicio de Otro, no está al propio servicio, no está para ser un cuerpo fuerte, sino para hacer accesible el anuncio de Jesucristo, las grandes verdades, las grandes fuerzas de amor y de reconciliación, que han aparecido en esta figura y que vienen siempre de la presencia de Jesucristo. En este sentido, la Iglesia no busca ser atractiva, sino que debe ser trasparente para que aparezca Jesucristo. Y en la medida en que no está para sí misma, como cuerpo fuerte y poderoso en el mundo, sino que se hace sencillamente voz de Otro, se convierte realmente en transparencia de la gran figura de Cristo y de las grandes verdades que ha traído a la humanidad, de la fuerza del amor. Si es así, es escuchada y aceptada. La Iglesia no debería considerarse a sí misma sino ayudar a considerar a Otro, y ella misma debe ver y hablar de Otro y por Otro».

ACTUAR

Dialoguemos; escuchémonos; permítanos explicarles lo que pedimos, cuando hablamos de más libertad religiosa. No se reduce a libertad de cultos y de creencias. No la pedimos sólo para la Iglesia católica, sino para todas las religiones y posturas. Dennos oportunidad de hablar con ustedes. No somos enemigos. Amamos a nuestro país y sólo queremos su bien, no dominar ni imponernos. Si en nuestra historia pasada y actual hemos dado motivos de recelo y desconfianza, reconocemos nuestros errores y no los queremos repetir. Todos hemos de aprender de la historia, y también del Evangelio. Convirtámonos todos, con apertura de mente y de corazón, para una reconciliación nacional. ¡Es por la patria!

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ZENIT Staff

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