ROMA, lunes 25 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- “Cualquiera que sea la forma que asuma, la pobreza es un insulto a nuestra humanidad común”. Es la denuncia lanzada por monseñor Francis Chullikatt, nuncio apostólico y observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, el pasado jueves en Nueva York.
El prelado intervino con ocasión de la 65ª Asamblea General de la ONU ante el Segundo Comité sobre el ítem 24, “Erradicación de la pobreza y otras cuestiones relativas al desarrollo”.
La pobreza, explicó en su intervención, “es una realidad pluridimensional y compleja”. En el mundo, de hecho, existen muchos tipos de ella, “que hay que afrontar en lugares diversos y a distintos niveles”.
“En los países más pobres del mundo, encontramos la pobreza en su forma más terrible: pobreza extrema o absoluta”, una condición caracterizada por “una grave privación de las necesidades fundamentales, que incluyen, por ejemplo, alimento, agua potable, estructuras sanitarias, asistencia sanitaria básica, educación, informaciones, etc.”
La que afecta a los países desarrollados, “a pesar de muchas situaciones de extrema indigencia”, es en cambio la de “pobreza 'relativa', que puede considerarse como la falta de recursos suficientes financieros y materiales que permitan a la población alcanzar un estándar de vida aceptable en una sociedad, y, sobre todo, respecto a las posibilidades que otros gozan”.
“Cualquiera que sea la forma que asuma, la pobreza es un insulto a nuestra humanidad común”, denunció el delegado de la Santa Sede.
Todas sus formas “afectan a la persona humana, que es herida en su dignidad inviolable y en el goce de los derechos humanos fundamentales, empezando por el derecho a la vida”. “La persona humana, privada de las condiciones básicas para vivir decentemente, está humillada, y debe por tanto ser ayudada a recobrarse”.
“Tenemos los medios para poner fin a la pobreza”, declaró. “¿Tenemos la voluntad de hacerlo? Ésa es la pregunta”.
Implicaciones morales
Monseñor Chullikatt subrayó por tanto que la delegación vaticana “no puede ignorar las implicaciones morales de la pobreza”.
A propósito de esto, exhortó a reafirmar el compromiso en alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio antes de 2015, “incluyendo el desarraigo de la pobreza extrema y del hambre”.
El prelado lamentó por tanto la disminución de las ayudas con este fin a causa de la crisis alimentaria y de los combustibles, y sobre todo de la financiera, que ha hecho que “muchos países donadores hayan reducido el ya exiguo porcentaje del PIB destinado a las ayudas al desarrollo, y que estén en cambio dirigiendo estos recursos a la estabilización de sus propios sistemas financieros”.
“Es necesario que la asistencia al desarrollo de los países más pobres sea guiada por un principio de solidaridad global entre países ricos y pobres, provocada por un reconocimiento común de la pertenencia a una única familia humana”.
“En los momentos de mayor dificultad, deberíamos mostrar una mayor solidaridad”, comentó.
“La llamada y la misión de la Iglesia, inspiradas por los principios fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia, sobre todo por el principio del destino universal de los bienes de la tierra, consisten en estar al lado de los pobres, en darles una voz y en promover iniciativas que les ayuden a superar su pobreza”.
Solidaridad y subsidiariedad
El observador permanente recordó también que el principio de solidaridad debería siempre ir al paso del de subsidiariedad: “los pobres deberían ser ayudados a emprender sus propias iniciativas para mejorar las condiciones de vida y convertirse en protagonistas de su propio desarrollo”.
De lo contrario, se corre el riesgo de que “el papel de la iniciativa creadora sea sustituido por la pasividad, dependencia y sumisión a un sistema burocrático”.
En este contexto, es “crucial” “invertir en la instrucción y en la formación de las personas, desarrollando de forma integrada una 'cultura empresarial' específica”.
De la misma forma, “es urgente hacer disponibles también a los pobres los medicamentos y los tratamientos necesarios para combatir pandemias como la malaria, la tuberculosis, el tétanos y el HIV/Sida, que afectan a muchas poblaciones”.
Es también importante “asegurar el acceso de los países de renta baja a los mercados globales, sin exclusión o marginalización, proporcionando a estos países un tratamiento preferencial”.
“El desarraigo de la pobreza no debería considerarse un acto de caridad, sino un deber de la comunidad internacional”, afirmó monseñor Chullikatt.
“Más de 60 años después de la proclamación y de la adopción de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, es inaceptable que centenares de millones de personas vivan aún en condiciones inhumanas y estén privadas del goce de los derechos fundamentales”.
“Tenemos los medios para poner fin a la pobreza – concluyó el prelado –. ¡Demostremos a los escépticos que tenemos la voluntad de aliviar el sufrimiento de cuantos no pueden satisfacer sus necesidades fundamentales!”.
Por Roberta Sciamplicotti, traducción del italiano por Inma Álvarez