CIUDAD DEL VATICANO, viernes 6 enero 2012 (ZENIT.org).- Al final de la Santa Misa, celebrada con el rito de la consagración episcopal en la basílica vaticana, con ocasión de la solemnidad de la Epifanía del Señor, el santo padre Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar la oración mariana del Ángelus con los fieles y peregrinos que concurrieron a la plaza de San Pedro.
“Celebramos hoy la solemnidad de la Epifanía del Señor. Es una fiesta muy antigua, que tiene su origen en el Oriente cristiano y pone de relieve el misterio de la manifestación de Jesucristo a todas las gentes, representados en los Magos que vinieron a adorar al Rey de los Judíos recién nacido en Belén, como narra el Evangelio de Mateo (cfr 2,1-12)”, dijo Benedicto XVI, antes de la oración mariana.
“Esa ‘nueva luz’ que se ha encendido en la noche de Navidad comienza hoy a resplandecer sobre el mundo, como lo sugiere la imagen de la estrella, una señal celeste que atrajo la atención de los Magos y que los guió en su viaje hacia la Judea”, añadió.
El santo padre precisó que “todo el periodo de Navidad y Epifanía se caracteriza por el tema de la luz, unido también al hecho de que, en el hemisferio norte, después del solsticio de invierno, el día empieza a extenderse con respecto a la noche”.
Pero, más allá de su posición geográfica, explicó el santo padre, “para todos los pueblos vale la palabra de Cristo: ‘Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida’. Jesús es el sol que aparece en el horizonte de la humanidad para iluminar la existencia personal de cada uno de nosotros, y para guiarnos a todos juntos hacia la meta de nuestro peregrinar, hacia la tierra de la libertad y de la paz, en la cual viviremos por siempre en plena comunión con Dios y entre nosotros”.
El anuncio de este misterio de salvación, señaló el papa, “ha sido confiado por Cristo a su Iglesia”: “Esto –escribe san Pablo–, ha sido ahora revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio”. La invitación que el profeta Isaías dirige a la ciudad santa de Jerusalén, se puede aplicar a la Iglesia: ‘¡Álzate y brilla, que llega tu luz, la gloria de Yahvé amanece sobre ti! Mira: la oscuridad cubre la tierra, y una espesa nube a los pueblos, mas sobre ti amanece Yahvé y su gloria sobre ti aparece!’”.
Así el mundo, explicó el pontífice, “con todos sus recursos, no está en grado de dar a la humanidad una luz para orientar su camino”.
Sobre todo, dijo, en nuestros días: “la civilización occidental parece que ha perdido la orientación, navega sin rumbo. Pero la Iglesia, gracias a la Palabra de Dios, ve a través de esta neblina. No posee soluciones técnicas, pero no pierde de vista la meta, y ofrece la luz del Evangelio a todos los hombres de buena voluntad, de toda nación y cultura”.
Pasó luego el papa a alegrarse por la consagración episcopal en este día de dos embajadores suyos. La luz del Evangelio que ilumina el rumbo es también, añadió, “la misión de los representantes pontificios ante los estados y las organizaciones internacionales. Justamente esta mañana he tenido el gozo de conferir la consagración episcopal a dos nuevos nuncios apostólicos. Confiemos a la Virgen María su servicio y la obra evangelizadora de toda la Iglesia”.
Tras recitar el Ángelus, el papa se dirigió a los peregrinos de lengua española con estas palabras: “En esta solemnidad de la Epifanía del Señor, saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española aquí presentes y a cuantos participan en el rezo delÁngelus a través de la radio y la televisión. Con el fervor y la humildad de los Magos de oriente, abramos nuestros corazones ante el Niño Dios y presentémosle lo mejor que haya en nosotros mismos, sobre todo el deseo de acoger su Evangelio y, a su luz, edificar un mundo en el que brille la solidaridad, la concordia y la justicia. Que Dios os bendiga”.