ROMA, domingo, 31 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Con las elecciones norteamericanas cada vez más cerca, vuelven a estallar el debate sobre las relaciones Iglesia-Estado y las creencias religiosas de los candidatos.
Los expertos han especulado sobre el modo en que la afiliación religiosa afectará a los votantes, especialmente con asuntos tan controvertidos como la reforma sanitaria y los cambios de las leyes de inmigración todavía frescos.
A principios de este mes los siete obispos católicos del Estado de Nueva York publicaban una declaración para ayudar a la gente a valorar a qué candidatos convenía votar. Los católicos, afirmaban, deben juzgar los temas políticos a través de la lente de la fe y no guiarse sólo por el propio interés o la lealtad a un partido.
Los obispos mencionaban algunos temas, desde los relacionados con la vida a la guerra y a la paz y la educación. Es raro, admitían, encontrar un candidato que esté de acuerdo con la Iglesia en todas las materias, pero no todas tienen el mismo peso.
Tras recomendar el documento del 2008 "Formar las Conciencias de los Ciudadanos Creyentes", publicado por los obispos de Estados Unidos, los prelados de Nueva York indicaban: "El derecho inalienable a vivir de toda persona humana inocente pesa más que otros preocupaciones en las que los católicos pueden usar su juicio prudente, tales como afrontar mejor las necesidades de los pobres o aumentar el acceso para todos a la sanidad".
Animaban a los católicos a tomarse tiempo para estudiar las posiciones de los candidatos y concluían con una lista de preguntas que la gente debería hacerse antes de decidir a quién votar.
La cuestión del impacto de la fe en la política ha sido un tema al que ha hecho alusión en varias ocasiones recientes Benedicto XVI. En un mensaje el 12 de octubre al cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el Papa afirmaba que es necesario que la política y la sociedad se guíen por la consideración del bien común.
Los valores cristianos son útiles no sólo para determina aquello que abarca este bien común, hacen una aportación indispensable, añadía.
Una nueva generación de políticos
En el mensaje enviado con motivo de la Semana Católica Social Italiana, Benedicto XVI pedía una nueva generación de católicos que se presentara y se mostrara activa en política. Esta participación debería basarse en una sólida formación intelectual y moral que permitiera la formación de principios éticos basados en verdades fundamentales, de manera que las decisiones no se basaran en el egoísmo, la avaricia o la ambición personal.
En un momento en que los políticos suelen caer en el desprecio o en el ridículo, el Pontífice indicaba que: "el comportamiento socio político, con los recursos y actitudes espirituales que exige, sigue siendo una alta vocación, a la que la Iglesia invita a responder con humildad y determinación".
En cuanto al papel de la Iglesia, el Papa afirmaba que: "la Iglesia católica tiene un legado de valores que no son cosas del pasado, sino que constituyen una realidad muy viva y actual, capaz de ofrecer una pauta creativa para el futuro de una nación".
Este mensaje lo escribía el Papa tras su importante discurso sobre las relaciones Iglesia Estado durante su reciente visita a Escocia e Inglaterra. Dirigiéndose a los políticos y líderes en el Westminster Hall de Londres, el Papa mantenía que la religión no es un problema que tengan que resolver los legisladores, sino que tiene una aportación vital que hacer a la política.
El Santo Padre señalaba lo inadecuado de basar el futuro de una nación en consideración a corto plazo de mera naturaleza política y animaba a sus oyentes a considerar la importancia de la dimensión ética de hacer política.
Esta dimensión ética no tiene que depender de una fe particular, sino que puede basarse en la formulación de la razón de los principios morales objetivos. No es como si la religión impusiera sus creencias, sino que ayuda a guiar la razón hacia el descubrimiento de los principios éticos. Por tanto, observaba el Papa, la religión necesita la asistencia de la razón para guardarse de formas distorsionadas de religión, como el sectarismo y el fundamentalismo.
La religión tiene un papel legítimo en la vida pública, indicaba el Pontífice, y no debería ser marginada.
"Este es el porqué sugeriría que el mundo de la razón y el mundo de la fe - el mundo de la racionalidad secular y el mundo de la creencia religiosa - necesita uno del otro y no deben temer entrar en un profundo y constante diálogo, para el bien de nuestra civilización", concluía.
Sólo unos días después, Benedicto XVI había expresado puntos de vista similares al nuevo embajador alemán. En su discurso del 13 de septiembre, el Papa observaba que, si se abandona la fe en un Dios personal, la diferencia entre el bien y el mal se oscurece. Esto conduce a que las acciones se dirijan por consideraciones de interés personal y poder político.
Fundamentos de la relación fe cristiana y política
Los cristianos convencidos dan testimonio a la sociedad de que es legítimo un orden de valores. En este sentido, el cristianismo tiene un papel fundamental, "al poner los fundamentos y formar las estructuras de nuestra cultura", explicaba el Papa.
Lamentaba la creciente tendencia a eliminar los conceptos cristianos de matrimonio y de familia de la conciencia de la sociedad. El Papa señalaba que la Iglesia no puede dar su aprobación a iniciativas legislativas que aprueben modelos alternativos a la vida matrimonial y familiar.
Haciendo referencia al campo de la biotecnología y la medicina, afirmaba que lo que se necesita es una cultura de la persona fundada en la ley natural que proteja y defienda contra las violaciones de la dignidad humana.
Este sólido fundamento proporciona una defensa contra la tendencia al relativismo, un peligro contra el que el Papa ha advertido en numerosas ocasiones. Volvía a hablar sobre esto en un discurso el 8 de septiembre a los miembros de la Mesa de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa.
Es imprescindible, declaraba, defender la validez universal del derecho a la libertad religiosa. Si los valores, derechos y deberes no tienen un fundamento objetivo racional, no pueden ofrecer una guía a las instituciones internacionales.
La fe cristiana es una fuerza positiva en la búsqueda de una fundamentación para estos derechos en la dignidad natural de la persona, ayudando a la razón a buscar una base para esta dignidad, comentaba el Papa.
La contribución de la religión
En estas últimas declaraciones sobre el papel de la religión en la política el Papa ha hecho referencia a su encíclica de 2009 "Caritas in veritate". En aquel documento rechazaba que la afirmación de que la Iglesia interfiere en la política: "Tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia a favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación" (número 9).
Refiriéndose al desarrollo de las naciones, Benedicto XVI denigraba la promoción de la indiferencia religiosa o el ateísmo como algo que obstaculiza nuestro verdadero desarrollo, porque hace imposible que los países se beneficien de vitales recursos espirituales y humanos. Los países desarrollados económicamente exportan en ocasiones su visión reductiva de la persona humana a los países pobres, señalaba.
Si la sociedad prescinde de la aportación de la religión, puede caer en el error de prestar demasiada atención a las preguntas sobre "cómo", y no el suficiente a las muchas cuestiones del "por qué" que subyacen a la actividad humana, advertía el Papa. "Cuando predomina la absolutización de la técnica se produce una confusión entre los fines y los medios, el empresario considera como único criterio de acción el máximo b eneficio en la producción; el político, la consolidación del poder; el científico, el resultado de sus descubrimientos" (número 71).
Para evitar esto es necesario que el cristianismo tenga un lugar en la vida pública y que se unan razón y fe, purificándose una a la otra, explicaba el Papa (número 56). Si no tiene lugar este diálogo la humanidad pagará un enorme precio. Algo digno de recordar la próxima vez que alguien diga que la religión debe quedarse fuera de la política.
Por el padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado