TERUEL, viernes, 16, de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al pasaje evangélico (Mateo 20, 1-16) de este domingo, 18 de septiembre, XXV del tiempo ordinario, redactado por monseñor Carlos Escribano Subías, obispo de Teruel y Albarracín.
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El Evangelio de este domingo nos presenta de nuevo a Jesús enseñando a sus discípulos. Una vez más, utiliza una parábola para expresarse. Los personajes están muy definidos: un propietario y unos jornaleros, que representan a Dios y a cada uno de nosotros. El actuar del propietario nos deja entrever un deseo profundamente arraigado en el corazón de Dios: la llamada a colaborar con Él en la construcción de su Reino.
Un primer elemento, que a mi modo de ver es fundamental en este relato, es el hecho de que Dios cuente con nosotros y nos llame. Ser llamados se convierte en sí, en la primera recompensa. Nos da la oportunidad de trabajar con Él, en Él y para Él. Nos permite ponernos a su servicio, colaborar en su obra. Si uno se hace plenamente consciente de lo que esto significa, cualquier fatiga se verá recompensada.
Tan importante como el llamamiento será el analizar nuestra respuesta. En el caso de los jornaleros de la parábola, la respuesta es siempre positiva. Se ha producido una sintonía de intenciones. Dios ha calado en el corazón de aquellos hombres y se deciden a trabajar con Él. Es determinante descubrir el sentido real de la invitación del Señor y lo que significa. Aquellos que trabajan solo por el jornal y no descubren el amor como motivación última, no terminar de entender el sentido real de lo que están viviendo.
Interpretar de modo adecuado la situación y descubrir el inestimable tesoro que se nos presenta, exige amar al Señor y su Reino. Desde esta perspectiva podemos abordar el problema del salario que los jornaleros reciben. ¿Por qué todos reciben la misma paga? Sencillamente porque esta simboliza el don del amor de Dios, que culmina con la vida eterna. Pero desde el primer momento esa donación por parte de Dios, es plena: Dios ante la respuesta afirmativa del corazón del creyente, se da totalmente.
Una vez más la lógica de Dios, es distinta a la de los hombres. Sus planes no son nuestros planes. Entonces, ¿de qué estamos hablando cuando decimos que “Dios se nos da”? En el fondo es encontrarnos con él mismo, con su grandeza y amor, que se convierten para nosotros en un acontecimiento (Cfr. Deus Caritas Est nº1), a partir del cual ya nada es igual. El descubrir esa presencia y la relación que entonces se instaura, nos conduce a la vida plena.
San Mateo vivió en primera persona la experiencia que nos narra en el evangelio. Antes de que el Señor le llamase, era un cobrador de impuestos, es decir, un pecador público excluido de la viña del Señor. Pero todo cambia cuando Jesús, pasando junto a su mesa de impuestos, lo mira y le dice: «Sígueme». Mateo se levantó y lo siguió. De publicano se convirtió inmediatamente en discípulo de Cristo. De «último» se convirtió en «primero», gracias a la lógica de Dios, que —¡por suerte para nosotros!— es diversa de la del mundo.
También nosotros somos jornaleros llamados a trabajar en la viña del Señor. Sabemos cual es nuestra paga y recompensa. Descubramos el gran don del amor de Dios.