Comienza la tercera fase del diálogo entre católicos y anglicanos

El objetivo es estudiar “La Iglesia como comunión, local y universal”

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes 4 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- La Comisión internacional anglicano-católica anunció que el primer encuentro de la tercera fase del dialogo (llamada ARCIC III) se llevará a cabo en el Monasterio de Bose (Italia) del 17 al 27 de mayo de 2011.

La Comisión profundizará temas como “La Iglesia como comunión, local y universal» y «Cómo, en la comunión, la Iglesia local y universal llega a discernir la enseñanza ética correcta». La iniciativa refleja la voluntad expresada por el Papa Benedicto XVI y por el Arzobispo de Canterbury, Rowan William, con ocasión de su encuentro en Roma en noviembre de 2009.

El diálogo oficial entre la Iglesia católica y la Comunión anglicana – propuesto por Pablo VI y por el Arzobispo de Canterbury Michael Ramsey en 1966 – se lleva adelante a través de la Comisión Internacional Anglicano-Católica (ARCIC), instituida en 1970, y a través de la Comisión Internacional Anglicano-Católica para la Unidad y la Misión (IARCCUM), creada en 2001 para traducir en pasos concretos el grado de comunión espiritual alcanzado.

El ARCIC III está integrada por 18 miembros, diez por parte anglicana y 8 por parte católica, y refleja un amplio espectro de background culturales y disciplinas teológicas. Sus Copresidentes son monseñor Bernard Longley, arzobispo de Birmingham, Inglaterra (católico) y el arzobispo David Moxon, de las diócesis de Nueva Zelanda (anglicano).

La primera fase del trabajo del ARCIC (1970-1981) fue sellada por las declaraciones sobre la Eucaristía y sobre el ministerio, y por dos declaraciones sobre la autoridad en la Iglesia; mientras que la segunda fase (1983-2005) ha producido declaraciones sobre la salvación y sobre la justificación, sobre la naturaleza de la Iglesia y ulteriores estudios sobre la autoridad de la Iglesia.

En el transcurso de los últimos 20 años, el ARCIC ha publicado cinco declaraciones conjuntas: “La Salvación y la Iglesia” (1987), “La Iglesia como comunión” (1991), “La vida en Cristo” (1994), “El don de la autoridad” (1999). “María: Gracia y Esperanza en Cristo” (2005).

Estas declaraciones del ARCIC no constituyen una toma de posición oficial ni de la Iglesia católica romana ni mucho menos de la Comunión Anglicana, sino más bien documentos susceptibles de un estudio y una valoración ulteriores.

Iglesia de Inglaterra y dogmas marianos

El Sínodo General de la Iglesia de Inglaterra, que se inaugurará el próximo lunes, ha puesto entre los temas del orden del día que serán debatidos el 9 de febrero, también el documento “María: Gracia y Esperanza en Cristo”, conocido también como “Declaración de Seattle”. Para la ocasión, el debate será presentado por el obispo anglicano de Guildford, Christopher Hill, y por el obispo auxiliar católico de Westminster, monseñor George Stack.

El documento, anunciado ya en 1999, fue inspirado por la publicación de la Encíclica Ut unum sint de 1995, en cuyo párrafo 79 Juan Pablo II habla de María como “Madre de Dios e icono de la Iglesia”.

El fruto del trabajo de la Comisión conjunta no deshace completamente los nudos teológicos que separan a anglicanos y católicos, y que se refieren principalmente a los dogmas marianos de la Inmaculada Concepción (1854) y de la Asunción de María al Cielo (1950), en cuanto revelados por Dios, según la Iglesia católica, mientras que para los anglicanos la Sagrada Escritura contiene todo lo que es necesario para la salvación.

Ya en una declaración de 1981 – “La Autoridad en la Iglesia II” – el ARCIC observaba que ambos dogmas “suscitan un problema particular para aquellos anglicanos que no consideran que las definiciones precisas proporcionadas por estos dogmas estén suficientemente apoyadas por las Escrituras”.

María: Gracia y Esperanza en Cristo”

La primera sección del documento delinea el papel de María en las Escrituras. A propósito de esto, en el párrafo 30 se dice que: “El testimonio en las Escrituras invita a todos los creyentes de cada generación a llamar ‘bendita’ a María, esta mujer hebrea de condición humilde, esta hija de Israel que vivía en la esperanza de la justicia para el pobre, a quien Dios llenó de gracia y eligió para ser la madre virgen de su Hijo por la acción del Espíritu Santo”.

“Debemos bendecirla – se lee también – como la ‘sierva del Señor’ que dio su consentimiento sin condiciones al cumplimiento del plan salvífico de Dios, como la madre que meditaba todas las cosas en su corazón, como la refugiada en busca de asilo en tierra extranjera, como la madre atravesada por el sufrimiento inocente de su propio hijo y como la mujer a la que Jesús confió sus amigos – se lee a continuación”.

La segunda sección del texto trata la figura de María en las “antiguas tradiciones comunes”, es decir, en los primeros Concilios de la Iglesia, que son fuentes de autoridad tanto para los anglicanos como para los católicos, y en los escritos de los “Padres de la Iglesia”, teólogos de los primeros siglos del cristianismo. A continuación recorre “el crecimiento de la devoción a María en los siglos medievales y las controversias teológicas asociadas a ellos”, mostrando “cómo algunos excesos en la devoción a finales de la Edad Media y las reacciones contra estos por parte de los reformadores contribuyeron a la ruptura de la comunión entre nosotros”.

La tercera sección del documento comienza contemplando a María y su papel en la historia de la salvación en el contexto de “una teología de gracia y de esperanza”. A propósito de esto utilizaba como clave interpretativa la Carta de San Pablo a los Romanos (8,28-30) en la que el apóstol proporciona un modelo de gracia y de esperanza operativas en la relación entre Dios y la humanidad: “a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó”.

Ella fue “señalada desde el principio como la elegida, llamada y colmada de gracia por Dios a través del Espíritu Santo para la tarea que le esperaba” (párrafo 54 del documento). En el “fiat” libremente pronunciado por María – “Que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1,38) – vemos “el fruto de su preparación precedente, expresada en la afirmación de Gabriel sobre ella como ‘llena de gracia’” (párrafo 55).

Así, se afirma en el párrafo 59, “de cara a su vocación a ser la madre del Santo (Lc 1,35), podemos afirmar juntos que la obra redentora de Dios alcanzó a María en la profundidad de su ser desde el comienzo”.

En un informe redactado por el Faith and Order Advisory Group (FOAG) de la Iglesia de Inglaterra se lee que el documento “representa un avance ecuménico genuino”, aunque “permanece la cuestión crucial del estatus de los dogmas marianos y de los anatemas asociados a ellos”.

Por Mirko Testa, traducción del italiano por Inma Álvarez

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ZENIT Staff

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